Tras llevar algunas semanas en cartelera, toca escribir sobre la nueva película del director Steven Soderbergh, quien, con su modesto presupuesto, les da un nuevo giro a las historias de fantasmas narrando una historia desde la perspectiva de uno.
Por Marcelo Paredes CRÍTICA /CARTELERA COMERCIAL
Rebekah, su marido y sus hijos comienzan a experimentar fenómenos inexplicables tras mudarse a su nueva casa en los suburbios. Serán las extrañas presencias que se manifiestan a su alrededor lo que les hará cruzar la fina línea que separa la realidad de la percepción.
Me pregunto cuánta gente vio esta película pensando que sería una de terror. Es cierto que si algo ha caracterizado a Steven Soderbergh a lo largo de los años es lo ecléctica que es su filmografía, habiendo explorado toda clase de géneros en el camino. Sin embargo, aunque parezca serlo, y sería genial ver que lo haga, a lo que nos enfrentamos ahora no es precisamente una película de terror, al menos en el sentido más tradicional de la palabra. Hay un apoyo en la figura del fantasma, cuyo punto de vista es el que se maneja en todo momento, pero su función no se basa únicamente en “asustar” como si de un mal al que hay que oponerse se tratara. Acá hay algo más.
Siempre, como seres mortales que somos, tenemos dudas sobre qué será de nosotros luego de que la vida llegue a su fin. La fe tiene muchas respuestas frente a eso, dependiendo de la que se elija, aunque si de algo todos estamos seguros es que incluso fallecidos, podemos influir, de algún modo u otro, en el accionar de los demás. La cinta de Soderbergh no busca dar respuestas frente a ese tipo de dudas existenciales sobre el paso del tiempo y la condición humana, como, por ejemplo, David Lowery sí intentó hacer en Una historia de fantasmas (A Ghost Story). En su lugar, lo que él prefiere, junto al guionista David Koepp, es tomar un caso en concreto, como lo es el de una familia evidentemente fragmentada y cómo la llegada de esta presencia buscará reparar sus lazos.
La familia Payne, cuyo apellido curiosamente es una derivación de la palabra “pain” que es “dolor” en inglés, ha sido atravesada por una tragedia que afectó a Chloe, la hija menor. La cuestión es que, lejos de querer buscar una forma de que ella pueda sobrellevar la pérdida y así calmar ese dolor interno, lo que algunos miembros de la familia hicieron es más bien evadir ese problema, quedando alienada en su propio entorno. Será con la llegada a esta nueva casa, donde estos hechos paranormales suceden, que el problema recién comienza a ser tomado en serio.

Es en esa situación que la figura del padre juega un rol importante como su único soporte emocional, ya que es solo él quien, en medio de sus propios problemas, intenta esbozar una idea de qué es lo que la Presencia puede querer al rondar por su casa. Y justamente lo fascinante reside en que no hay una respuesta certera para las interrogantes. Lo que se nos da, mediante diversas reflexiones sobre la vida y la fe, es solo una guía, como para saber qué caminos tomar al momento de abordar un caso como este. No obstante, más que dar una respuesta certera, lo que hay es una suerte de guía para saber qué caminos tomar y no tomar al momento de abordar el caso.
Ahora, entiendo que por los hechos que suceden y las cosas que se dicen, se puede teorizar respecto a quién es esta Presencia. Y puede ser válido pensarlo por lo evidente que resulta, pero, en mi opinión, pensar que la Presencia cumple el rol de alguien en específico sería un error. Desde que la vemos merodear por los pasillos vacíos de la casa al inicio de la película, uno nota que no tenía un objetivo claro, siendo, a lo mucho, una fuerza melancólica que busca sanar algo en el plano terrenal y es recién con la llegada de los Payne que ve una oportunidad perfecta para hacerlo.
Ahí es que se ve que tanto Soderbergh, con su visión y puesta en escena, como Koepp, con su narrativa, no quieren hacer una clásica historia de fantasmas. Toman esta fuerza espiritual, cuyo origen queda libre a la interpretación, para contar algo tan íntimo como es la pérdida, no sólo física, sino también la emocional. Dicha pérdida, como la que Chloe vivió, es la que la distanció de sus seres queridos, producto también de su indiferencia. Por eso mismo es que la película espera pacientemente por estos momentos de catarsis, debido a que esa tristeza, la cual se genera al reconocer lo distanciados que podemos estar unos con otros por la pérdida, pega más fuerte que cualquier susto.
En conclusión, Presencia (Presence), como dije al inicio, no es una película de terror como tal o al menos no en el sentido clásico. Apoyándose de un elemento espectral como parte de este juego que tiene con el fantástico, lo que es de principio a fin es un drama familiar. ¿Y qué busca? Pues quitar desde la raíz el vacío que genera la pérdida para en su lugar unir un hogar quebrado y así escapar de ese laberinto interminable de tristeza e incredulidad ante lo evidente. Sí, es cierto que pudo afinar mejor algunas cuestiones narrativas, como la de los personajes del hijo y de la madre, cobrando una mayor relevancia recién al final, con el cineasta pudiendo explorar mejor las grietas familiares. Fuera de eso, es una buena película
que vale la pena revisar de un director que, cuando se lo propone, sorprende.
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