A propósito del 50 aniversario del episodio piloto del famoso show sabatino norteamericano, Jason Reitman conmemora la emisión del primer programa con una película que convierte el caos en espectáculo, atrapando la energía de una noche que definió la comedia popular estadounidense.
Por Macarena Céspedes CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND
¿Cómo explicarle a alguien lo que es Saturday Night Live? Si de por sí hoy por hoy ya es complicado, allá en 1975, entre pasillos abarrotados, nervios al límite y un cronómetro que avanzaba sin mirar atrás, un grupo de jóvenes talentos transformó la televisión para siempre. El director lleva al espectador directo al backstage, a los 90 minutos previos del estreno del icónico programa. Es aquí donde la magia, el caos y los nervios se mezclan para dar forma a algo revolucionario. La película no es un documental ni pretende ser una crónica fiel de los hechos ocurridos aquella noche de octubre, es una interpretación del frenesí que se vivió tras bambalinas, entre guiones a medio terminar, vestuarios improvisados y veinteañeros intentando arrancar risas mientras la presión los aplasta.
Lo que más destaca en Saturday Night es su capacidad de capturar esa energía desbordante. El elenco es excepcional, aportando actuaciones que no solo imitan, sino que reimaginan a los personajes reales. Reitman tomó la decisión de pedir a los actores que no investigaran demasiado sobre las personas que interpretaban, logrando así actuaciones que se sienten frescas y auténticas, alejadas de la imitación plana y más cercanas a una reencarnación creativa.
Lo que hace interesante a la cinta de Reitman es su pacing y cómo este no solo refleja el caos de la noche, sino que lo integra en la esencia misma de la narrativa. Logra tener un ritmo bien marcado por un cronómetro en pantalla que avanza inexorablemente hacia el inicio de la transmisión, reflejando la urgencia de presentar el programa a tiempo. Los diálogos rápidos y los "walk-and-talks" laberínticos de la cámara añaden dinamismo, sumergiendo al espectador en una vorágine que no da respiro y que lo hace permanecer sin despegarse de la pantalla, a la expectativa de conocer cómo se dará el inicio de tan ansiado programa.
A nivel humorístico, Saturday Night evita los grandes golpes de risa. No se trata de carcajadas, sino de una comedia sutil, casi introspectiva, que refleja el estilo del programa original. Los personajes se ríen más de sus propios chistes que el público en la sala, y eso, lejos de ser un defecto, es un acierto. Se captura a la perfección la esencia de SNL, donde el humor muchas veces es como una pequeña risilla, más que una carcajada.
Por supuesto, la película tiene sus defectos. Chevy Chase, una figura icónica del elenco original, no logra ser retratado con la chispa altanera y llena de ego que lo caracterizó y que justamente hizo que su participación en el show original dure solo dos temporadas, a diferencia de todos sus demás compañeros del elenco original. Su interpretación palidece frente a la del resto del reparto. Además, el filme asume que el espectador tiene un conocimiento previo de SNL, lo que puede alienar a quienes no estén familiarizados con su historia o contexto.
Si bien algunos podrán criticar la falta de desarrollo de personajes, el fan service o las referencias internas, podría argumentarse que ese es precisamente el punto de la película. Saturday Night no está hecha para los fanáticos casuales que buscan una historia rica en emociones y profundidad. En realidad, es un homenaje al proceso y la energía que dieron vida a SNL, donde la parodia y la imitación son el centro de la comedia.
Aun así, la película dirigida por Reitman logra cumplir su propósito. No es un relato histórico ni una película convencional de comedia, sino un tributo a la energía creativa y al caos que definieron el inicio de un fenómeno cultural. Es una experiencia disfrutablemente caótica, un retrato honesto de lo que significa intentar hacer reír contra el tiempo.
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