La cinta de Bogdan Mureşanu narra 6 historias que se entrecruzan a vísperas de navidad, en la que se gesta una revolución en Rumania durante la crisis de la Unión Soviética.
Por Francisco Torres FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Esta obra equilibra muy bien su elenco coral, dándole a cada personaje un peso adecuado y mostrando cómo, directa o indirectamente, se relacionan entre sí. Desde el caos de los directores de una televisora navideña que intentan resolver un problema de último momento y terminan buscando a una actriz de teatro, quien vive en el mismo vecindario de un hombre preocupado por su reputación debido a una carta escrita por su hijo, hasta este mismo hombre, que ayuda a un señor y a su madre forzados a mudarse por orden del gobierno.
La estructura de El Año Nuevo que Nunca Llegó (Anul Nou care n-a fost) es sin duda orgánica. El director va tejiendo una especie de telaraña en la que los diversos relatos eventualmente convergen en un solo punto, sirviendo como una catarsis tanto para la nación como para los personajes principales. Evoca esa sensación de cómo, en la vida real, uno puede cruzarse con alguien sin darse cuenta de todo lo que sucede a su alrededor: un vecino, un familiar, un conocido o alguien del trabajo.
Otro aspecto destacable es la mezcla de humor y drama, con momentos de crítica social expresados a través de la comicidad, abordando temas como la violencia familiar, el abuso de poder e incluso la represión política. Sin embargo, estos temas también se tratan con seriedad, pues el contexto político lo permite. Refleja a una población a punto de experimentar un cambio importante, estén de acuerdo o no. El humor actúa casi como un lenguaje de resistencia, escondiendo verdades dolorosas bajo una capa de ironía y ofreciendo al espectador un vistazo a las vidas atrapadas en la Rumania bajo la sombra de la URSS.
El carácter humano es palpable, pues resulta relativamente fácil identificarse con algunas de las situaciones presentadas, o al menos reconocer alguna similar. Son, en esencia, personas de todas las edades que conviven en un mismo espacio: jóvenes en busca de un futuro mejor, adultos atrapados en preocupaciones laborales o de reputación, y ancianos aferrados al pasado. A esto se suman las interpretaciones del elenco.
A nivel visual, la película captura muy bien los años 80, con un granulado que evoca a las televisoras de la época. Además, el uso de cámara en mano y los acercamientos de zoom en momentos de incomodidad de los personajes aportan una sensación de reacción en tiempo real, similar a la de un falso documental. Esto ejemplifica la vida en Rumania, aunque con la exageración propia de la ficción, lo cual encaja bien con la propuesta.
La edición también es interesante: aunque el guion está estructurado para asegurar coherencia y fluidez, son las decisiones de montaje, que enlazan escenas mediante acciones u objetos similares, las que refuerzan el sentido de continuidad y conexión entre los relatos. Este enfoque mantiene un ritmo orgánico, como si cada corte fuera una pulsación que sostiene la red de relaciones en constante movimiento.
El tercer acto es satisfactorio, ya que ofrece un cierre que responde a una pregunta que muchos se hacen al mirar en retrospectiva un acontecimiento histórico: ¿Dónde estabas cuando sucedió? Cada personaje responde de manera distinta, lo que convierte la experiencia en algo colectivamente enriquecedor.
La cinta de Bogdan Mureşanu presenta una diversidad de historias que se entrelazan con gran solidez. Su naturalidad la convierte en una propuesta audaz que captura los matices de una época difícil, logrando que estos relatos, unidos, resuenen como un eco de nuestras propias vidas.
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