Esta película, dirigida y coescrita por Eric Werthman, explora los problemas de salud mental de los veteranos de guerra y las dificultades por las que pasan cuando regresan a casa.
Por Sebastián Zavala Kahn CRÍTICAS / VIDEO ON DEMAND
Muchas películas nos han hablado sobre los horrores de la guerra, de la muerte y el sufrimiento con el que se encuentran los soldados en este tipo de conflictos, y también de las consecuencias que sus experiencias pueden tener en su cotidianeidad, una vez que regresan a sus hogares. Es parte, todavía, de la realidad de varias personas —especialmente en países como los Estados Unidos—, y algo que mucha gente todavía no toma demasiado en consideración, especialmente en lo que se refiere a la salud mental de los soldados. The Drummer, protagonizada y producida por Danny Glover, trata de entregarnos una nueva perspectiva de esta problemática.
Glover interpreta a Mark Walker, un veterano de la guerra de Vietnam que, en el año 2008, ha fundado una “cafetería” en un pequeño pueblo americano cerca de una base militar, donde atiende a soldados que quieren desertar, luego de haber regresado de cumplir sus tours en Irak. La gente a la que ayuda sufre de estrés postraumático, tanto por las experiencias de violencia que sufrió en la guerra, como por los abusos (muchas veces de carácter sexual) que sus superiores ignoraban. Como el gobierno y los militares no parecen estar particularmente interesados en ayudar a sus soldados a sobrellevar los problemas que afectan su salud mental, Walker ha decidido contribuir con su grano de arena, lo cual, además, y considerando sus propias experiencias en Vietnam, lo afecta personalmente.
Por más de que The Drummer lidie con temas que se han visto en otras películas de guerra, vale la pena destacar que las desarrolla desde una perspectiva relativamente nueva. De hecho, ya sea debido a limitaciones de presupuesto o a decisiones creativas, vemos muy poco de lo que los soldados vivieron en Irak. Lo importante es lo que encuentran una vez que llegan a casa: hogares rotos, superiores que no parecen estar interesados en ayudarlos, y un futuro incierto. Después de todo, varios de ellos no tienen muchas opciones. O regresan a pelear, o se quedan en un pueblo donde probablemente no encontrarán trabajo o no podrán lidiar de manera saludable con sus demonios internos.
Consideren, si no, a Darien Cooper (Sam Underwood), un soldado que acaba de regresar de Irak, y que no está muy seguro de querer recibir la ayuda de Mark. Por un lado, quiere quedarse con su esposa, Maria (Camila Pérez) y con su bebé; pero por otro, si no regresa a pelear, ¿qué haría con su vida? También está Cori (Prema Cruz), quien ha estado ausente sin permiso por seis meses, encerrada en su casa, incapaz de dormir, pero también segura de que no quiere regresar a la guerra. Son estos dos casos los que tiene que tratar de resolver Mark, y los que nos demuestran diferentes aspectos de los temas anteriormente mencionados: distintas maneras de lidiar con “los efectos” de la guerra, y con la forma tan patética en que tratan los militares a sus soldados.
La historia de Cori es la más emotiva y verosímil. El trabajo de Cruz (The Many Saints of Newark) es sólido. Consideren el largo encuadre en el que cuenta sus experiencias de acoso sexual a una psiquiatra. Por su parte, Sam Underwood no hace un mal trabajo, pero su subtrama se siente más estereotípica y previsible. No ayuda que María, su esposa, esté mal desarrollada (por más que Pérez haga lo que pueda con el papel), o que el desenlace de su historia sea trágico (y relevante), pero a la vez, sorprendentemente, poco emotivo. Entiendo que se “supone” que Darien es alguien que se siente perdido, sin rumbo, pero eso no debería reflejarse en una narrativa que serpentee, que se desarrolle de modo errático.
Como se deben imaginar, quien destaca es el experimentado Glover. Lo que el famoso actor norteamericano logra hacer es pintar a Mark de cuerpo entero desde su primera escena, desarrollándolo como un hombre que ha pasado por mucho, y que de hecho tiene algunos momentos de vulnerabilidad, pero que en general, trata de mantenerse fuerte y decidido, por más de que ya esté mayor. Es alguien que ha peleado por sus ideales desde joven, y que ahora simplemente quiere ayudar a las nuevas generaciones para que no pasen por lo que él tuvo que pasar. No es el protagonista más tridimensional del mundo, pero el carisma y la energía de Glover logran transformarlo en alguien con el que resulta fácil empatizar, por más que no siempre tome las decisiones correctas.
The Drummer es una película independiente de muy buenas intenciones. Sí, a veces sus limitaciones presupuestales se hacen evidentes —como con una marcha en el tercer acto de la que vemos muy poco, o los brevísimos flashbacks en Irak—, y no todas las historias que intenta contar resultan igual de fascinantes, pero en general, logra funcionar como un drama pertinente y bien actuado. Los temas que maneja, y la realidad sobre los veteranos del Medio Oriente que pinta, siguen siendo igual de relevantes y realistas hoy en día que hace diez años o más.
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