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"Flow" (2024): el ruido del silencio

Actualizado: hace 4 días

La flamante ganadora del Oscar a Mejor Película Animada se aparta del bullicio de las grandes productoras y, con un gato como protagonista y sin un solo diálogo en toda la película, explora valores humanistas y existencialistas en una historia que respira aires apocalípticos.



Por Mariano Soto                              CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

"Flow” (2024). Fuente: IMDB
"Flow” (2024). Fuente: IMDB

 

En el principio un gato observa su reflejo sobre la faz de las aguas. Solo así es consciente de todo lo que le rodea, todo lo que conoce. Su entorno y él mismo, sus pensamientos y temores. El charco de agua, aunque estancado, se mueve, vibra, presagio del desastre que vendrá, pero también un reflejo del interior del gato. Atribulado por dentro, pero cómodo en donde está, sin saber, que, de un momento para otro, tendrá que nadar a contracorriente. Así empieza Flow (2024), la más reciente cinta del todista letón Gints Zilbalodis, quien dirige, escribe, produce, anima y hasta compone, acompañado, por primera vez, de un equipo.


La reciente tendencia en la animación de las majors nos ha dejado entregas repetitivas, siguiendo una misma fórmula y un interés particular en la innovación tecnológica, la búsqueda del detalle, el realismo, las físicas o la precisión técnica. En medio de tanto alboroto aparece Flow, la cual silenciosamente logró sobresalir con una propuesta calmada, contemplativa, con un ritmo mucho más pausado de lo habitual y con la ausencia completa de diálogos, algo que ha llamado la atención a más de uno. Al tratarse de una película con un gato como protagonista y un grupo de otros animales que va encontrando en el camino, resulta extraño que no hablen, pero ¿por qué? Estamos (mal)acostumbrados a que las películas animadas le den voz para hablar y hasta cantar a figuras no humanas como animales, juguetes y hasta emociones, por ello salta a la vista (y al oído) un filme con un gato que maúlla, un capibara que gruñe o un perro que ladra. Claro, tampoco se trata de un documental estrictamente naturalista, y aunque estos animales se comporten como tal, sus actitudes representan arquetipos, ideales y valores, estos tienen sus propias personalidades, sueños y temores. Se aparta de la personificación, pero no del antropomorfismo, aunque quede mucho menos evidente. En la travesía de los animales y su intento por sobrevivir, se trabajan tópicos humanistas y existencialistas. Se encuentra una forma de hablar de nuestra especie sin hablar de nosotros.


La película se vale de gestos, miradas, ronroneos y maullidos, incluso de la propia magnificencia de la naturaleza y de una “cámara” que guía con imágenes que dicen más que cualquier palabra. Zilbalodis empieza el periplo de tintes bíblicos de sus animales sin el verbo, porque claro, en el principio era el Verbo y el Verbo era Dios, pero ahora estamos hablando del final. Es un mundo donde el hombre y su lenguaje han desaparecido, la exaltación a sí mismo, al “yo”, se hunde junto con las enormes estatuas de personas cubiertas por el agua. Es una aventura por salvarse de la inundación, pero también un viaje de introspección, y la ausencia de diálogos parece ser la mejor elección, pues los pensamientos suenan más fuertes cuando nadie dice nada. Aquí convergen la música y los sonidos del ambiente para complementar la narración de la historia. Se crea una atmósfera envolvente, capaz de montarte en la barca junto a los animales y experimentar el temor a lo desconocido o la ternura del descubrimiento.   


Acompañado de todo esto, existe una cámara ubicada casi a ras del suelo que fluye junto a los protagonistas, una que atrapa y nos incluye en su éxodo en medio de los aires apocalípticos. Se toma su tiempo en construir sus secuencias, nos va revelando lentamente, a través de hermosas composiciones y un uso magnífico de la luz en la animación, los secretos de este mundo. Hay pequeños detalles que sugieren lo que pudo haber pasado, barcas en los árboles y estatuas llenas de moho, quizás no es la primera vez que sucede algo así, pero eso qué importa, la cámara sigue avanzando y observando a los personajes. Hay un mundo que se queda atrás, que se hunde, pero otro que sube junto con la marea y que eventualmente volverá a bajar. Este tratamiento recoge retazos del cine de Tarkovsky, quien también encontraba en la naturaleza una manera de narrar e intensificar las emociones y pensamientos de sus personajes, y que, además, entendía la importancia del tiempo en una escena y cuanto más se puede decir con el reposo de una imagen.


"Flow" (2024). Fuente: IMDB
"Flow" (2024). Fuente: IMDB

Algo que favorece la inmersión en este mundo perdido, pero aún con fragmentos por descubrir es su similitud con el lenguaje del videojuego. El director sitúa su trazo que asimila la pintura al óleo, esa estética de animación independiente, en un universo que parece ofrecer infinidad de posibilidades y permite vivir esa experiencia de gameplay. De más queda mencionar vestigios de Shadow of the Colossus de Fumito Ueda, de quien se siente que toma gran inspiración. El explorar en mundos enormes llenos de ruinas, misterios y protagonistas que se sienten diminutos antes la inmensidad de lo desconocido se traslada de la consola a la pantalla de cine. Otro mérito del director proveniente de Letonia.


Al igual que el diluvio, las problemáticas que se plantean en la película son universales y se sienten cercanas a nuestro tiempo. El gato, como se menciona el inicio de este texto, tiene miedo, claro está, y se encuentra a sí mismo como su único apoyo. Las estatuas y dibujos de gatos que rodean su vivienda y su tendencia a observar su reflejo no hacen más que acentuar su egoísmo. No es gratuito que al inicio de la catástrofe el gato se esconda en esta casa que funge como oda a su figura y observa desde arriba al perro que espera afuera con total inocencia. Se aferra y se refugia en sí, pero también en las comodidades de una edificación segura, mientras al resto le toca observar desde la otredad. No dura mucho, por supuesto, no hay quien resista la fuerza de naturaleza, la cual estuvo antes que nosotros, y al gato le toca volver a huir. En pocos minutos, la cinta ya planteó ideas que van desde la autopercepción hasta temas de clase social y desigualdad.  


Conforme va avanzando en su búsqueda del lugar más alto para poder escapar del agua, se va encontrando con diferentes animales: un perro, un lémur, un capibara, y hasta un pájaro secretario que traicionó a su bandada por mostrar compasión hacia el gato. El viaje externo continúa y el interno se remarca, debe aprender a convivir en grupo, a superar temores e incluso valorar la importancia de la amistad. También se aprecian elementos como el materialismo reflejado en los lémures y su asombro por los tesoros que encuentran en las ruinas de la humanidad, ideas de democracia al tener que decidir si ayudar o no a un grupo de perros cuando los alimentos en la barca son escasos, o incluso tener que afrontar el duelo y el sacrificio. Poco a poco, se empieza a esbozar la figura de una sociedad. Resulta inevitable, también, pensar en la inmigración. Individuos desplazados de sus hogares contra su voluntad, aquí siendo un desastre natural, pero que, en el día a día, son fuerzas opresivas las que los obligan a buscar la supervivencia en lugares donde deben lidiar con el rechazo e intolerancia. La universalidad de sus tópicos enriquece la cinta y se encuentran a lo largo de todo el discurso, incluso en el lugar de origen de los animales, pues provienen de continentes distintos y alejados entre sí (el lémur de África o el capibara de Sudamérica), pero aparecen juntos en la película. Un pequeño guiño, quizás, a la torre de Babel, sumando otra referencia al imaginario religioso.


Entre tantas de estas alegorías, una que no pasa desapercibida es la figura de la ballena, quien aparece como una suerte de guía o Dios, si se quiere, pero que también emerge como la figura del paso del tiempo o el destino, lo inevitable. Cuando todo se empieza a inundar, esta puede nadar tranquilamente, ignorando el desastre que viven los animales terrestres, pero cuando el agua baja, esta vuelve al suelo y agoniza, para luego mostrarnos, ya cuando nuestra película, nuestra historia ha terminado, como vuelve a nadar por encima de todo. El reinicio constante a lo largo de la historia de la humanidad, auge y caída, la creación y destrucción. Hago un énfasis en la escena en donde el gato encuentra a la ballena agonizando, la cual es un hermoso homenaje al final de Werckmeister Harmonies (2001) de Belá Tarr, cinta de índole caótico y con aroma apocalíptico, una sociedad en declive en medio del caos, el mismo que existe tanto en la creación como en la destrucción. Y si en el principio un gato observaba su reflejo sobre la faz de las aguas, al final de todo, sigue haciéndolo, pero esta vez no se ve a sí mismo, se ve a él y a los amigos que hizo en el viaje, ya no tiene que huir ni correr, el agua ya no tiembla, no hay necesidad de nadar a contracorriente, solo es necesario fluir.




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