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Desde su muy positiva recepción durante el Festival de Cine de Lima, la película de César Galindo, grabada en quechua, busca no solo reivindicar una parte importante de nuestra identidad como peruanos, sino también reafirmar nuestro amor por el cine.
Por Marcelo Paredes CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL
Sistu es un niño que vive en un pueblo andino ubicado en Cusco, en alguna década del siglo pasado, y un día descubre el cine. Su curiosidad por saber cómo son las películas lo lleva a la ciudad más cercana que las proyecta. Tan grande será su asombro que hará todo lo posible para que quienes viven con él puedan también conocer este arte.
La película de César Galindo resulta ya muy destacable desde el cómo retrata cada uno de los espacios, haciéndolo siempre desde una perspectiva amplia y cálida. En todo momento que seguimos a Sistu, sea en el campo o en alguna casa, habrá siempre un resplandor que cubra el encuadre, resaltando la importancia y belleza de lo que vemos. La imponencia de los paisajes como telón de fondo es lo que expresará lo importante que es el lugar en donde se sitúa la historia.
Es desde ese manejo de la puesta en escena discreto, pero efectivo, que el director nos irá llevando a esa principal fuente de luz que da origen a todo: la del proyector de cine. Será esa luz mágica la responsable de revelar esos mundos maravillosos a los que nos puede transportar más allá de nuestra realidad. Este descubrimiento, bajo una mirada infantil, será de un carácter muchas veces lúdico y de constantes preguntas que encontrarán respuestas más que interesantes al ser hechas en un entorno de una mística especial.
El guion es la muestra perfecta de que no hay por qué complicar todo para lograr un buen resultado. Cada hecho está contado de una manera correcta, teniendo que ser dramática cuando tiene que serlo y también divertida si la situación lo amerita. A eso se le suman las menciones de películas clásicas de diversos géneros que históricamente siempre han estado unidos al poder que el séptimo arte tiene en el colectivo, un poder que, como tantos relatos a lo largo de la historia, terminan siendo de un carácter universal.
Ahora, de haber un punto no tan positivo este se hallaría en las actuaciones. Más bien, sin decir que sea negativo, lo más adecuado sería decir que es ambivalente. Por un lado, está el buen trabajo de Victor Acurio como Sistu, que es de esas actuaciones muy logradas por su naturalidad, pero por otro tal vez eso no pueda decirse tanto por el resto de actores, cuyas interpretaciones resultan menos convincentes. Y si dicho aspecto se considera ambivalente es porque al ser en buena parte intérpretes sin formación actoral, es comprensible que tampoco se pueda llegar a capturar del todo una interpretación verdaderamente buena.
Con lo mencionado anteriormente, tal vez solo esté hablando de una pequeña parte de lo que hace a Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo una película tan especial. Hay hechos que marcan nuestra vida que no siempre se rigen bajo la total lógica. Eso fue lo que pasó con Sistu al descubrir el cine como un regalo de la propia naturaleza, encontrando, como muchos de nosotros, esa pasión que queremos compartir con el mundo.
De verdad que es lindo ver que una película impacte tanto y lo haga desde un discurso alentador que tanto se necesita. Un cine poderoso que, como no podía faltar mencionar, reivindica una parte importante de nuestra identidad como peruanos al ser hablada en quechua. Es con casos así que realmente se podrá decir que hay un cine peruano completo que no deja afuera las historias que todos quieren contar.