El rumano Bogdan Muresanu explora los últimos días del régimen de Ceaușescu en una cinta que triunfó en el Festival de Cine de Venecia.
Por Alberto Ríos FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Existen situaciones que pueden llevar a una persona al límite de la opresión y la falta de libertad, pero pocas cosas pueden causar ese sentimiento en una sociedad como un régimen dictatorial en el que las personas son reprimidas de cualquier tipo de pensamiento crítico. Esta situación es la que explora El año nuevo que nunca llegó del rumano Bogdan Muresanu, la cual se sitúa en los últimos días de Nicolae Ceaușescu en el poder.
Seis personas entrelazan sus vidas en los últimos días del año 1989 en Rumanía. Stefan, director de televisión, debe encontrar una solución para su espectáculo de Nochevieja después de que una actriz clave haya desertado. La solución la encuentra en Florina, actriz de teatro que está en apuros porque no puede contactar a su exnovio luego de las protestas en Timisoara. El hijo del director, un estudiante, planea cruzar a nado el Danubio para desertar a Yugoslavia. El hijo es vigilado por Dincă, un oficial de la policía secreta, quien está luchando por trasladar a su madre de una casa antigua que será demolida a un nuevo apartamento que ella detesta. La mudanza la realiza Gelu, un obrero de fábrica, quien entra en pánico después de que su hijo escribe una carta a Santa diciendo que su padre quiere que Ceausescu muera y la mande por correo.
Muresanu, quien ganó la sección Orizzonti del Festival de Cine de Venecia, utiliza la tragicomedia para contar cómo las tensiones propias de los últimos días de la dictadura rumana afectan a cada uno de sus personajes durante 24 horas. Cada uno intenta sobrevivir como puede: hay quien se emborracha y depende del alcohol, quien busca escapar cruzando el río Danubio, quien solo intenta hacer su trabajo para mantener el puesto y quien ve como el hogar de toda su vida le es arrebatado. Son personas llevadas al filo de la navaja, donde cualquier acción los puede llevar a la cárcel o la muerte. Estas pequeñas narrativas, que se centran en protagonistas de diferentes edades, ocupaciones y escalas sociales permiten generar un panorama de la vida bajo el régimen.
El manejo de historias en paralelo hace que la cinta del director rumano demore en asentar a sus personajes y entender sus motivaciones. Pese a ello, una vez se ponen las cartas sobre la mesa, la red que se forma, pese alguna vez ser forzada, se entrelaza con facilidad en favor de sus personajes.
A lo largo de la cinta, la vida de los protagonistas se irá entrelazando en medio de sus tonos grises, tan desalentadores como el momento histórico que viven. El director remarca esa opresión con el uso de un formato 4:3 que encierra y delimita aún más a sus personajes dentro del plano. De hecho, pese a las situaciones absurdas que a veces puedan vivir, el semblante y visión del presente suele ser poco optimista, oscura y fría. El único lugar que tienen para expresarse con libertad es el interior de sus casas, y aun así deben tener cuidado de no hablar muy alto.
De los seis relatos, el más cautivador resulta el de Florina Miu, interpretada por Nicoleta Hâncu. Ella encarna a una actriz que debe sustituir a una desertora (aunque ella misma es contraria al régimen) en un homenaje televisado Ceauşescu por Nochevieja. Pese a ser un papel que puede darle mayor visibilidad de la que tiene en el pequeño teatro en el que actúa,también significa que todo el país la verá alabar al dictador y convertirse en una traidora a sus propias ideas. Hâncu destaca como una actriz que utiliza los temblores de su cuerpo, la voz y sus movimientos escénicos para exteriorizar la desesperación y el miedo.
Pese al sentimiento de no escapatoria, la chispa para encender la revolución resulta inevitable. Muresanu rompe el plano ficcional para utilizar tomas reales de las protestas de Bucarest, en búsqueda de demostrar que hasta la brasa más pequeña puede traer abajo un régimen si se le aplica la suficiente presión. El año nuevo que nunca llegó usa el cine para hablar de un momento histórico, pero no de los grandes acontecimientos, sino de las vidas de las diversas personas comunes que se vieron obligados a vivirlo.
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