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“La espera” (2023): la maldición de los poderosos

Esta película del español F. Javier Gutiérrez combina el thriller de suspenso con elementos costumbristas para abordar temas como el abuso de poder y las desigualdades sociales. Aunque no del todo redonda, la película se siente ambiciosa, distinta y con un tono adecuadamente crudo. Su inicio es prometedor, pero el desarrollo resulta irregular y el desenlace menos contundente.

Por Sebastián Zavala                                                                       CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

Esta cinta se lleva a cabo en la España de los años setenta, en el campo, en una sociedad dedicada principalmente a la caza. Nuestro protagonista es Eladio (Víctor Clavijo), un hombre que no parece tener un matrimonio particularmente feliz con la ama de casa Marcia (Ruth Díaz), pero que está emocionado por enseñarle todo lo que sabe sobre la caza a su hijo, Floren (Moisés Ruiz). De hecho, después de un tiempo, lo lleva a ser parte de un grupo de caza, el cual es manejado por el aparentemente corrupto Don Carlos (Manuel Morón). Este le pide a Eladio que, en su calidad de secretario, incluya trece puestos de caza en vez de diez en su nueva excursión, lo cual es potencialmente peligroso y sumamente arriesgado. Al inicio, Eladio se niega a cumplir con dicho pedido, pero eventualmente acepta cuando la oferta monetaria demuestra ser muy tentadora.

 

Sin embargo, Eladio termina teniendo razón. Al estar todos esos puestos de caza tan cerca los unos de los otros, las balas perdidas no tardan en llegar, y su primera víctima es el pequeño Floren. Es así que Eladio termina perdiéndolo todo; primero a su hijo, luego a su esposa, y eventualmente la cordura. Comienza a tener pesadillas y ver apariciones, y cuando ya no aguanta más, termina asesinando a Don Carlos, a quien culpa de todas sus tragedias. Es a partir de ahí, pues, que Eladio se ve obligado a esconder sus crímenes, mientras intenta entender por qué pasó lo que pasó, y qué tiene que ver el líder de los grupos de caza (y dueño de las tierras donde habita), Don Francisco (Pedro Casablanc) en todo esto.

 

Si hay algo que destaca en La espera, es el acabado audiovisual y de dirección de arte. Gutiérrez y su director de fotografía, Miguel Ángel Mora, logran otorgarle una estética interesante y atractiva al filme, haciendo uso de elegantes movimientos de cámara, planos de poca distancia focal, y mucho énfasis en rostros y movimientos corporales —todo para resaltar a los humanos que viven en estos parajes desérticos, abandonados, en donde la gente con algo de poder puede abusar del resto sin muchas consecuencias. Y la dirección de arte —el empleo de locaciones reales, la recreación de lugares como bares o casas de campo— le otorga verosimilitud al filme, permitiéndole al espectador sentir lo sucio y cercano y desgastado que es este mundo.

 

Por otro lado, vale la pena mencionar que aquellos espectadores que estén emocionados por ver La espera podrían encontrarse con una ingrata sorpresa. Mucho del marketing de La espera vende a la película como una experiencia de terror casi sobrenatural —el simple hecho de que sea distribuida por Shudder (un streamer especializado en terror) en los Estados Unidos ya trae consigo ciertas expectativas. Sin embargo, no considero que esta película sea de terror tradicional. Sus pocos elementos supuestamente sobrenaturales aparecen durante secuencias de sueño o alucinaciones, y aunque todo por lo que Eladio pasa es verdaderamente horroroso, es presentado de forma bastante naturalista, casual, sin querer causar reacciones viscerales —típicas del terror común y corriente— en el espectador.

En el aspecto visual, la película destaca por su impresionante animación, que presta una atención meticulosa a los movimientos naturales y realistas de los personajes, así como a las sutilezas del ambiente y la atmósfera, con especial énfasis en la iluminación. También merecen mención los diseños de los personajes, fielmente replicados de la historieta de Fujimoto. Estos diseños se alejan con acierto del estilo homogéneo que domina gran parte de la animación japonesa contemporánea y su obsesión por la estética kawaii.


De hecho, es una obra de ritmo pausado, que hace énfasis en las acciones y eventos comunes del día a día. El terror y el descenso a la locura por el que Eladio pasa son transmitidos de forma gradual, mientras nuestro protagonista se mete —aunque sea parcialmente y casi de casualidad— en una suerte de investigación para averiguar por qué su vida se está yendo al tacho. Por ende, se le exige mucha paciencia al espectador —paciencia para aceptar el gradual desarrollo de una atmósfera palpable y sucia, y paciencia para que la verdadera naturaleza del conflicto central se vaya develando poco a poco. Nuevamente; no esperen una historia de horror tradicional porque no es eso lo que les dará.

 

Fuera de las expectativas que el espectador podría tener del filme, el principal problema de La espera es que termina sintiendo muy previsible. El ritmo pausado ciertamente no ayuda. De hecho, le permite al espectador hacer conjeturas sobre lo que eventualmente pasará en el tercer acto, y seguramente, a que tenga razón. Pero una vez que Eladio se queda solo, y queda claro que no pasará nada sobrenatural o particularmente terrorífico, el guion del mismísimo Gutiérrez tiene problemas desarrollando tensión o al menos manteniendo al espectador en suspenso. El desenlace, por ejemplo, debería sentirse inevitable y trágico, pero aparte de eso, también se termina sintiendo demasiado obvio.

 

Lo que sí no decepciona son las actuaciones. Como Eladio, Víctor Clavijo es suficientemente creíble, interpretando al protagonista como un hombre de pocas palabras, analfabeto, que simplemente quiere lo que es justo para su familia y la vida que le queda, pero que es abusado y hasta manipulado por otras personas. Clavijo carga la mayor parte de la película sobre sus hombros, y demuestra tener el talento suficiente como para que el espectador pueda empatizar con este personaje complejo y fallido. Y de los personajes secundarios, solo resaltan Ruth Diaz como Marcia y Moisés Ruiz como Floren. No los llegamos a conocer del todo, pero al menos su presencia es lo suficientemente fuerte como convertirse en el centro emocional de la historia.

 

La espera me dejó con sentimientos encontrados. Por un lado, admiro lo que Gutiérrez ha intentado hacer con su historia, y, de hecho, me gusta que se haya centrado en un contexto y personajes poco vistos en el cine occidental comercial. Pero por otro, no puedo dejar de sentir que esta película pudo ser más; pudo generar sensaciones más viscerales, pudo manejar un ritmo que vaya mejor con la historia, y pudo incluir un desenlace menos previsible. No me arrepiento para nada de ver la película, pero tampoco es que la pueda recomendar al ciento por ciento; ciertamente es ambiciosa y está dirigida con estilo, pero con frecuencia resulta tediosa y redundante. La obra nos dice mucho sobre el rol de la gente de poder en sociedades pequeñas y la forma en que puedan utilizar a los demás, pero siento que pudo habernos contado eso de mejor y más entretenida manera.





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