James Wan regresa al género de terror con un extraño filme sobre las relaciones entre el cerebro y el cuerpo, acompañado de varios matices propios del cine de acción.
Por Hitoshi Isa Kohatsu CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL
Tras el asesinato de su abusivo esposo, Madison (Annabelle Wallis) empieza a tener sueños, más bien visiones, de asesinatos. Perturbada por la naturaleza de estas supuestas alucinaciones, busca respuestas con el apoyo emocional de su hermana Sydney (Maddie Hasson). Por supuesto, sus problemas se complican por la presencia de dos detectives (George Young y Michole Briana White) que investigan el rol de Madison en estos asesinatos, así como por la reaparición de una siniestra figura de su pasado llamada “Gabriel” (Ray Chase).
Para los aficionados del terror, pueda que ver regresar al director de las primeras dos películas de El Conjuro al género, tras dirigir Aquaman (2018), sea un deleite, pero el filme en sí resulta más que un tanto desigual. No se puede evitar esa sensación de que el terror simplemente no llega a realizarse en todo su potencial. Los iniciales treinta minutos del largometraje en especial se mueven a una velocidad adormecedora. Pero una vez que pasa esa primera media hora, la película toma un ritmo mucho más dinámico y se introducen efectos visuales que crean una experiencia más excitante.
Con este cambio, aparecen varios elementos de acción, realizados con planos de secuencias, movimientos dinámicos de cámara y una coreografía por momentos genuinamente impresionante. Estos ofrecen un mayor estímulo visual, pero no colaboran con la atmósfera de terror o, en realidad, con el terror en sí. Incluso las siguientes transformaciones y mutilaciones corporales no resultan tener el impacto que claramente se deseaba, más allá de lo que se pueda considerar grotesco.
Ello no significa que no haya una miríada de elementos interesantes en el filme. Continúa con esta fobia al propio cuerpo, muy típica del género del terror, y se crea una temática sobre una simple cuestión: si la mente domina el cuerpo, o el cuerpo a la mente. Combinado con esto, se hace un uso de la iluminación de filtro rojo, casi omnipresente en las escenas más tensas del filme. La intensidad de este color en pantalla añade otro nivel de irrealidad, de onirismo que pone en cuestión la cordura de la protagonista y el control sobre su cuerpo. También se ha de añadir que el personaje de Wallis logra generar simpatía y pena, y el vínculo con su hermana es realmente uno de los elementos más fuertes de la trama, el ancla emocional de este relato.
Maligno es una película con una variedad de partes interesantes, pero que no resulta del todo cohesiva. Las escenas iniciales se mueven a una velocidad somnolienta, y las siguiente poseen un dinamismo visual que, aunque entretenido, no logra crear el efecto buscado por el género.
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