Lo último de Azazel Jacobs es un drama familiar que saca a luz tensiones del pasado entre tres hermanas que se reúnen debido a la delicada salud de su padre. Entre recuerdos y situaciones dispares buscarán la forma de conciliar.
Por Macarena Céspedes CRÍTICA / NETFLIX
En Las tres hijas (His Three Daughters), Azazel Jacobs nos sumerge en una experiencia íntima de duelo, donde las emociones fluctúan en medio de la rutina cotidiana. El filme se centra en tres hermanas que deben convivir en el pequeño departamento de su padre moribundo, enfrentando no solo la inminente pérdida, sino también las ausencias presentes entre ellas. Jacobs utiliza el espacio y los colores como herramientas narrativas para mostrar cómo las tensiones familiares y las heridas no sanadas afloran en el momento más frágil de sus vidas.
El director, que en posteriores ocasiones ha dirigido a grandes como Michelle Pfeiffer, Tracy Letts y John C. Reilly, logra sacar lo mejor de Carrie Coon, Elizabeth Olsen y Natasha Lyonne. La primera, que justamente es la hermana mayor, abre la película con un monólogo cargado de cólera y resignación ante la salud de su padre. Mientras aparece Olsen que, terminando su periodo de películas de superhéroes, vuelve con fuerza a las tomas de 35mm para ser la digna hermana del medio: mediadora y reprimida. A contragolpe se muestra a Lyonne, con un personaje que recelosamente tiene algo que hacer o decir para exasperar más los nervios de las dos hijas de su padre.
La historia se desarrolla en un pequeño departamento de Nueva York, decorado con una paleta de colores cálidos que, aunque cargada de acaloradas discusiones, nunca se siente claustrofóbica. Jacobs acierta al crear una atmósfera abrasadora en medio de un ambiente emocionalmente denso. Esta dualidad entre la calidez de los colores y la tristeza latente es lo que permite que el espectador experimente un cierto alivio en medio del peso emocional. Rachael, interpretada por Lyonne, contrasta notablemente con su entorno: su personaje se mueve entre tonos fríos, manteniéndose distante y contenida emocionalmente bajo la atenta mirada de sus hermanas.
La dinámica entre las tres hermanas se refuerza en la composición de los encuadres. Al inicio, se las muestra en planos separados, o en el caso de Christina y Katie, juntas, mientras Rachel aparece aislada, reflejando cómo están fuera de sincronía y cómo Rachel permanece distanciada emocionalmente. Sin embargo, a medida que intentan construir puentes tras una confrontación, los encuadres comienzan a reunirlas, en especial a Katie y Rachel, quienes, hasta ese momento, no habían compartido espacio en pantalla. Jacobs logra simbolizar el proceso de reconstrucción de sus lazos, transformándolas de tres hijas a tres hermanas.
A nivel sonoro, el pitido constante del monitor del padre, Vincent añade una cadencia sombría que marca el tiempo, como un latido ominoso en la vida de las hermanas. Los sonidos de Nueva York, combinados con el trabajo meticuloso de los artistas de foley —como el crujido de un cigarrillo que Rachel enciende—, juegan un papel clave en la creación de una atmósfera vívida y cargada de tensión. Esta presencia sonora, junto con los diálogos y el lenguaje en clave que utilizan Katie y Christina, que inicialmente excluye a Rachael, acentúan las divisiones entre ellas hasta que, conforme empiezan a abrirse entre sí, el diálogo se vuelve más fluido e integrador, mostrando cómo se despliega la empatía que tanto necesitan.
El punto álgido de la película radica en cómo se redefine el concepto de familia a lo largo de la narrativa. Mientras Katie, la hermana mayor, ha construido una de tipo más convencional —con una hija que no la escucha y los problemas comunes de una vida adulta—, Christina parece vivir en una burbuja de perfección: es una madre amorosa con una hija pequeña que refleja su propia dulzura. Sin embargo, Rachael, quien ha asumido el rol de cuidadora, representa una visión mucho más compleja de lo que es la familia: para ella, el amor familiar no se manifiesta a través de las convenciones o expectativas, sino en su presencia constante, aunque no comprendida del todo por sus hermanas.
El filme logra hallar momentos de humor y alegría entre el dolor y la pesadez, y Azazel Jacobs equilibra el duelo con escenas ligeras que brindan tanto alivio como reflexión. Por ejemplo, el planteamiento de que, si creciste con hermanos, ninguno tuvo a los mismos padres, ya que ellos cambian con el tiempo y moldean a cada hijo de formas distintas. Con una precisión increíble, Las tres hijas muestra cómo los mismos eventos pueden generar percepciones únicas en cada miembro de una familia. Esta misma sutileza, pero cargada de emociones crudas y actuaciones llenas de incertidumbre, arrepentimiento y sensibilidad, confronta la realidad de las relaciones desgastadas por lo que no se dijo o expresó. En el vacío que deja el ser querido, surge la necesidad de buscar consuelo entre los vivos, de reconectar y de encontrar un nuevo sentido de familia, aunque esté marcado por el duelo y las ausencias.
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