En su tercera película, el director Brandon Cronenberg explora la degeneración del alma en las clases altas, a través de la ciencia ficción y el terror, y de una manera muy personal y turbadora.
Por Hitoshi Isa Kohatsu CRÍTICAS / HBO MAX
El inseguro y fracasado escritor James Foster (Alexander Skarsgård) y su esposa Em (Cleopatra Coleman) se encuentran de vacaciones en la nación ficticia de Li Tolqa, en una combinación de escenarios que remiten a Europa del Este y las islas Polinesias. En su resort conocen a una pareja adinerada, Gabi (Mia Goth) y Alban (Jalil Lespert), quienes los invitan a una excursión fuera de los confines del hotel. Tras cometer un asesinato vehicular, James es sentenciado a la muerte, pero descubre que puede ser salvado si accede a ser clonado para que su duplicado reciba su castigo.
Tras la surreal y perturbadora experiencia, nuestro protagonista es introducido por Gabi a un grupo de turistas adinerados que han hecho de este proceso un fetiche. Están excitados tanto por la adrenalina de verse a uno mismo morir, como por el hecho de que pueden cometer cual crimen deseen, pues nunca tienen que enfrentar las consecuencias. El colectivo pasa vacaciones llenas de asesinatos, drogas, orgías y secuestros.
Cronenberg nos presenta una historia un tanto burda, que explota una metáfora simple, con una indiferencia por la sutileza, aunque la construye con un innegable encanto, y un estilo visual incisivo y repulsivo, que va más allá de las marcas del padre, el gran David. Esa mirada del turismo a países de bajo desarrollo explotado por hedonistas, se encuentra envuelto por luces estroboscópicas, ángulos retorcidos, gore y movimientos de cámara en rotación.
Esto no es resaltado para decir que el largometraje solo atrae por aspectos superficiales. Más que eso, estos rasgos se combinan perfectamente con el núcleo narrativo. Mientras que el personaje de Skarsgård se adentra al retorcido mundo del relato, la cámara lo acompaña para reflejar su estado mental. Debido a estamos ante un tratamiento del horror psicológico, el viaje en que el personaje se encuentra se define por una constante desorientación, una falta de entendimiento de lo que realmente está sucediendo a su alrededor.
Esto se refleja especialmente en la manera en la que la sexualidad es representada en pantalla, con cortes abruptos, flashes de luz y una cámara que marea. Genera un enfermizo matrimonio entre la atracción y la repugnancia, trayendo a la memoria los trabajos de un director como Gaspar Noé. Si no se encuentra en escenas psicodélicas, la sexualidad es siempre una fuente de tensión, angustia y estrés.
Skarsgård hace un maravilloso trabajo como los ojos a través de los cuales vemos los sucesos de esta película. Una excelente performance como un neurótico y pusilánime protagonista llevado hasta los límites de su cordura, con toda la intensidad que ello implica. Asimismo, se ha de mencionar a la contemporánea scream queen Mia Goth. Si uno ha visto su rol previo, Pearl, entonces sabe que Goth es una presencia explosiva en pantalla y en el papel de Gabi la actriz pasa de seductora a repulsiva en un abrir y cerrar de ojos.
Empaquetado en un singular estilo que busca tanto aturdir como estresar al espectador, Muerte Infinita (Infinity Pool) ofrece una intensa sátira del turismo, que no escatima en su absoluto asco por quienes explotan sus privilegios. Logra elevar su contenido a través de su ingenio visual y el talento de sus actores principales.