Mohammad Rasoulof, perseguido por la realización de esta película, utiliza un drama social como alegoría de la represión del gobierno iraní durante las protestas del 2022. Se incluyen spoilers.
Por Alberto Ríos FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
La censura en el cine iraní, impuesta por el régimen teocrático, ha sido un desafío constante para los cineastas que buscan representar la realidad social y política del país. Tras la Revolución Islámica, se ha regulado la producción cinematográfica, prohibiendo la representación de temas considerados inmorales o contrarios a los valores islámicos, como las críticas al sistema político, el cuestionamiento de normas religiosas o la libre expresión. Es en este contexto que Mohammad Rasoulof filmó de manera clandestina La semilla del fruto sagrado (Dane-ye anjir-e ma'abed), película enmarcada durante las protestas por la muerte de Mahsa Amini en 2022.
La película sigue a Iman, investigador del Tribunal Revolucionario de Teherán que trabaja mientras se intensifican las protestas políticas en todo el país. Él se ve inmerso en un clima de paranoia, ya que la tensión de los disturbios callejeros comienza a penetrar en su vida personal. La desaparición repentina de su pistola lo llena de incertidumbre. Sospechando que su esposa Najmeh y sus hijas Rezvan y Sana están implicadas, impone medidas drásticas en su casa, lo que hace que aumenten las tensiones en la vida familiar.
Imán se encuentra sobrecargado por su trabajo e incluso superado: por orden de sus superiores debe firmar sentencias de muerte sin haber leído siquiera los expedientes. Además la tensión política es cada vez mayor. La vida familiar queda en manos de Najmeh, ama de casa que quiere evitar que sus hijas se vean involucradas en medio de toda la situación. Pero ellas son ya bastante grandes y tienen ideas propias de lo que ocurre en Irán. Desconfían de los medios y aborrecen la represión que están sufriendo las personas por protestar en contra del uso del hijab.
La tensión en casa aumentará por dos motivos. Primero una amiga Rezvan, Sadaf, es lesionada por la policía al pasar por una manifestación. Y luego es detenida sin que nadie sepa su paradero. Rezvan comenzará a cuestionar a su familia acerca de la brutalidad de la represión y la necesidad de una liberación femenina. Sumado a esta situación, Imán perderá su arma oficial por lo que podría enfrentar tres años de cárcel. Poco a poco él se irá sumergiendo en su paranoia y desconfiará incluso de su propia familia.
Rasoulof maneja varios estilos narrativos a lo largo de la trama. La cinta inicia como un drama familiar con reflexiones morales, más propio del cine de directores iraníes como Asghar Farhadi. Poco a poco la película irá tomando el tono de la denuncia social. Es allí que el cineasta decide apelar a imágenes reales de las masivas protestas y la sangrienta represión del régimen contra las jóvenes publicadas en redes sociales, las cuales se irán alternando junto al relato ficticio.
Casi la mayor parte de esta primera mitad de la cinta ocurre dentro del departamento de la familia, principalmente debido a que está grabada de manera clandestina. Pero ese encierro también permite sentir la opresiva situación que viven quienes quieren expresarse en contra del régimen. En este entorno las tres actrices Soheila Golestani (Najmeh), Mahsa Rostami (Rezvan) y Setareh Maleki (Sana) llevan el peso dramático con sus enfrentamientos y discusiones por su choque generacional de ideales.
Imán irá volviéndose cada vez más duro y hostil conforme pasa más días en el cargo. Forma parte del status quo y lo defiende más que a su propia familia. Será a partir de la pérdida de su arma que todo cambia. A partir de ese momento, la historia se enfoca en la búsqueda de la pistola. Aunque las hijas niegan saber algo, la insistencia de Imán y Najmeh ante la falta de respuestas va incrementando la hostilidad entre todos los protagonistas.
La familia sale de Teherán en búsqueda de mayor seguridad. La obra deja el drama social y familiar y toma el aspecto de un thriller metafórico y alusivo. A Imán no le importará nada con tal de recuperar el control de su poder sobre la familia: someter a interrogación a sus hijas, encerrarlas, someterlas a vejaciones y humillaciones. Si bien hay situaciones que pueden forzar la verosimilitud del relato, la alegoría es clara. El padre cumple el rol del estado opresor, principalmente contra las libertades femeninas, que se ve minimizado ante las protestas y castrado por la pérdida del arma que le da seguridad. La madre es la Irán oprimida y las hijas son las nuevas generaciones que no quieren someterse a las arcaicas leyes del régimen. El enfrentar al padre es también derribar las leyes de la teocracia autoritaria, que se enredan en la sociedad como las raíces de los ficus que dan nombre a la cinta.
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