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Las películas que nos enseñan: entrevista con Jorge Eslava

Actualizado: 23 jun 2023

En el número 27 de la revista, de este año 2022, conversamos con el escritor y educador Jorge Eslava sobre el cine como medio de educación tanto para escolares como universitarios, a propósito de su libro Mirador de Ilusiones. Entre otros temas, se habló del escaso aprecio que hay en el sistema educativo escolar por las películas.


Por José Carlos Cabrejo ENTREVISTAS / CINE Y EDUCACIÓN

Jorge Eslava. Fuente: Universidad de Lima
Jorge Eslava. Fuente: Universidad de Lima

Además de Mirador de Ilusiones, has escrito obras similares que también muestran una preocupación por el tema educativo. ¿Cómo se vinculan con tu más reciente libro?


Mirador de ilusiones es, ciertamente, un fragmento de un proyecto mayor que está orientado al deseo de capacitar a nuestros maestros. Estoy convencido de que el docente es el agente cultural más importante de una sociedad. Sería ideal dejar a nuestros hijos en manos de un buen docente; culto, sensible y compasivo. Así como me ha interesado la lectura en la escuela, ahora estoy realizando un trabajo en el que trato de abordar otras facetas, desde las artes tradicionales hasta el cómic o el cine. Es en Mirador de ilusiones donde el cine ocupa un lugar central.



¿Por qué el cine sería tan importante para la educación?


Es una necesidad que nace de comprobar que el cine y la música son los productos que más consumen nuestros jóvenes. Los chicos están sometidos a un bombardeo de información, de propuestas; sin embargo, no tenemos un sistema educativo que acoja esos intereses, que abra las puertas de la escuela para que ingresen y esa ausencia debería ser un motivo de reflexión. Está muy bien ver cine, pero sería mejor que se acostumbraran a ver buen cine. A la larga apreciar el cine supone un entrenamiento, un acto de ejercitar la sensibilidad y la reflexión crítica, que es lo que educa. No son dones naturales y la escuela es el ámbito ideal para el aprendizaje de niños y adolescentes.



En una de las últimas ediciones presenciales de la Semana del Cine me encontré con un alumno quien, tras ver El libro de imágenes (Le Livre d’image, 2018) de Jean-Luc Godard, me dijo: “siento que la película me ha pateado la cabeza”. Muchos jóvenes están acostumbrados a un cine popular, pero de pronto puede aparecer la necesidad de encontrar herramientas para entender otro tipo de cine.


No se trata de estar en contra o no de manifestaciones populares, porque después de todo el cine es un producto comercial. Lo que sí puede ser reprochable es que sea primordialmente comercial. Un cine elaborado para un consumo rápido y elemental. Siempre hago la analogía entre la comida chatarra y la nutritiva. Si somos razonables y responsables con nuestro cuerpo vamos a optar de una manera saludable.


Vuelvo a la idea de la escuela como el lugar donde se recibe una brújula para emprender la aventura del pensamiento. Ese chico que te dice “me han pateado la cabeza” es porque sale aturdido del cine, confundido, pero si ve la película un par de veces y conversa con amigos, empieza a esclarecer esos conceptos que están en la nebulosa. Hay una suerte de convocatoria en el arte donde uno, dentro de lo enigmático, se siente atraído y no entiende por qué. Entonces un amigo o maestro le da una guía para descubrir sentidos tal vez ocultos en las películas.


Tuve una experiencia reveladora en 1970. Lo recuerdo claramente, era el año que terminaba la secundaria. En Magdalena, donde vivía, había un cine muy modesto, el Gardelito le decíamos, cuyo dueño era hijo de italianos y siempre ofrecía una cartelera de películas europeas. Vi una película de Claude Sautet titulada Las cosas de la vida (Les choses de la vie, 1970). Me produjo una verdadera conmoción. Un remezón de tener que descifrar una película con un planteamiento técnico que yo no había visto antes. Con planos picados, escenas interrumpidas y dilatados silencios. En aquel momento terminé desconcertado. Me dije: “¿qué me están contando?” Pero de a pocos fui armando ese rompecabezas y empecé a descubrir un placer; esa palabra me parece clave en cualquier arte: descubrir. De eso se trata también la tarea del docente, de conducir y orientar al estudiante hacia el descubrimiento. Esa es una zona de placer profundo: el regocijo que recibimos como espectadores, cuando uno consigue desenmarañar la propuesta y armar las piezas que habían sido alteradas deliberadamente y con un propósito de eficacia en el efecto, de recepción del producto estético.

"Escuela de Rock" (2003). Fuente: Vague Visages Jorge Eslava
"Escuela de Rock" (2003). Fuente: Vague Visages

ENTRE PLATAFORMAS Y REDES


Dicto un curso de lenguaje audiovisual, en el que normalmente muestro películas, y las discuto en clase. No solo los aspectos técnicos, sino también lo que nos tratan de comunicar. El espacio educativo te permite ir más allá, compartir las películas con los estudiantes, y no “desampararlos” en la comprensión de ellas. ¿Cuál crees que es la importancia de estas conversaciones sobre el cine en la educación?


Esas conversaciones a las que convocas a los alumnos me parecen la forma apropiada de enseñar y apreciar el cine. Es lo que se practicaba en los cineclubes. En realidad, te coloca frente a un múltiple sistema de vínculos con el arte. Desde la “fábula”, el qué te cuentan y qué te muestran, hasta el cómo te lo cuentan. A veces conviene detenerse en planos, secuencias, recursos de cámara, porque es el “cómo” está contada la película. Son los recursos que permiten la eficacia narrativa.


Es curioso, pero una de las primeras preguntas que planteaba en clases era: “¿Quiénes van al gimnasio?” El que va al gimnasio sabe lo que cuesta entrenarse; al comienzo no le gusta, le da flojera y le duelen los músculos, pero luego le encanta e incrementa su rutina. Algo similar ocurre con el arte, que es una forma de disciplina intelectual. Uno va probando nuevos ejercicios, fortaleciendo y tonificando la mirada. Conversar con los alumnos sorprende y alecciona, especialmente cuando hay docilidad, en el sentido pedagógico de San Agustín: aquel estado en el que hay disposición para aprender.



Un caso interesante para considerar es el de las redes sociales. Los jóvenes en Instagram o TikTok no solo procesan lo audiovisual frente una pantalla. A la vez realizan productos audiovisuales, sin necesidad de haber pasado por una institución educativa que les enseñe a hacerlo.


Es una proyección, como la sombra de los chicos. A mí me ha costado sangre, sudor y lágrimas aprender este lenguaje del universo tecnológico para las clases virtuales. No uso celular ni participo de las redes. Pero una de las lecciones que la pandemia me ha dado es perderle miedo a la tecnología. Me ha sorprendido. En el curso de Storytelling, por ejemplo, en el que los alumnos crean una historia y luego tienen que convertirla a una plataforma virtual, consiguen hacer unos trabajos en video que me parecen increíbles. Que un estudiante de dieciocho o diecinueve años, incluso en mi curso de literatura, creen un audiolibro con imágenes y música en pocos días… es impresionante. Lo que corresponde a los docentes es capitalizar esas cualidades.


Un ejemplo sencillo podría ser: cuando preparan un audiolibro y utilizan imágenes indiscriminadamente, pues orientarlos a buscar una unidad estética. Proponerles el uso de ilustraciones o fotos, a color o en blanco y negro. Con esa indicación basta y ellos se organizan para buscar la concordancia conveniente. Ese toque pedagógico le corresponde al maestro. Y nada mejor que el diálogo para propiciar cultura. En Mirador de ilusiones el hilo conductor es la mayéutica: está escrito como si diera una clase, con anécdotas y ejemplos. Y cierro cada capítulo con entrevistas a especialistas, bien a críticos o realizadores, que termina por organizar todos los temas planteados.

La Sociedad de los Poetas Muertos (1989). Fuente: FLX Entertainment Jorge Eslava
"La Sociedad de los Poetas Muertos" (1989). Fuente: FLX Entertainment

REVELANDO LA CULTURA DE PAZ


¿Cómo has apreciado las vinculaciones que se pueden hacer entre el cine y la cultura de paz en un entorno educativo?


Mirador de ilusiones es un libro voluminoso y está organizado en secciones. Se abre con una “toma” que presenta un planteamiento teórico y sociológico, contextualizando el momento y planteando algunas categorías del cine. Es seguido por una entrevista y concluye cada capítulo con una amplia muestra de películas. Así abordo, por ejemplo, el tema de la paz y ofrezco una selección de veinticinco películas al respecto. No es el maestro quien va a explicar el concepto, sino que se transparenta a través de una serie de películas, sobre todo en la encrucijada que forja diálogo con los estudiantes.


Al final del libro hay una sección que abre temas diversos de la actualidad y está atravesado por la búsqueda de paz. Aquí propongo cincuenta películas de impronta formativa, como la violencia o las drogas. Ninguna plantea un proselitismo a la barbarie, sino todo lo contrario. Yo creo que el arte te pone el mundo al frente para que lo observes en sus detalles y formules mil interrogantes. Una película como Trainspotting (1996), por ejemplo, deja a los jóvenes impactados. No es un largometraje que dé una lección explícita, lo que muestra es un drama terrible, con esos jóvenes desquiciados, que van a la deriva y que solamente sacian sus vidas con drogas. No hay forma de no terminar horrorizado.


En este momento estamos al borde de una Tercera Guerra Mundial. Uno ve una película como La lista de Schindler (Schindler's List, 1993) o El niño con el pijama de rayas (The boy in the stripped pijamas, 2008) y queda espeluznado ante el holocausto. En el Perú, por ejemplo, hemos tenido una producción interesante sobre el periodo de la violencia política. Una película como La boca del lobo (1988), advierte y plantea una reflexión como ciudadano. Nos revela cuán lejos hemos vivido de las grietas históricas del país. Más que una película que conmueva o agite nuestros sentimientos, nos interpela a optar de manera racional. Cintas como ésta hasta las últimas películas que hemos visto sobre la violencia política terminen siendo más contundentes y profundas que la clase brillante de un profesor.


"Al Maestro con Cariño" (1967). Fuente: Zenda Libros Jorge Eslava
"Al Maestro con Cariño" (1967). Fuente: Zenda Libros

FORMANDO EL AMOR POR EL CINE


El cine también presenta una variedad de constructos ideológicos. Las películas tienen miradas del mundo que pueden ser contradictorias y antagónicas. Toda esta complejidad ante la que nos coloca el cine es justamente la posibilidad de abrir debate, y, de forma directa, mostrar lo terrible del mundo. Creo que el cine, ante todo, tiene una gran fortaleza, que es retratar la fragilidad humana.


Es que el cine es una inmersión dentro de la piel. Y agregaría: una incursión en la conciencia. Hay una dimensión que ni los psicoanalistas han podido descifrar, donde burbujea el gusto, la sensibilidad y el juicio crítico. Ahí es donde se instala el poder del arte y lo paradójico es que mientras nos muestra la fragilidad humana, a la vez nos exhibe su grandeza y complejidad. Yo creo que esa es una facultad del arte, preservar cierta conciencia ética. La poesía, la narrativa o el teatro ingresan a un órgano desconocido de nuestro cuerpo y nos deja una conmoción. Igual con el cine. Cuántas veces sale uno remecido de una película y, no obstante, quieres volverla a ver e incluso compartirla. Es la necesidad que tengo como maestro, por ejemplo, de compartir muchas películas con mis alumnos.


Esta atmósfera de complicidad es lo que uno vivía en los cineclubes. Eran salas muy pequeñas auspiciadas por sindicatos y universidades, y ese apoyo garantizaba cierta línea en la selección de las películas. Al ingresar te entregaban una hoja impresa con la ficha técnica de la película y luego había un presentador del filme, un apasionado como Juan Bullita, que te hablaba de la película con tal exaltación que la gente empezaba a aplaudir… a veces para que detuviera su discurso e iniciara la proyección. Las películas se veían con gran expectativa y terminada la función quedaba una veintena de personas para comentarla. A veces se armaban verdaderas broncas. Durante los años setenta habían alrededor de siete u ocho cineclubes que funcionaban simultáneamente en Lima y crearon una consciencia de cultura, de gusto por arte cinematográfico. Surgieron grupos, revistas, era como formar parte de un posgrado de cine.



¿Tú sientes que todavía persiste en el mundo escolar una visión del cine como arte menor?


Creo que el cine es subestimado por el sistema educativo porque no es comprendido por las autoridades. Yo he dictado cursos en los últimos años a maestros, y siempre hago encuestas que apuntan a saber qué leen, qué películas ven o quiénes son sus cineastas preferidos. Muchos no contestan. Con actores y actrices mencionan uno o dos nombres populares. Su concepción de cine responde a una tendencia francamente comercial. Para ellos, en general, el cine no supera los límites del pasatiempo. Y, por lo tanto, proyectar una película en la escuela significa una pérdida de tiempo. Difícilmente se atreven a pasar una película porque van a ser vistos con recelo por las autoridades. Es la idea de que el profesor está ahorrándose unas horas de clases. No conciben que una película puede ser motivo de reflexión y a veces con un efecto más eficaz que una clase.


En la escuela pública simplemente no se atiende al cine y si alguna vez los estudiantes asisten a una película lo hacen como un acto festivo. Lo mismo que ir al parque de diversiones o hacer una parada en el mall. Es solo un rato de diversión y esparcimiento. Así que el cine sigue siendo visto como un arte menor y no hay la idea siquiera de que algunos directores de cine son grandes intelectuales y artistas.


Además, es curiosa esa visión porque el cine es una suma de varias artes.


Por eso le llaman el séptimo arte. Es la confluencia de varias disciplinas: la danza, la arquitectura, el teatro, la música, la pintura. Y, modestamente, esa es la intención o la misión del Mirador de ilusiones. Por un lado, que el profesor conozca el valor artístico de una película, las múltiples aristas estéticas y sociales que tiene un filme, lo extraordinario que tiene a nivel de texto, imagen y sonido. Por otro lado, una vez reconocidos los valores artísticos, utilizarlos como una herramienta pedagógica para acercarse mejor al universo psicológico de un niño o adulto, y también comprender mejor los comportamientos de una sociedad. Hemos mencionado las guerras, hemos hablado de la violencia política y de las drogas. En todos estos campos los caminos que nos ofrece el arte, como resultado de una mirada vigilante y contestataria, es el camino que nos conduce al entendimiento y la paz, tal vez a la virtud.





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