El cineasta Joel Calero, director de Cielo Oscuro y La última tarde, conversó con nosotros a propósito del estreno de su más reciente cinta, La piel más temida, protagonizada por Lucho Cáceres, Juana Burga y María Luque. Joel habló acerca de sus referentes, como Mikhalkov y Kusturica, su visión sobre la época del terrorismo y su trabajo con los actores.
Por Alberto Ríos ENTREVISTAS / CINE PERUANO
La trama de la nueva película de Joel Calero se centra en la historia de Alejandra, una joven que regresa al Perú después de pasar 20 años en el extranjero. Al volver, se entera de que su padre, del que no tenía noticias, está vivo y cumpliendo una condena por su participación en un grupo terrorista..
En una entrevista reciente mencionas que haces cine para honrar a tus influencias. Aparte de Nikita Mikhalkov, a quien has nombrado distintas veces, ¿qué otros cineastas han marcado tu cinefilia?
Mi germen como cineasta tiene que ver con Nikita Mikhalkov. Desde la primera vez que vi Sin Testigos y Pieza Inconclusa para Piano Mecánico sentí una gran conmoción. Luego entendí que era porque su núcleo dramático tiene que ver con la frustración del hombre de mediana edad que ha acabado en la mediocridad. Eso me provocaba un gran temor hacia el futuro. En ese momento la posibilidad de hacer cine era remota y sentía que solo me esperaba el fracaso. Finalmente pude realizar mi primer documental, Palpa y Guapido. El abrazo de la memoria y siento que surge de ver las fiestas que aparecen en Tiempo de gitanos de Emir Kusturica y a sus personajes ebrios, festejando. Esas celebraciones me recordaban a las fiestas patronales en las que participaba en mi juventud.
Otras cintas que han sido importantes son las que componen la trilogía de Richard Linklater, las cuales sirvieron de inspiración para la fotografía de La última tarde. También, desde un punto de vista más técnico, La vida de Adele de Abdellatif Kechiche y Atardece de László Nemes me revelaron diversos recursos. De la misma forma, Guerra fría de Pawel Pawlikowski me inspiró a querer utilizar un blanco y negro de imágenes vivas e intensas en mi próximo proyecto, Álbum de familia. Y aunque no estoy tan familiarizado con el trabajo de Cassavetes como quisiera, películas como Husbands me generan diversas reflexiones sobre la condición humana.
Me parece interesante que es la segunda vez en este mes que un director peruano me habla del blanco y negro de Pawlikowski como una influencia, ¿qué es lo que percibes en este manejo de la fotografía?
No lo sé. Creo que parte de una cuestión sensorial y más en Guerra fría que en Ida. Hay una fascinación, una cuestión sensorial placentera. Recuerdo haber discutido esto con la directora de fotografía, expresándole mi interés por un blanco y negro específico, uno con una vitalidad única. No estoy seguro si este enfoque concentra la historia o la atención en los eventos dramáticos, pero es algo que me intriga profundamente en mi proceso creativo.
Hablaste de Kusturica como uno de tus referentes, creo que eso es notorio en la escena del rito fúnebre en el río de La piel más temida.
Sí, Tiempo de gitanos es, sin duda, la película que más admiro de Kusturica. Mientras escribía esa escena, inevitablemente tenía en mente la de ese director. Me llamó la atención, en particular, la importancia de la música. Desde un principio, imaginé una orquestación andina acompañada de cantos en quechua, lo que me llevó a explorar en esa dirección. A lo largo de mi búsqueda, descubrí cánticos andinos incluso en Argentina. Sin embargo, llegó un momento en el proceso en el que me encontré con un joven violinista de Abancay, cuya destreza al tocar el violín me sorprendió profundamente. Pensé en incorporarlo como músico externo, pero conforme avanzaba el trabajo surgió la idea de que Amiel Cayo podría interpretar la escena, ya que además de actor, posee una sólida formación teatral y una notable habilidad musical. Este hallazgo encajó de manera natural en la trama, ya que resonaba con la escena en la que toca la mandolina, que también está inspirada por Kusturica. Esta vez su personaje tras la muerte del padre de Alejandra se convierte en el único personaje que ella conoce al que puede solicitar algo así.
¿Qué es lo que encuentras en Lucho Cáceres que se ha convertido, digamos, en tu actor fetiche?
A Lucho lo conozco para hacer cine. Tengo que remontarme a la historia de Cielo Oscuro. Cuando lo convoqué nunca lo había visto en persona. Para mí fue abrumador estar en Gamarra y descubrir que media calle lo reconocía. El casting duró tres meses porque no me convencía lo que veía. Volvíamos a realizarlo, una y otra vez, hasta que un día me llamó y me dijo: “Estoy harto, dime si sí o sí no, pero esto ya está siendo indeseable”. Ensayamos mucho. Ahí descubrimos una manera de trabajar. Nos orientamos en la decodificación de una escena a partir de las escenas del plano previo. En el guion y en el rodaje, descubrí lo mismo. No necesitaba que él hiciera nada porque todo lo que hiciera iba a ser remarcado. Había que confiar en la dramaturgia de las escenas precedentes. Te cuento dos anécdotas bien concretas. Estábamos en la segunda semana de rodaje, y el director de fotografía me dijo: “Voy a hacer algo que jamás habría hecho. Lo voy a hacer por la amistad que tenemos y porque el grupo me lo ha pedido. Todos estamos dispuestos a reiniciar la película porque Lucho Cáceres está muy mal, no hace nada”. Y le dije: “Si hay algo de lo que estoy seguro es de que eso es exactamente lo que necesito”. La segunda anécdota tiene que ver cuando él terminó de ver la película por primera vez, dijo: “Es raro porque soy yo, pero no soy yo”. Creo que esa primera película fue significativa para él, porque de ser un actor al que nunca habían llamado para hacer una película, ni siquiera para hacer el casting, de pronto estaba teniendo un papel protagónico y a partir de ese rol estaba haciendo muchas cintas.
Él no quiso actuar en La Última Tarde. Tuvimos una discusión respecto a los temas tratados en el guion. A partir de allí, comenzamos un proceso en el que yo intentaba acercarlo a interpretar al personaje y él me decía que yo era un “terruco encubierto”, hasta que finalmente llegamos a trabajar bien, encontrando que él actuara sin prejuicios, sin estereotipos. Aprecio lo que aporta a las cintas. Siempre digo que cuando alguien elige a Lucho Cáceres no está contratando solo un actor, sino un actor-guionista.
María Luque, quien interpreta a la abuela de Alejandra, es un descubrimiento, y lleva el mayor peso dramático de la cinta. ¿Cómo es que encuentras a esta actriz?
Imaginemos una mujer de 45 años que viste lliclla y polleras. ¿Qué porcentaje de probabilidad existe de que sea abogada o actriz? Probablemente ninguna. Esto es interesante porque refleja cómo existen condicionantes que hacen que una mujer andina no ejerza ciertas profesiones. Por eso, cuando buscaba actrices, no encontraba mujeres con una visión de lo que es la actuación. Esto llevaba a que, al interpretar textos, realizaran una especie de imitación caricaturesca de lo andino, influenciada por cómo se las representa principalmente en la televisión nacional. Las mujeres a las que me acercaba en mercados, como San Pedro en Cusco, estaban desconcertadas y no entendían de qué se trataba. Fue entonces cuando Amiel me habló de un colectivo en Bolivia, formado por mujeres andinas que tenían diversos oficios, pero que los fines de semana trabajaban como actrices. Las contacté, ubiqué y realicé un casting virtual. Elegí a María Luque, pero antes de confirmar su papel, nos encontramos en Cusco, donde pasamos tres días caminando, conversando y conociéndonos. Desde el primer día, tuve la certeza de que era perfecta para el papel, porque encarnaba auténticamente la esencia de una mujer andina, con esa maravillosa fusión del español y el quechua en su habla.
En tu trilogía te acercas a la época del terrorismo, pero muchas veces aparece entre los diálogos, recuerdos, y en reflexiones sobre ella ¿Cómo es el trabajo de tus guiones respeto a este tema?
El conflicto armado interno es algo que se evoca, algo que se recuerda y algo que se cuenta. Por lo tanto, debe tener la naturalidad del diálogo y, al mismo tiempo, la consistencia de la memoria. Cada guion lo trabajo en 8 o 9 versiones, donde me he esmerado en escribir los diálogos. Cuando llega el momento le pido a cada actor que no repita exactamente lo que yo he dicho, sino que lo modifique y que trabajemos juntos en esas modificaciones. Vamos reescribiendo línea por línea, con el objetivo de que el actor imprima su propia prosodia, ritmo y selecciones léxicas. Sin embargo, una vez que hemos construido ese texto, les solicito que lo respeten escrupulosamente en la medida de lo posible.
Pareciera que el mayor temor en los personajes no es el de la protagonista hacia el pasado subversivo de su padre, sino más bien el miedo de quienes vivieron en esta época hacia el presente y sus consecuencias, ¿esa es la piel más temida?
Yo creo que es el miedo en el presente. Implica que eso que ocurrió en el pasado no terminó, sino que sigue perviviendo en la actualidad y por lo tanto es atemorizante. Eso le pasaba a Ramón, quien tenía unas ideas que le impiden poder adecuarse, evolucionar. Nadie lo interpela ni lo encara. Lo vemos encerrado en una muralla de distancia y frialdad, incapaz de acercarse a su propia hija, a pesar de que ella no le ha causado ningún daño. No hay deudas pendientes entre ellos, pero él exhibe un muro emocional, una especie de reclusión afectiva que caracterizaba a los miembros del grupo senderista. También es algo que afecta a Alejandra al darse cuenta de sus orígenes. Esa piel más temida es ciertamente la de la condición andina, ese color, esa “marronidad” que no es bienvenida en este país. Y también la de la filiación subversiva, porque son unos sujetos proscritos de este país
¿Consideras que las consecuencias sociales del conflicto aún están presentes de manera significativa en la sociedad peruana?
Bueno, basta con ver el “terruqueo” como una práctica ideológica y social para comprender que estamos completamente sumergidos en ello. Adscribir a alguien el leitmotiv de “'terruco” es una forma de descalificarlo por completo. Lo grave es que, al hacerlo, no solo descalificamos al presunto “terruco”, sino que también terminamos desacreditando a jóvenes que protestan, a quienes discrepan. Es una situación muy preocupante. ¿Está todo marcado por esto? No, no únicamente por eso, sino por causas más profundas. Resulta interesante pensar que quizás el “terruqueo” sea una forma de racismo. Esto se entrelaza con nuestras taras. Es importante comprender que probablemente las mejores películas respecto a esa época histórica surgirán dentro de 20 años, cuando estemos menos afectados y tengamos el tiempo de procesarla de manera más profunda. Las mejores películas sobre el Holocausto, por ejemplo, han surgido décadas después de lo sucedido, como El hijo de Saúl y Zona de interés.
Es innegable que en su momento, La última tarde generó una serie de discusiones y debates en diversos sectores. Estoy seguro de que pasará lo mismo con La piel más temida. ¿Existe una intención por parte tuya de generar este tipo de conversaciones?
No, ni remotamente pienso en el efecto que puedan tener. Simplemente me enfoco en la historia. Cuando escribo un guion y dirijo una película, no me importa nada más que tratar de hacerla lo mejor posible. Después, por supuesto, cuando la película está lista, sí quiero que sea visibilizada y entonces me esfuerzo por encontrar los discursos que la visibilicen. Recuerdo una anécdota con Lucho, con quien tengo una relación de amor y odio. Por ejemplo, cuando estábamos promocionando La última tarde, él me decía que no merecía que el público me viera porque siempre decía que no me importaba en lo más mínimo el público, y ahora quería que me vieran. Yo le respondía que mientras hacía la película, jamás pensaba en lo que al público le pudiera parecer, pero cuando está lista, por supuesto que intento encontrar todos los recursos para que se visibilice.
El año pasado fuiste una de las voces que más se alzó en contra de la llamada ley Tudela. Justo hace unas semanas salió la declaración de estímulos económicos de 2024, donde se eliminan algunos importantes, incluidos el de postproducción y el de cine experimental ¿cómo afecta esta situación al cine peruano?
Resulta notable cómo la propuesta de Tudela y Cavero comienza a reflejar una corriente política conservadora. Esto se hace evidente en el tema de la censura, que parece ser una preocupación central para ellos, a través de la inclusión de la “promoción de la moral y las buenas costumbres” en las bases. El motor detrás parece ser el miedo a que ciertas películas aborden temas que cuestionen o critiquen el statu quo, como por ejemplo La revolución y la tierra.
Esta situación se vuelve paradójica cuando consideramos que lo que hemos perdido es la consistencia y la coherencia en las políticas culturales. No tiene sentido eliminar el concurso de postproducción cuando ya hay tan pocos premios disponibles para las películas. Es aún más preocupante la simplicidad y la arbitrariedad de algunos criterios, como la calificación basada en cumplir con cuotas de lo políticamente correcto. Esta forma de calificación no solo es injusta, sino que también está desvirtuando el propósito de evaluar una película en función de su calidad cinematográfica. Es como si estuviéramos retrocediendo en vez de avanzar en términos de la valoración del cine peruano. Esta situación es alarmante porque sugiere un retroceso en la promoción de la diversidad y la calidad en la industria cinematográfica del país.
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