El reciente filme que lleva consigo el nombre del reconocido director mexicano llegó a la plataforma de Netflix este diciembre, casi como un temprano regalo navideño. La película animada en stop motion es un deleite visual, así como una emocionante historia que ofrece un giro único sobre un cuento bien conocido.
Por Hitoshi Isa Kohatsu CRÍTICAS / NETFLIX
En una noche, borracho y en luto, el carpintero Geppetto (David Bradley) talla una marioneta a partir de un árbol de pino en el que vive un grillo escritor (Ewan McGregor). Un hada (Tilda Swinton) le da vida a esta marioneta, así como el nombre Pinocho (Gregory Mann). El niño de madera llama la atención de muchas ojos menos que benevolentes, incluyendo al Conde Volpe (Christoph Waltz), el director de un circo que busca explotar a la marioneta viviente como su más nuevo espectáculo, y Mangiafuoco (Ron Perlman), un agente fascista que quiere a Pinocho como un soldado inmortal. Ambos buscan moldear al pequeño de acuerdo con sus ambiciones. En otras palabras, lo quieren convertir en un títere obediente, una metáfora bastante apta. Mientras tanto, Geppetto trata de ser un buen padre para Pinocho, aun cuando lucha con sus propios demonios.
Es una serie de sucesos lo suficientemente familiar para cualquiera que recuerde el clásico animado de Ben Sharpsteen y Hamilton Luske para la compañía Disney. Sin embargo, esta versión de la fábula italiana crea su propia identidad, y emplea tantos cambios al cuento de hadas como son necesarios para acomodar una nueva visión y distintas temáticas. Trasladando la obra infantil de Carlo Collodi a la Italia fascista de los años treinta, la película a su vez cambia de una narrativa sobre un niño desarrollando una obediencia ciega a la autoridad hacia una moraleja más compasiva, empática y resaltante de valores juveniles de auto reflexión y pensamiento libre. Puede que la secuencia más indicativa de este cambio de enfoque se encuentre en el equivalente a la “isla de placer” en la película: un campamento militar para la juventud fascista de Italia.
El filme toma el tiempo necesario para crear un diálogo propio sobre el luto, la naturaleza de la obediencia y el valor de pensar por uno mismo, temáticas completamente originales para esta historia, y que son tratados con el cuidado que se merecen. Puede que la manera más efectiva en la que se desarrollan estas ideas sea con el personaje de Pinocho, quien realmente cobra vida en la pantalla. El triunfo mayor de esta película realmente es presentar al personaje titular no como un niño maleducado que solo tiene que obedecer a los adultos a su alrededor, sino como alguien con una mente joven que eventualmente desarrolla las habilidades críticas para pensar de manera independiente, así como la empatía para cuidar de la gente en su entorno. La animación, a su vez, hace de Pinocho un personaje único, desde la manera torpe pero vivaz en la que se mueve hasta las sutiles expresiones que los animadores pudieron tallar en la marioneta. El personaje nunca se mueve o se expresa de manera completamente humana, pero logra transmitir un encanto infantil.
A pesar del título posicionando a Guillermo del Toro como principal visionario del proyecto, no podemos obviar la mano de varios nombres interesantes que aparecen en cargos importantes de la producción. La película fue codirigida por Mark Gustafson, quien sirvió de director de animación para Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox, 2009), y a quien podemos agradecer por la fluidez en los movimientos y el sofisticado trabajo de stop motion, que logra brindar personalidad y carácter no solo a los personajes, sino también a los objetos y escenarios. Asimismo, el guion fue coescrito entre Del Toro y Patrick McHale, creador de la aclamada miniserie animada Más allá del jardín (Over the garden wall, 2014), otra bella y atmosférica producción que lidia con el lado más siniestro de la infancia y la inocencia.
Pinocho termina siendo una película encantadora, tanto en la excelente animación stop motion como en la visión que tiene sobre un cuento ya bien conocido. El guion está escrito de manera compacta, pasando a través de los puntos principales de la historia original, pero tomándose la libertad de desarrollar sus propios temas a su propio ritmo, aprovechando el medio de la animación para crear un mundo mágico que no huye de los lados más duros de la vida.
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