La última película de Mirabella-Davis plasma de manera original la rebeldía por las que varias mujeres luchan todos los días: el de poder tomar decisiones sobre su cuerpo.
Por Rodrigo Bedoya Forno CRÍTICAS / VIDEO ON DEMAND
Fuente: Cinescopia
Swallow, de Carlo Mirabella-Davis, es la historia de la rebeldía de una mujer contra su entorno. Uno hostil, difícil, que detrás de la apariencia de normalidad y amabilidad esconde una serie de estructuras que son sofocantes para Hunter (Haley Benett), la protagonista. Ella, nacida en una familia de clase trabajadora, se ha casado con Richi, que viene de un mundo de millonarios. La casa en la que viven no puede tener más lujos, y la vida que ambos están planeando no podría parecer más deseable para la protagonista.
Pero hay algo que no funciona: las poses y los gestos de Hunter, que el director filma con encuadres fijos y distantes, que nos hacen ver una incomodidad que se va haciendo cada vez más palpable. Los espacios interiores en los cuales se mueve la protagonista, tan perfectos y opulentos, con colores generalmente saturados, resultan tan llamativos que se sienten falsos todo el tiempo. Y la cámara va captando el cuerpo de Benett y su interacción con esos ambientes en los que ella no se halla. Esa sonrisa incómoda que lanza cada vez que habla con su marido, o ese gesto de cariño medio apagado, esconden de qué manera se siente: como si estuviera en una prisión.
Fuente: Yahoo
La rutina de la ama de casa feliz y opulenta, que es el destino que le espera a Hunter, se va construyendo en base a esas imágenes estáticas, que nos van generando la atmósfera de una repetición sin fin. El vínculo espacio y cuerpo que plantea Mirabella-Davis nos coloca ante una mujer que no tiene poder de decisión, cuya corporeidad se encuentra atrapada en una zona de composición tan recargada como aterradora.
Por eso, Hunter decide rebelarse. Y lo hace justamente tomando una decisión sobre su cuerpo, en un momento en el cual se entera que está embarazada: ella comienza a tragar clavos, clips, canicas, pilas. La mujer comienza a encontrar en esos objetos una forma de liberación, una vía para controlar su vida.
La soledad que se expresa en la mirada y el cuerpo de Hunter se contrastan con el placer que va encontrando al engullir esos objetos. Un placer que no viene de un gusto ligado al paladar, sino de ir contra un orden establecido. El director acerca la cámara en esos momentos de deglute, para hacernos sentir la textura de los objetos y acercarnos a las sensaciones que la protagonista experimenta en esas circunstancias.
La opulencia, la maternidad, el ser ama de casa se convierten en situaciones opresivas, que se traslucen en la amabilidad falsa de su esposo y su familia. Por eso, la rebeldía que plantea Hunter es la misma por la que varias mujeres luchan todos los días: el de poder decidir sobre su cuerpo.
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