Lo último de Clint Eastwood es una cinta judicial que aborda dilemas morales sobre la culpabilidad y la justicia. Ya se encuentra disponible en streaming.
Por Alberto Ríos CRÍTICA / MAX
Clint Eastwood ha dirigido a sus 94 años Jurado N° 2 (Juror #2), un drama judicial que podría cerrar una larga y prolífica carrera. Aquí el estadounidense explora temas vistos con frecuencia en su cine, como el concepto de justicia, los dilemas morales y el individualismo, los cuales se hilan con elegancia, pero sin sorpresas.
La película narra la historia de Justin Kemp, un ex alcohólico que está a punto de convertirse en padre. Justin se ve obligado a servir como jurado en un juicio por el asesinato de una mujer en una carretera, ocurrido durante una noche lluviosa y cometido, presuntamente, por su expareja. A medida que el juicio avanza, Justin comienza a sospechar que podría estar involucrado en los eventos del asesinato, enfrentándose a un dilema moral que lo lleva a cuestionar si debe influir en el veredicto, con la posibilidad de condenar o liberar al acusado.
Eastwood presenta un thriller judicial clásico, que sigue patrones e ideas vistos en cintas como 12 hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957), donde un miembro del jurado intentaba convencer a los demás que no había suficientes pruebas para declarar culpable de homicidio al acusado. Justin (Nicholas Hoult), al darse cuenta de su posible implicación en los acontecimientos del crimen, decidirá buscar la manera de que el veredicto de sus compañeros sea “no culpable”, debido a que no quiere que un hombre se vea condenado por un crimen que probablemente no ha cometido.
Al igual que en Anatomía de una caída (2023), los acontecimientos del asesinato serán presentados por medio de flasbacks. Para Eastwood, el principal foco de conflicto no es el veredicto del jurado, sino el dilema moral interno vivido por Justin, interpretado por un Nicholas Hoult manipulador y al borde del colapso nervioso. El cineasta construye casi todos los elementos que veremos en la cinta en los primeros 15 minutos de metraje, sin que esto melle en el desarrollo de la cinta. No se presentan enrevesados plot twists. Tampoco hay grandes monólogos sobre la culpabilidad y la inocencia. La trama se teje en torno al protagonista y a la red de ideas que siembra en el jurado. De hecho, es en la actuación, sus matices y gestos lo que hace que el desarrollo de la cinta cobra su mayor fuerza. Hay momentos en los que la dirección de la mirada o el juego de una mano con una moneda revelen más de lo que los personajes dicen.
Justin percibe que los demás jurados han tomado un veredicto rápido debido a los prejuicios, lo que constituye una crítica al sistema de “pares” en el que operan los juzgados norteamericanos.
Otro personaje que toma gran relevancia en la cinta es la fiscal Killebrew, interpretada por Toni Collette, quien se encuentra sumergida en la política y ha convertido el caso en un foco mediático para su reelección como Fiscal del Distrito. De cierta manera Eastwood también aborda temas como el #metoo y la desaparición de la presunción de inocencia en el imaginario colectivo. De hecho, algunos de los miembros del jurado creen fielmente que el novio fue el asesino por sus reacciones violentas habituales.
Tras centrarse en la culpabilidad de Justin durante gran parte de la película, el guion de Jonathan Abrams omite la votación final del jurado para pasar directo a la lectura del veredicto final. Se deja fuera de cuadro la decisión más importante de Justin. Queda en el espectador ser el juez final de sus acciones.
Filmada de manera simple y directa, sin manierismos excesivos en la cámara, Jurado n°2 critica, muy a su estilo, la eficacia del sistema judicial estadounidense. Eastwood en diversos momentos encuadra a las estatuas de Temis, diosa ciega de la justicia, como la espectadora silente del proceso. Cuando la justicia colectiva y la verdad no parecen ir hacia el mismo camino, ¿qué es lo que queda?