La Semana del Cine de la Universidad de Lima presentó la más reciente película del director japonés Hirokazu Koreeda, que al estilo de clásicos como Rashomon alterna varios puntos de vista.
Por Alberto Ríos FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Hirokazu Koreeda es uno de los directores más galardonados de los años recientes. En 2019 se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes gracias a Asuntos de Familia. Luego de realizar su primera película en Corea del Sur, Broker, el cineasta japonés presentó Monstruo (Kaibutsu), una fábula humanista que explora nuevas temáticas dentro del prolífico cine de su autor.
Monstruo narra la historia de Mugino Minato (Soya Kurokawa), un niño de 11 años que vive junto a su madre viuda, Saori (Sakura And). Sus reacciones, especialmente en el entorno escolar pero también en casa con su madre, resultan ser impredecibles y en ocasiones violentas, al tiempo que muestra una fascinación por conceptos como la reencarnación y los renacimientos. Cuando parece que Minato ha sido objeto de varios tipos de abusos, tanto pequeños como significativos, por parte de varios compañeros y hasta de un desdichado profesor llamado Hori (Eita Nagayama), Saori comienza una cruzada contra la escuela, desencadenando reacciones dentro de una comunidad educativa que lucha por sobrellevar sus propias adversidades y penurias.
El cine de Koreeda ha tenido una temática central: la familia. Bebiendo de grandes referentes del séptimo arte nipón como Yasujiro Ozu, director de clásicos como Cuentos de Tokyo o Cuentos de Primavera, explora la composición de las familias, sus relaciones, sus miembros y comportamientos. Trabaja alrededor de cuestiones tales como: ¿La familia es la que toca o la que formamos? ¿Quién es realmente nuestra familia? ¿Cuáles son los lazos que formamos con las personas que consideramos familia? Sin embargo, pese a estar presente, Monstruo explota otras problemáticas de la sociedad japonesa y su falta de apertura a diversos cambios sociales.
En su nueva cinta, el japonés también recurre a otro gran director del cine japonés como referente, Akira Kurosawa y su Rashomon. Esta es una película que explora la narración fragmentada y cómo una misma historia puede cambiar dependiendo de la subjetividad de quien la cuente. Si al inicio la película de Koreeda nos sumergió en la historia desde la perspectiva de la madre, más adelante recorrerá la visión del profesor de educación física y un vistazo a la directora de la escuela. Reserva para el desenlace un personaje infantil crucial, desde la visión del protagonista. Aunque hay más, es prudente no desvelar los secretos de una trama que busca impactar al espectador con cada cambio de perspectiva.
Una de las virtudes de la cinta es la dosificación que el japonés hace de la información. Nos presenta a los personajes y los acomoda en el tablero de ajedrez de la historia que quiere contar, pero basta un solo movimiento de una pieza para cambiar completamente la visión de la partida y con ello la percepción que desarrollamos del filme. El japonés cocina la cinta a fuego lento y deja que las situaciones se construyan para agregar (o quitar, depende del punto de vista del espectador) capas a la narrativa.
Koreeda nos presenta una serie de problemáticas de la sociedad japonesa, que en muchos aspectos parece haberse quedado en el tiempo: el machismo, la preservación de las instituciones sobre las personas, la formación de los niños bajo el sistema educativo. Es ahí, en medio de tantos puntos de vista, que surgen preguntas: ¿Quién es el monstruo? ¿Lo es el profesor o Minato o Yori? Puede que no lo sea ninguno, aunque en algún momento parece que lo son todos.
Los monstruos en esta película no residen dentro de sus jóvenes protagonistas, sino en el entorno que los rodea: una infancia marcada por el abuso hacia aquellos que no encajan, una presión social por no salirse de lo común, una incapacidad para mostrar empatía hacia aquellos que son distintos, y el temor a expresar sentimientos hacia otros por miedo a ser percibido como diferente. Aquí hay nuevas tangentes en el cine del japonés, pero prima lo que siempre ha caracterizado a su filmografía: el cariño, la empatía y el poder encontrar un lugar en el mundo.
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