Luego del éxito de Tres anuncios por un crimen (2017), Martin McDonagh presenta una comedia negra que aborda la relación entre dos amigos en medio de una olvidada isla de Irlanda en los años veinte. Pese a que la trama, en principio, pueda ser algo simple, es en el subtexto donde aparecen matices interesantes a ser explorados.
Por Alberto Ríos CRÍTICAS / CARTLERA COMERCIAL
Ambientada en una isla ficticia en la costa de Irlanda, Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin) cuenta la historia de Pádraic (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson), cuya amistad se ve rota de forma abrupta cuando Colm decide distanciarse. Un Pádraic atónito, ayudado por su hermana Siobhán (Kerry Condon) y por un joven con problemas llamado Dominic (Barry Keoghan), se esfuerza por reconstruir la relación, negándose a aceptar las negativas de su amigo de siempre.
Sin duda, uno de los puntos fuertes de la película es la interacción entre los dos protagonistas. Martin McDonagh trae de vuelta la química que ya se pudo ver en Unas vacaciones diferentes (2008). En esta nueva cinta, el dúo formado por Colin Farrell y Brendan Gleeson ha tenido una larga amistad, que data de toda la vida. Para uno de ellos, la monotonía y las ganas de terminar por ser alguien en la vida, hacen que decida que el personaje de Colin Farrell es demasiado estúpido como para seguir con su amistad. Toda su relación previa forma parte del fuera de campo. La interpretación de Farrell es de destacar como un hombre mentalmente limitado, pero de buen corazón. Sus gestos, su tono de voz y sus movimientos, todo está correctamente medido.
La vida para Pádraic es simple en esa vieja isla. Pasea a su burra, vende la leche de sus vacas, pasa tiempo con su hermana y su único pasatiempo es pasar todos los días a las dos de la tarde a buscar a Colm e irse juntos al pub a tomarse unas pintas de cerveza negra hasta volver a sus casas completamente ebrios. Ahora, se encuentra solo y se niega a entender el por qué. Para Doherty, el motivo es simple: ya no quiere ser más su amigo. Como menciona uno de los personajes “parecen niños de 12 años”. Tal vez, en el fondo, nunca dejaron de serlo.
Ese es el detonador para una escalada de tensión entre los dos personajes que llegará a la violencia de forma muy rápida, y que pondrá en evidencia lo frágil que puede ser la masculinidad tóxica. El director mezcla un drama lleno de reflexiones sobre la soledad, la monotonía de la vida en una isla, la amistad entre hombres y la búsqueda de un legado con momentos de comedia negra. Muchas de las discusiones y momentos de tensión entre los dos protagonistas se dan en medio de un tono humorístico que esconde dolor, decepción e ira. Pero todo es visto y trabajado con una tranquilidad audiovisual, en un filme bastante pausado para su trama, pero que demuestra un dominio del tono que quería manejar el realizador inglés. Se puede notar un estilo mucho más pulido luego de Tres anuncios por un crimen.
La escalada de agresiones, mostradas con una crudeza brutal, lleva a que los personajes pierdan el eje. El último tercio tiene un espíritu mortuorio, mostrado por los augurios de un personaje, que aparece como si de un oráculo o una moira se tratase. La fotografía, aprovechando los paisajes solitarios y bucólicos, también se utiliza para expresar esta idea de abandono y muerte. Además, son utilizados para expresar de forma externa las sensaciones y sentimientos de los personajes. El contexto histórico, en medio de una época de rebeldía y guerra civil (se escuchan bombas, charlas políticas), también es un reflejo del propio conflicto entre personajes.
Hay dos personajes que buscan el cambio. Colm aspira a dejar todo en su búsqueda por conseguir la inmortalidad. Quiere que su música sea un motivo por el que lo recuerden. No le importa dejar de lado todo lo que ha sido su vida hasta ahora. Por otro lado, Siobhán busca definir su futuro. Alejarse del pueblo. Marcar su propio destino. Al final, termina siendo el personaje que termina mejor parado, es el único que consigue progresar. Pádraic, por su lado, es quien se aferra al pasado, a la vida que conoce, a su monotonía diaria. El conflicto del filme se puede simplificar en la oposición de estas dos miradas: el pasado (mostrado como la vida simple de Pádraic y su cariño hacia lo conocido) se enfrenta a la promesa de un futuro (encarnado por Cam y su búsqueda por generar un legado, progresar y trascender).
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