Aaron Sorkin, quien fuera conocido por ser el guionista de galardonadas cintas como La red social (2010), El juego de la fortuna (2011) y Steve Jobs (2015), vuelve por segunda vez a la silla de director. En esta ocasión, trae junto a Netflix un drama judicial que pone en evidencia injusticias que, poco más de cincuenta años después, aún están presentes.
Por Marcelo Paredes CRÍTICAS / NETFLIX
En la historia de Estados Unidos se encuentra una gran variedad de juicios famosos. Uno de los más destacados tuvo lugar en 1969: siete personas fueron juzgadas por conspirar contra la seguridad nacional. Las manifestaciones por parte de los ciudadanos demuestran sentimientos encontrados que, al igual que los procesados, tienen distintas visiones ideológicas con un mismo objetivo: detener la guerra de Vietnam.
Siguiendo la misma línea de otras obras como 12 Hombres en pugna (1957), En el nombre del padre (1993) o Testigo de cargo (1957), esta cinta presenta los diversos matices que la ética y la moral pueden tener con respecto al modo en que se imparte la justicia. Sorkin conoce claramente a los personajes sabiendo qué es lo que quieren y cómo tendrían que obtenerlo. Es ya aquí que se encuentra un primer acierto, debido a que el espectador no tiene que engullir dicha información en los primeros minutos.
Los diálogos de algunos personajes pueden terminar cayendo en lo expositivo por toda la información que se debe transmitir. Sin embargo, la puesta en escena, a pesar de ser convencional, no es aburrida. La narración no se siente pesada, y los momentos de carga dramática son muy efectivos.
Fue también una cuestión de suerte que hayan sabido aprovechar las coincidencias de la película con la coyuntura actual. Se acentúa más la frustración y emotividad en el espectador al revelarse que lo que pasó hace 50 años es muy parecido a lo vivido en “la era Trump”. Tanto la represión policial hacia manifestantes, como cuestiones aún muy latentes como el racismo, son dos frentes en que los protagonistas luchan para que se haga justicia, a partir de un caso donde los medios tendrían un rol importante junto al poder de la voz de los ciudadanos, presente en diversas escenas de manifestaciones.
En medio de esos paralelismos, la idea de no querer contar la típica historia de “héroes y villanos” se va perdiendo de a pocos, y parece, más bien, que al final Sorkin es seducido por esta ruta tan cliché.
En lo que respecta a las actuaciones, destaca un versátil Sacha Baron Cohen. Si bien en una primera instancia se le veía casi solo como alivio cómico, terminó demostrando que su encarnación de Abbie Hoffman iba más allá de lo humorístico. Yahya Abdul-Mateen II es quien también sobresale, siendo un talento todavía en ascenso. Su actuación, a pesar de no durar tanto tiempo en pantalla, llega a ser impactante.
Por último, habría que mencionar que el trabajo de Sorkin como director, sin ser deficiente, no termina de dar la talla frente a sus guiones. Definitivamente hay una mejora en comparación a su primera película Apuesta maestra (2017). Posee ahora un mejor ojo para la puesta en cámara y el montaje dinámico, lo que es importante considerando que una buena parte de la película transcurre en un solo sitio. Sin embargo, de haber sido dirigida por alguien que anteriormente haya usado un guion suyo, como por ejemplo David Fincher, la experiencia sería, creo yo, más completa. Todo es correcto en el tratamiento cinematográfico, pero no hay nada que destaque más allá de ello.
El Juicio de los 7 de Chicago cuenta con solvencia su historia. A pesar de una ligera pérdida del pulso narrativo hacia el final, es un título cumplidor. De cualquier modo, es importante que cada cierto tiempo aparezcan películas que demuestren que ante cualquier injusticia el mundo seguirá observando.
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