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"El brutalista" (2024): arquitectura de una obsesión

La cinta de Brady Corbet es una ambiciosa exploración visual del trauma y la obsesión que se posiciona como una de las favoritas para los Premios Óscar en diversas categorías.

Por Alberto Ríos                                                                      CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL


"El brutalista" (2024). Fuente: Dezeen
"El brutalista" (2024). Fuente: Dezeen

El cine ha explorado la obsesión y el trauma como motores narrativos para indagar en la profundidad de la psique humana, dando lugar a personajes atrapados en sus propias fijaciones o marcados por heridas emocionales imborrables, o por ambas. En El brutalista (The Brutalist, 2024), Brady Corbet busca tocar ambos temas mediante una obra ambiciosa y monumental que se apoya sobre todo en la fuerza de las imágenes que presenta y también en algunas de las actuaciones mejor logradas del año.


Huyendo de la Europa de la posguerra, el visionario arquitecto brutalista László Toth llega a Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y su matrimonio con su esposa Erzsébet tras verse obligados a separarse durante la guerra por los cambios fronterizos y de régimen. Solo y en un nuevo país totalmente desconocido para él, László se establece en Pensilvania, donde el adinerado y prominente empresario industrial Harrison Lee Van Buren decidirá usar su talento arquitectónico en un ambicioso proyecto personal.


Desde el inicio de la cinta, la película muestra imágenes dignas de una bienal de fotografía y deja claro su planteamiento. La película abre en las sombras, en el interior de un barco que llega a Nueva York en los años 40, como si de El padrino II (1974, Francis Ford Coppola) se tratara. Pero entonces el protagonista, encarnado por Adrien Brody, sale a cubierta y se hace la luz, y desde su punto de vista la Estatua de la Libertad aparece invertida. La llamada tierra de las oportunidades tal vez no sea el lugar prometido y bello que los inmigrantes esperan. Las siguientes casi cuatro horas de metraje se encargarán de demostrarlo.


Poco a poco, el protagonista irá encontrándose con un relato de supervivencia en una sociedad que lo tolera, pero no lo quiere. La virtud de Corbet está en no contar sus grandes temas mediante el diálogo y la exposición teatral, sino mediante la fotografía de Léo Crowley, potenciada por la nitidez, textura y formato que otorga el rodaje en celuloide de 70 mm en formato Altavision. En sí, la puesta en escena del joven director estadounidense es ambiciosa, apoyada en todo momento por imágenes monumentales de un clasicismo que podrían recordar a King Vidor o a cintas como Érase una vez en América (1984, Sergio Leone).


El primer acto antes del intermedio resulta pausado, pero nunca lento. Es una película que se construye a fuego bajo, pero que en todo momento apuesta por lo grande. Allí podemos ver la supervivencia de László como un inmigrante que, en cierta forma, ha sido abandonado. Es un personaje con traumas que lo afectan. Cuando tiene la oportunidad de construir para el millonario Van Buren, se le abren las puertas para recuperar su vida y sus proyectos, aunque pronto queda claro que se trata de un regalo envenenado. La entrada por primera vez a la mansión, grabada en un plano en movimiento en un bosque oscuro y con una música estridente de piano, nos indica que estamos entrando en un lugar de terror, que atrapará a nuestro protagonista y lo consumirá.


"El brutalista" (2024). Fuente: The New Yorker
"El brutalista" (2024). Fuente: The New Yorker

La película no es una cinta sobre la arquitectura, pero sí se apoya en ella para demostrar la personalidad y las ambiciones de sus protagonistas. Adrien Brody da una actuación sumamente física en sus gestos y llena de explosiones emocionales. Es un personaje atormentado por su pasado y que ve su arte como única forma de expresión y de dejar un legado. Poco a poco se irá perdiendo dentro de su mente, igual que se pierde en los laberínticos cimientos de concreto de su obra, como si fuera un personaje de El año pasado en Marienbad (1961, Alain Resnais). Posiblemente su único momento de luz es ante la llegada de su esposa, Erzsébet, que se anuncia mediante un montaje que contrasta una carta con un anuncio acerca de la construcción en Pensilvania. Los sentimientos contrastan con el progreso, las emociones chocan ante el concreto y el acero. El progreso no los acepta.


Luego del intermedio aparecerá su esposa de manera física por primera vez, quien llega mucho después a los Estados Unidos. Felicity Jones, al igual que su marido, es una intelectual desplazada y siente el rechazo social. Parece frágil en un principio, aquejada de un problema físico, pero poco a poco se irá revelando como la voz que intenta sacar a László de su ensimismamiento, revelando una personalidad cada vez más fuerte, dura e imponente.


De por sí, también existe una gran dimensión política en la cinta. El rechazo hacia los inmigrantes europeos es un reflejo del rechazo hacia latinos, musulmanes y otras minorías que actualmente han encontrado en el país de las barras y las estrellas su hogar. No es coincidencia que el millonario que encarna Guy Pearce tenga gestos y expresiones marcadamente trumpianos. En la segunda mitad, László y Harrison visitan una cantera en Italia para buscar mármol para la construcción. La entrada a la mina que descienden es la entrada al infierno, filmada de una manera etérea, con la cámara en movimiento y con un estilo crudo. Ambos personajes llegan a su punto más bajo y mostrarán que quienes tienen poder buscarán cualquier forma para utilizarlo.


Es una película brutalista en su expresión y sentido de puesta en escena. Es la soberanía de las formas y las imágenes sobre el fondo. Brady Corbet hace una propuesta ambiciosa. Aunque algunas decisiones narrativas en la segunda mitad pueden ser cuestionables, la película ofrece múltiples niveles de análisis y se distingue por su propia hipérbole artística. Sus imágenes son siempre fascinantes, siempre grandes, potentes y cautivan al espectador, trayendo de regreso al cine norteamericano una manera de hacer cine propia de su tradición, pero que llevaba perdida desde hace mucho tiempo.




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