La ópera prima de Alonso Llosa participa en la competencia de ficción del Festival de Cine de Lima 2020. La película representa la caída de una clase social a través de la comedia.
Fuente: Festival de Cine de Lima
“En cinco años, ya son cuatro edificios que se han aparecido de la nada, ya abiertos al público, y hay tres más en proceso. No paran de construir. Nunca paran” Cita correspondiente a “Más se perdió en la guerra”, del escritor peruano Daniel Alarcón, que aborda el actual contexto que vivimos: la pandemia por la COVID-19. En este relato, el narrador se muestra entre maravillado y orgulloso por la constante actividad que hay –o había– en la ciudad de Nueva York. Dicha actividad se reflejaba en las múltiples obras de construcción que podía contemplar desde su ventana.
Este mismo deseo por urbanizarse se encuentra presente en la ópera prima de Alonso Llosa. La restauración (2020) explora el impacto del boom inmobiliario en Lima. Y las desventuras de Tato, el protagonista, por escapar de la inevitable caída de su clase social. La película sigue una estructura clásica de inicio-desarrollo-desenlace. Emplea el recurso de la voz en off, así como planos panorámicos, de una Lima conformada por altos edificios construidos y por construir. Si Nueva York se caracteriza por sus rascacielos, en La restauración, Lima se caracteriza por sus conjuntos residenciales. “La gente tiene dinero y quiere cumplir su sueño de tener una vivienda propia”, apunta exaltado uno de los personajes del filme. Se trata de un arquitecto y empresario, que aprovecha la movilidad social de cierta clase. La clase media emergente que va adquiriendo, cada vez más, poder económico.
De esta manera, el rostro de Lima cambia y, en este proceso, termina por desplazar a la vieja clase dominante. Este es el caso de la familia de Tato: su madre, Rosa, no solo está confinada en su casa de San Isidro, también está postrada en la cama de su habitación. Y debido a que no puede movilizar sus piernas, requiere de asistencia médica. En contraste, los “nuevos ricos”, como ella despectivamente llama, son esta clase emergente y empresarial. Personas que empiezan a “ocupar” los distritos de las antiguas élites. Esto le provoca rechazo e indignación. Dado que su familia ha vivido allí por generaciones; apartada de las “masas”.
Este discurso elitista –así como los valores y las tradiciones que lo componen– no encuentra asidero ni respaldo dentro del filme. Por el contrario, es motivo de risas por parte del espectador. Entonces, estamos frente a una clase social que no inspira respeto o admiración, sino humor.
Fuente: Festival de Cine de Lima
El protagonista de esta historia es un hombre desempleado y con afición a la cocaína. Luego de divorciarse, Tato vuelve a vivir con su madre, en una de las pocas casas, que aún no ha sido convertida en un edificio más de San Isidro. Ante este crecimiento urbano, ella no se siente maravillada como el narrador de “Más se perdió en la guerra”. Por el contrario, siente rechazo por el nuevo rostro de Lima y sus "nuevos ricos"; pues estos representan una amenaza para ella y su familia. Sin embargo, no advierte que ya perdió su gran fortuna y autoridad en la sociedad. Vive sobre la base de la venta de sus propios bienes y, aunque ella no lo sepa, también está endeudada con la municipalidad de su distrito. Tal como señala la ama de llaves, solo le queda el orgullo a la señora, algo que la película se encarga de desarticular por medio del humor.
El humor en esta película no pretende ridiculizar a la figura imponente de la madre, sino más bien desacredita su saber/poder con cierta indulgencia. En un inicio, la motivación principal de Tato era cambiar su vida y volverse un “nuevo rico”. En el transcurso del filme descubre que solo quiere cumplir y respetar el último deseo de su madre: morir en su casa, rodeada de sus cuadros y muebles importados, arraigada y orgullosa de un linaje que ya no tiene autoridad ni sentido para nadie más que ella. No obstante, Tato no solo se conforma con replicar la habitación de ella, en un arenal ubicado en las periferias de Lima. También recrea, como un director de cine, la “Lima de antaño” idealizada por la madre. Esta Lima cumple una función ideológica similar a la que se encuentra en Tradiciones peruanas de Ricardo Palma. Romantiza, a partir del humor y cierta añoranza por lo pintoresco, el pasado colonial y los inicios de la república peruana. Sin embargo, estas representaciones ocultan un pasado –que se asemeja a la actualidad– desigual y segregacionista.
Fuente: Festival de Cine de Lima
Rosa recuerda con nostalgia los gritos de la tamalera y el mal olor del seco del vecino, convertidos ambos personajes en tipos sociales. Y ante la pregunta de dónde estará la vendedora de tamales, su enfermera personal responde, sin el menor reparo, que probablemente ya está muerta. La reacción de Rosa es clave: se muestra perpleja y, por primera vez, privada de palabras. Pues la realidad –el devenir histórico– irrumpe y agrieta el mundo idílico que quiere atesorar hasta el día de su muerte. A pesar de ello, será el hijo –ese hijo “fracasado” para ella– quien “restaura” su deseo a costa del suyo.
Sin lugar a dudas, La restauración es una comedia que retrata no solo la caída de una clase social, sino que también apunta a reconstituir el vínculo disfuncional entre una madre y su hijo.
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