La última cinta de la francesa Coralie Fargeat fue considerada como una de las películas emblemáticas del 2024. Ahora compite en diversas categorías de los Premios Óscar.
CRÍTICA / MUBI

Previo a alguna fabricación de la autora, una de las primeras imágenes que muestra La Sustancia (The Substance. Coralie Fargeat, 2024) es la estampa de Mejor Guion en el Festival de Cannes. Lo que podría ser una muestra de calidad cinematográfica se vuelve una mera curiosidad mientras avanza la cinta y vemos que en los primeros minutos advierte todas las situaciones que se sucederán luego: el huevo con dos yemas, la estrella de Elisabeth Sparkle, el repetido aviso de “recuerda que son uno”, el mal uso de la sustancia, las consecuencias y demás. Claro, al plantear una premisa tan atractiva es obvio que algo malo ha de ocurrir; sin embargo, no deja espacio para la imaginación del espectador, sino que las respuestas ya están todas preconcebidas.
Como ejemplo está la escena donde Elisabeth Sparkle (Demi Moore) se encuentra a la versión vieja del enfermero que la atiende al inicio. Es notorio que se trata de la misma persona, pero Coralie Fargeat decide asegurar que comprendamos esto de varias formas: planos detalle de particularidades obvias, un flashback innecesario y encima de todo hace que el personaje mismo lo explicite a través del diálogo. Acá Fargeat peca de desconfiar de sí misma y de la audiencia. Lo mismo ocurre hacia el final, cuando Sue (Margaret Qualley) ataca a Elisabeth y entendemos sin esfuerzo que no puede matarla (nos han repetido hasta el hartazgo que no olvidemos que “son uno”, hasta con intertítulos), pero Fargeat cree que no es suficiente y le pide a Sue decirle a Elisabeth que, en efecto, no puede matarla.
Antes que otorgarle al espectador siquiera la chance de elaborar posturas propias sobre lo que ve, la película insiste incesantemente en remarcar todas sus ideas e intenciones, así como en someter a la audiencia a la explicación de todos sus misterios bañados de glitter, luces y referencias. La lectura interesante que alberga la película sobre los dobles y “el otro yo” se disuelve en el mar de citas que presume. La Sustancia concentra sus esfuerzos en recordar al cine de Stanley Kubrick, Alfred Hitchcock, David Lynch, David Cronenberg, John Carpenter, Brian De Palma, John Frankenheimer, Frank Henenlotter, Robert Zemeckis, las películas de Troma, las historias de Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson), El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde), Fausto (J. W. von Goethe) y muchas otras referencias, pero se olvida completamente de Coralie Fargeat.
Si resulta algo tedioso leer tal listado, pues también lo es verlo en pantalla (aunque en ocasiones provoca sonrisas por el atrevimiento constante). Un gran listado de referencias no te hacen una película. Como el ojo de Elisabeth tras la ingesta de la sustancia, la cinta se vuelve un mosaico, un collage. Claro, lo mismo se le podría señala a alguien como Tarantino; sin embargo, hay una gran diferencia entre hacer alusión a películas de ‘serie B’, del cine de explotación, cintas olvidado y fuera del canon para resignificar, y citar casi textualmente a grandes nombres de la historia del cine para no proponer nada que no se haya visto antes. Por otro lado, la combinación de la historia de Dorian Gray y Fausto con claros toques de Hitchcock ya había sido explorada por el también citado Brian de Palma en 1974 con la fenomenal El fantasma del paraíso.
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Fuera de estas cuestiones, La sustancia sabe fácilmente aplicar un estilo visual simétrico y limpio (desinfectado o antiséptico casi), con profundidades de campo y más cuando se trata de un estado de orden en la historia. Ni bien se toca el terreno de lo anómalo se empieza a percibir una fotografía más aberrante, una atmósfera sonora más sugestiva e interpretaciones que tocan la desmesura. Ahí destacan Demi Moore (brilla más que su estrella del Paseo de la Fama en la escena sin diálogos donde está a punto de salir y la inseguridad la lleva a desmaquillarse) y Dennis Quaid en esa caricatura de hombre de negocios patético, ambos por encima de una Margaret Qualley plástica.
La Sue de Qualley se posiciona como el “otro yo” de Elisabeth con el cual debe alternar semanalmente y nunca cruzarse. Estos cambios se dan en el baño (lugar idóneo para cuestionar el cuerpo y la autopercepción), que se transforma de manera muy interesante en una suerte de espacio liminal entre una persona(lidad) y otra. Esa cámara blanquísima y cuadriculada es un umbral entre realidades que coincidentemente tiene al lado un espacio profundamente oscuro y sin límites. El contraste, si bien claro, funciona a la perfección. El doblez de la realidad es el doblez del personaje, y el alter ego de Elisabeth se dibuja también como la protagonista de su propia metaficción que le permite vivir una vida que ella no puede.
Es así que cuando persona y personaje (el ‘yo’ y el ‘otro yo’) coinciden en el mismo nivel de realidad es que La sustancia se desborda y da paso a una insania total al mismo tiempo que por fin asume que coloca al estilo sobre la sustancia (o la falta de esta, valgan redundancias). El código irreal de la película es explotado para dar vida a un monstruo que convierte al objeto de deseo sexual en un fenómeno grotesco que se vuelve contra todos los ojos morbosos de la audiencia (de la ficción y nosotros mismos). Al mismo tiempo, expone con obviedad cómo hasta la personificación del estándar de belleza no se percibe bella y busca alcanzar una mayor e imposible perfección.
Lástima que para alcanzar este final de parafernalia infernal la película va por desvaríos varios. Pareciera que la misma cinta tomó la sustancia titular e intentó rejuvenecer o darse una energía que no tuvo en las dos horas anteriores. La escena final donde el Monstruo Elisasue quiere ser Carrie se volvió bandera del body horror y lamentablemente destacó más por el shock value (impresión, conmoción) que por su humor desvergonzado. Tras un largo rato de sobreexposición, repeticiones, referencias, y subestimaciones, la película tiene un último estertor donde tira todo por la borda y admite sus descaros anteriores para tirar la sustancia sobre todos nosotros.