El coreano Bong Joon-ho, director de la aclamada “Parásitos” (2019), estrenó su nueva película con Robert Pattinson como protagonista múltiple. ¿Está a la altura de su anterior cinta ganadora del Óscar?
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

Cuando el buen Mickey Barnes (Robert Pattinson) firma el contrato como trabajador indispensable uno entiende que está intercambiando su vida por un par de monedas y una vía de escape. Este es uno totalmente ilusorio, claro está, pues la salida de su vida condenada en La Tierra solo termina en una suerte de esclavitud moderna donde ha de trabajar y trabajar y nada más que eso. Mickey, al ser un humano “desechable”, muere y es “impreso” (clonado) para volver a trabajar. Según Bong Joon-ho, entonces, vivir en este sistema capitalista es morir una y otra vez. De la mano de Pattinson, no sorprende que la unión de dos de los más grandes talentos de la actualidad elabore una crítica social aguda con mucho humor, pero también seridad: incluso muertos seguiremos trabajando.
Allí reside la crítica de Mickey 17, una bastante obvia y cínica, pero apoyada en una narrativa que va y viene en distintos tiempos y recortes, actuaciones fenomenales y una comedia bastante sólida. Destaca, por ejemplo, esa caricatura que hace un (justificadamente) exagerado Mark Ruffalo de Donald Trump con ecos de Elon Musk en su papel de Kenneth Marshall, político de tintes ecofascistas. No es nueva ni rebuscada esta asociación si consideramos la representación de sus fanáticos, todos con gorros rojos y dispuestos a morir por su líder, a quien consideran un mesías, así como por la caracterización del mismo Marshall, ensimismado en su faceta de tecnócrata, profeta, colonizador y hacedor de una nueva civilización blanca en el, por su puesto, planeta blanco.
Luego de la firma del contrato, Mickey es llevado a que le expliquen sus labores y su condición de desechable y vemos que atraviesa un túnel lleno de cuadrículas que se asemejan a los nichos de un cementerio. Bong da pistas sobre el destino único al que nos dirige nuestra asimilación al sistema y ser otras (y nuevas) piezas de los engranajes. Aquí se forma otra imagen/símbolo destacable: los demás trabajadores entran dispersos al establecimiento y tras firmar son uniformizados y encauzados (en otras palabras, despojados de identidad) hacia otra zona y avanzan enfilados, lentos, casi muertos, como los hombres tristes de La ronda de los presos de Vincent Van Gogh o los alumnos que serán transformados por “la máquina” en The Wall de Pink Floyd. Esta figura cobra forma de espiral, como si no tuviera fin, al mismo tiempo que su avance mecanizado recuerda a las reses que cuelgan en el matadero. Allí la figura.
Tal despojo de identidad está reflejado muy claramente en el número asignado a cada Mickey renacido. Eso es la mano de obra para quienes están en el poder: números. Un trabajador muere y es reemplazado al instante y nunca pasó nada. Lo vemos en noticias del mundo y en el contexto actual nacional: incendios, accidentes, obras que se caen y desploman, largo y fúnebre etcétera. Pero allá quienes sigan adorando a los jefes y líderes que colocan al resto en tales condiciones. “Ponerse la camiseta” es, entonces, volverse una pieza modular de un ensamble que puede ponerse y quitarse en cualquier motivo a gusto de quien la maneja. Mickey se puso la camiseta (el traje de la tripulación) y lo hicieron trabajar hasta morir 16 veces.
De allí a que la película dé paso a una historia de duplicidades y ambivalencias. Mickey 17 se encuentra con Mickey 18 (ambos interpretados por el multifacético Pattinson) y hay un quiebre en la historia, así como en el protagonista. Su desgano natural es confrontado por la energía de su otro yo. Mientras 17 es manso, 18 es feral, tanto en la cama como en sus opiniones frente al trabajo, a los líderes y demás. Mickey 18, por ejemplo, propone asesinar a Marshall luego de que Mickey 17 agachara la cabeza y le agradeciera por una cena que casi lo mata. Hay dos posturas encarnadas por cada uno de los Pattinson, cosa que Nasha (genial Naomi Ackie) busca aprovechar sexualmente. Esto recuerda a la fenomenal Dead Ringers (1988) de Cronenberg. Cabe añadir que la relación de Mickey y Nasha tiene mucho de comedia romántica y entre los elementos sociales, la película sabe alternar y mezclar sus tonos y sabores con el fin de obtener constantemente una buena salsa (como la Yifa de Toni Collette).

Bong Joon-ho tiene en sus manos una historia que se abre hacia el lado más crítico, de nuevo, de las clases altas y cómo siguen generando capital a partir de las clases más bajas, de los “desechables”. En esencia, estos nuevos parásitos son los mismos, solo que más tecnológicos. En su cinta de 2019 había una familia que estaba en la superficie y otra que estaba en el subsuelo, casi como un doblez perfecto y representación clara de esa mano de obra ignorada y dejada atrás en favor de colocar al frente a quienes se aprovechan de esta. La familia pobre se vuelve el doble de la rica, trabaja el doble, sufre el doble.
En Mickey 17 la idea mitológica del doppelgänger se desarrolla ya no en el terreno de un “yo” rico y un “otro” pobre, sino a partir de lo mencionado en los párrafos iniciales de este texto. La aparición de otro como yo significa la pérdida de mi unidad, de mi identidad y, por consiguiente, de mi humanidad; todo bajo el pesado velo del capitalismo moderno. Así, en su faceta sociológica Bong Joon-ho estudia (en la línea de las máscaras de Goffman) también una actualidad donde la gente establece un “otro yo” en el trabajo, en redes sociales, relaciones interpersonales y en el ámbito público con el fin (y necesidad) de producir y ganar capital, sea económico o social o de otra índole. El establecer “otro yo”, como se vio, deshumaniza. Mickey 17 muestra cómo la gran maquinaria capitalista obliga a crear estas duplicidades y por ende, deshumaniza a las personas.
La película hace énfasis en lo anterior así como en comentar acerca de un mundo moderno miserable donde hemos de ofrecer no sólo nuestro trabajo, sino a nosotros mismos, tal como lo hizo Mickey. Debemos hacer marketing de nosotros, marcas personales y branding para “diferenciarnos”. No es coincidencia en absoluto que la misma idea se le aplique a los ganados vacunos. Recordemos las reses mencionadas al inicio. Todos estamos enfilados a ese camal enorme que es el sistema. No son gratuitos, tampoco, los ecos chaplinescos de Bong mientras dibuja a sus trabajadores como piezas de ese gran engranaje (Tiempos modernos de 1936) o hace parodia de los líderes patéticos (El gran dictador de 1940 — ojo allí también con la duplicidad de Chaplin entre el barbero y el fascista).
Ya son añadidos la comparación del gran alienígena líder de Starship Troopers (1997, Paul Verhoeven) con el de Mickey 17 (o bien con los de Nausicaä del Valle del Viento, de 1983 por Hayao Miyazaki), el paralelo del atentado contra Trump y la bala que rozó el rostro de Marshall, los brazos levantados como un saludo romano trastocado o el hombre de la cámara que lo sigue a todos lados dedicado fervientemente a su propaganda, como un Goebbels de bolsillo. Finalmente, la película alza el puño por los trabajadores y explota a los explotadores. En una realidad donde ser presa y víctima de tal sistema significa no poder escapar y ser perseguido hasta el fin del mundo o hasta otro mundo, Mickey 17 deja de ver al trabajador como un número más y reivindica su identidad como persona parte de una comunidad y no de un trabajo.
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