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"La semilla del fruto sagrado" (2024): algún día se irán

Antes de huir de Irán, el director Mohammad Rasoulof fue perseguido por el Gobierno con el fin de impedir la realización de esta película. La fuerte crítica que les hace no puede pasar desapercibida.


Por Gustavo Vegas Aguinaga                                          CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

“La semilla del fruto sagrado" (2024). Fuente: The Guardian
“La semilla del fruto sagrado" (2024). Fuente: The Guardian

Desde las primeras escenas vemos pequeños gestos que nos advierten lo que sucederá después: el padre, solo, en un ritual que nadie más que él cumple; la madre y las hijas en casa, pues así funciona su hogar y así han vivido siempre. Hasta que algo empieza a arder. Allí es donde Mohammad Rasoulof concentra sus esfuerzos y elabora una crítica interesante a partir de una familia como representación misma de Irán, basado en la idea de esta como la célula básica de una sociedad. La iraní, entonces, se ordena a través del padre y sus deseos. De su trabajo, de su persona, de su palabra y su obra.


El control violento y marcial fundado en la religión que ejerce Irán sobre las mujeres está hábilmente representado en el arma que porta el padre. Una vez que desaparece la pistola, se gatillan una serie de hechos que afirman que ha perdido ese control que le fue otorgado simplemente por nacer hombre. Sus hijas le contestan en las discusiones, le ocultan cosas, se atreven (!¡) a pensar distinto a él. El orden preestablecido se empieza a derrumbar y se suceden las protestas en las calles por la muerte de Mahsa Amini, joven de 22 años que en 2022 fue arrestada por no portar bien su hiyab. Posteriormente, fue asesinada a golpes.


Hay otros asuntos que Rasoulof sabe señalar con maestría. Uno es esa “arma” de las nuevas generaciones en respuesta a las de los opresores: las grabaciones en protestas para tener evidencia del abuso. Contrarios al “blanqueamiento” de las noticias y canales oficialistas y sujetos al régimen, los videos en redes se muestran como una pequeña resistencia que, con distintos alcances y públicos, logran denunciar la realidad que viven. La semilla del fruto sagrado (Dane-ye anjir-e ma'abed) es también una de esas grabaciones. Otro asunto, por ejemplo, son las diferencias ideológicas que se desprenden de las generacionales: padres ultra conservadores versus hijas liberales o simplemente no tan adoctrinadas como los adultos.


De allí que cuestionen todo lo que sucede a su alrededor. Y también la incredulidad de los padres y las acusaciones hacia los protestantes. No es algo propio de Irán, sino también de otros mandatos establecidos a través de una falsa idea de autoridad. Recordemos, por ejemplo, las protestas en Perú de los años recientes donde las fuerzas del “orden” cometían abusos y los videos se esparcían en redes mientras los medios forzaban una narrativa acorde a sus intereses. Y nuevamente los más conservadores cuestionando (insultado, agraviando, “terruqueando”) a los manifestantes. Algo tiene que arder para encender la chispa. En el caso de las hermanas iraníes, son los años de yugo autoritario soportado no sólo por ellas, sino por las decenas de millones de mujeres de su país.


"La semilla del fruto sagrado" (2024). Fuente: Los Angeles Times
"La semilla del fruto sagrado" (2024). Fuente: Los Angeles Times

El padre, que trabaja como juez, procede a investigar a su propia familia con tal de seguir controlándolas cuando sabe que es una situación inevitable. Los tiempos han cambiado. Así, cuando las hijas se rebelan contra su padre, lo hacen también contra su propio país. Aunque quizá no gocen de los frutos, buscan plantar esa semilla que anticipa el título de la película. Ellas son torturadas psicológicamente y llevadas a declarar con vendas en los ojos ante un amigo del padre. Incluso la madre es sometida a tratos similares. El esposo que pierde la confianza en su pareja es la imagen de un régimen que se queda sin aliados y sin credibilidad. De este modo la película llega a su tercer acto: el viaje.


Cuando la familia es obligada a huir de la ciudad es que su dinámica no podrá más y alguien deberá ceder. El padre intenta todavía contener la furia de las mujeres que ya no quieren ni necesitan estar bajo su cuidado y tutela, pero es imposible. Esta parte de la cinta tiene mucho de thriller y terror mientras hay encierros en celdas, persecuciones por el bosque y más. La película llega a su punto más alto cuando la familia, literal y simbólicamente, está en ruinas. A eso los ha llevado el padre; es decir, el sistema actual. A la destrucción de lo que habían construido juntos. Sin embargo, como esas imágenes finales muestran, ellas podrán edificar una nueva vida a partir de los escombros.


Al igual que la ficus religiosa (the sacred fig, como reza el título en inglés), sus ramificaciones terminan por oprimir a la anterior planta/vida, así como las extensiones de su sistema retrógrado oprime a quienes se hallan bajo este. Las tres mujeres buscan quitarse la venda, manifestarse hasta megáfonos frente a una estructura social y política que las sujeta al silencio y la ceguera, a un lado de la historia, del hogar y de la vida. Al final esas ideas retrógradas son aplastadas por sus propios frutos (las hijas vencen al padre, el futuro vence al pasado). Si bien se establece como un pequeño paso, deja una sensación esperanzadora: algún día desaparecerán las malas semillas. Todos ellos se irán.



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