La ópera prima de Maïmouna Doucouré ha sido premiada por criticar la hipersexualización de niñas, y a la vez, acusada de explotar la imagen de las protagonistas para establecer su crítica.
Por Camila Flores Fernández CRÍTICAS / NETFLIX
Hace pocas semanas, Cuties (Mignonnes, en su idioma original) se volvía tendencia mundial por el controversial material publicitario que lanzó Netflix a puertas del estreno de la película en la plataforma de streaming. La opinión común sobre la película fue que constituía una apología a la pedofilia. La directora, en su defensa, señaló que la representación de la hipersexualización infantil tiene la función concreta de crítica a la cultura contemporánea. Atravesado el escándalo, cabe preguntarnos ¿es lícito mostrar para criticar?
Cuties cuenta la historia de Amy, una niña franco-senegalesa de 11 años, negra y musulmana. Amy y su madre acaban de mudarse a un barrio pobre en París y pronto tendrán que vivir con su padre y la nueva esposa de este. La crianza religiosa de Amy, dirigida por su madre y su tía abuela, la prepara para convertirse en esposa y madre, atenta y pasiva ante los deseos de su futuro marido y familia. En su nueva escuela, Amy queda fascinada por un grupo de niñas rebeldes que fantasean estéticamente con la madurez sexual, imitan bailes eróticos de internet y planean presentarse en una competencia de danza. Las niñas que conforman el grupo de baile “Cuties” no temen a las figuras de autoridad adultas, a quienes retan e incomodan con su búsqueda de fama y diversión a través de la sensualidad.
La hipersexualización no aparece descontextualizada. En Amy, es una consecuencia directa de estrés familiar, abandono y, sobre todo, el deseo de pertenecer a la cultura predominante. En el espacio secular occidental, las ideas de libertad sexual y el “imperativo del goce” se sobreponen a las tradiciones conservadoras de minorías religiosas desacreditadas ante la mirada globalizada. Amy, en el proceso de descubrir su propia sexualidad, no encuentra sentido a un estilo de vida que trae sufrimiento a su madre (la ve llorar al cumplir su “deber” de contar a su familia y amigos que su esposo se va a casar nuevamente), pero no por ello deja de añorar, como toda persona joven, a ser parte de algo. Al toparse con un grupo que representa lo opuesto a su enseñanza familiar, pero sí lo deseable en la cultura que la rodea, se aferra a este y hace lo que cree necesario para ganarse un lugar.
Quizás en este punto se encuentre la apuesta más ambiciosa de Cuties. Busca señalar la hipocresía de una cultura digital que premia la conducta sexual, para luego normalizar diferentes formas de castigo y humillación para quienes performan de esta manera (un niño en el salón de Amy la agrede sexualmente tras ver sus redes sociales). Esto representa cómo la promesa de liberación que promete la cultura capitalista (que rechaza la tradición en nombre de la individualidad y proyecta a las religiones como antítesis de la libertad), ponen a Amy ante el mismo problema del cual intentaba huir: el control social sobre su cuerpo y su sexualidad.
Así como Amy no comprende los valores de esposa que su madre y su tía abuela quieren inculcarle, tampoco entiende las implicancias de presentarse de manera sexual ante el mundo. Las compañeras de baile de Amy entienden un poco mejor que ella (si bien solo conceptualmente) la pedofilia, y saben utilizarla “a su favor”, para librarse de tener que responder ante hombres adultos. Al estar más familiarizadas con la cultura en la que viven, saben mejor que Amy cómo jugar con su propia imagen en las redes sociales, a manera de no atravesar límites. Mientras, Amy comete errores y excesos que podrían llevar a consecuencias catastróficas. En una de las menos discutidas y más incómodas escenas de la película, el primo de Amy la confronta tras descubrir que ha robado su celular, y Amy comienza a desvestirse frente a él, proponiendo el intercambio de favores sexuales para no ser delatada por su falta.
Cuties va más allá del simple uso de imágenes de niñas bailando en trajes reveladores para moverse hacia un terreno reciente del cine contemporáneo: el descubrimiento de la identidad sexual en tiempos digitales. El uso del baile erótico en la trama, actividad a la que llega Amy siguiendo una serie de actos erráticos, es un modo de explorar un abanico más amplio de temas relevantes: desde la presión sobre las niñas para crecer y ser sexuales, la poco regulada actividad de menores de edad en las redes sociales, la cultura de gratificación inmediata de la era digital, hasta el rechazo paterno y el aislamiento social de migrantes. No es coincidencia que la competencia de baile que Amy ansía durante toda la película suceda el mismo día que la boda de su padre.
En la escena de Cuties, la madre de Amy, elige cumplir con su rol social-cultural de “mujer”, y aun asistiendo a la boda de su esposo, permite a su hija ser lo que es: una niña. Al consentir que Amy no asista a la boda, la libera de tener que lidiar con el estrés familiar con el que ha batallado durante toda la película. La comprensión de la madre parece regresarle, mágicamente, la infancia a Amy. Simbólicamente, la protagonista abandona su vestimenta tradicional senegalesa, así como su traje de baile, y sale a jugar con otras niñas.
La estrategia de representar crudamente un tema incómodo para lograr en el espectador una reflexión crítica no siempre es exitosa. Si bien no podemos decir que Cuties logra ejecutar de manera impecable lo que ambiciona, es definitivamente un intento valioso. Su valor, finalmente, radica en que su provocación visual (incluso el escándalo público que suscitó) nos fuerza a enfrentarnos con una versión intensa y descarada del lado oscuro de la cultura, con el que todos contribuimos, pero que rara vez queremos discutir.
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