Esta película norteamericana cruza el bajo presupuesto con el humor más bizarro. Solo apta para los amantes del cine más extravagante.
Por Sebastián Zavala Kahn CRÍTICAS /VIDEO ON DEMAND
Fuente: Flipboard
De vez en cuando da gusto ver una película como Lake Michigan Monster (2018), con un millonario presupuesto que brilla por su ausencia. No es que se trate de una película deficiente o tediosa. Más bien, Lake Michigan Monster está “mal hecha” a propósito. Utiliza efectos especiales sencillos y graciosos, así como una narrativa exageradamente absurda, para entregarnos una experiencia rápida, ridícula, e innegablemente entretenida. No pretende ser otra cosa.
Lake Michigan Monster tiene como protagonista al excéntrico Capitán Seafield (Ryland Brickson Cole Tews, director y guionista de la cinta), quien reune a un equipo de expertos para ir al Lago Michigan, y encontrar al monstruo que asesinó a su padre. Inicialmente parece ser una aventura marina llena de personajes intrigantes, como una versión ligera y ridícula de La Vida Acuática de Steve Zissou (2004), de Wes Anderson. La película poco a poco se va convirtiendo en una historia de venganza, enfocada en el personaje de Seafield. El género es más cercano a la fantasía y la ciencia ficción de lo que uno habría asumido en un principio.
Fuente: Medium
Lo que más llama la atención de Lake Michigan Monster definitivamente es su estética y estilo visual en general. Consciente de que no sería capaz de contar esta historia de manera verosímil, Brickson Cole Tews, más bien, decide otorgarle un estilo “a la antigua”: el uso de narraciones en off, animaciones en 2D, maquetas, y un montaje acelerado sirven para narrar las aventuras de Seafield y su equipo. El resultado es innegablemente encantador, haciendo que la cinta se sienta casi como un homenaje a las producciones clásicas de Ray Harryhausen, en las que la creatividad primaba sobre cualquier otro elemento. Ninguna de las secuencias de acción, con monstruos y hasta fantasmas, se ve realista en lo absoluto, pero sí se sienten como una serie de decisiones creativas cohesivas y muy conscientes por parte del director.
Adicionalmente, al manejar un tono absurdo y hasta hiperactivo, Lake Michigan Monster hace de todo por mantener atento al espectador. La imagen en blanco y negro, granulada y llena de rayaduras, le otorga una cualidad casi atemporal a la película, y la edición es rápida y furiosa, haciendo que el espectador no pueda absorber del todo ninguno de los gags o plot points, por más hilarantes que estos sean. Es como ver una película de Edgar Wright en esteroides, más preocupada en el estilo que en la sustancia, pero totalmente consciente de que acá la trama no es lo más importante.
Las diferentes revelaciones en relación al Capitán Seafield hacen que la narrativa nunca se estanque o se sienta redundante. Y los personajes secundarios, aunque menos importantes de lo que me hubiese gustado, están caracterizados de manera suficientemente excéntrica y divertida.
Fuente: Flixist
Lake Michigan Monster funciona mejor como una narrativa grupal que como una historia exclusivamente dedicada a su protagonista, quien a pesar de resultar adorablemente odioso y excéntricamente idiota, no es capaz de compensar la ausencia del resto del equipo. El clímax es previsiblemente exagerado y lleno de giros narrativos sin sentido alguno —como debe ser—, pero a la vez, se siente algo vacío, especialmente en comparación a los dos primeros tercios del filme.
La película utiliza todo tipo de recursos para contar una historia sobre criaturas marinas, traiciones, capitanes farsantes, y mucho más. Claramente, Lake Michigan Monster tiene un público bien definido, aquellas personas que aprecian este estilo tan particular de comedia. Quienes estén dispuestos a ignorar lo inverosímil de su trama y disfrutar de sus efectos especiales, la pasarán muy bien. Después de todo, no todas las películas están hechas para ser tomadas en serio.
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