La épica y última película del maestro Martin Scorsese, protagonizada entre otras estrellas por Leonardo DiCaprio, es uno de los mejores estrenos en lo que va del año, y nos invita a reflexionar sobre la propia obra del director de Taxi Driver y la oscura historia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL
![Los asesinos de la luna](https://static.wixstatic.com/media/f24c57_7d38ea54fa6842eead427208b6cbd84e~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_653,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/f24c57_7d38ea54fa6842eead427208b6cbd84e~mv2.jpg)
Martin Scorsese, a sus 80 años, ha vuelto al ruedo y de la mejor forma posible: con una película enorme en todo aspecto que genera un nuevo pico, otra cumbre en una carrera que ha ocupado siete décadas. Hay un motivo claro por el cual sus últimas 3 películas no bajan de las 3 horas: sabe, desde hace años ya, que está de salida e intenta explayarse a más no poder porque es en esta etapa mayor que se ha dado cuenta que el tren se le está yendo y todavía quiere decir mucho. Ya lo dijo Guillermo del Toro: si Dios le ofreciera acortar su propia vida para alargar la de Scorsese, lo haría sin pensarlo. Y quién no. Ya con El Irlandés (2019), en un registro más personal, narraba y evaluaba toda una vida ahora encontrada en su etapa crepuscular. Esta nueva cinta es otro testamento de esa vida. Cuatro años más tarde, Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon, 2023) forma un retrato y crítica de un país y su historia de violencia sobre la cual se forja.
Al igual que en la titánica Más corazón que odio (John Ford, 1956), el desarrollo y desenvolvimiento de los personajes refleja los diversos rostros de una nación, de un lugar sin ley ni límites en el proceso de modernización y matanza. Es eso lo que trae la modernidad: nuevas tecnologías, nuevos vicios, nuevos males, nuevas formas de matar. El asesinato de los indios de la nación Osage es uno de los tantos perpetrados en Estados Unidos, un ítem más de una muy larga lista. Así como otro wéstern reciente, Los Colonos (2023) del chileno Felipe Gálvez, el proceso de "modernización" es una cara de una moneda cuya otra parte es el genocidio de los pueblos originarios, el borrado casi total, institucional y sistemático de los dueños de las tierras.
Sigo con lo de Más corazón que odio: Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) representa a la aspiración y la mentira del repetido y siempre vendido sueño americano: es el bueno-para-nada de la postguerra (la Gran Guerra) que busca oportunidades en la fiebre del oro negro. Inicia como un torpe sin ambiciones para convertirse después en un torpe enteramente malvado, capaz de hacer cosas impensables con tal de conseguir el ansiado dinero, la fachada de esa vida soñada. Y esto no es más que Scorsese juzgando el clásico modelo estadounidense de llevar violencia y muerte disfrazada de “orden” a esos lugares donde ven intereses económicos o la chance de expandirse geográfica o culturalmente.
![Los asesinos de la luna](https://static.wixstatic.com/media/f24c57_622e92739b04471ea849e1c21974a9a5~mv2.webp/v1/fill/w_980,h_553,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/f24c57_622e92739b04471ea849e1c21974a9a5~mv2.webp)
William Hale (Robert De Niro) es la encarnación tanto del sistema corrupto y vil como de la figura del norteamericano así de falso como perverso: se hace amigo de todos y los ayuda, pero también los mata. Y así ha sido a lo largo de toda su historia nacional. Bien dice uno de los personajes: “es más fácil atrapar a alguien por maltratar un animal que por matar a un indio”. La gran conquista del Oeste es una historia de “civilización” bañada literal y simbólicamente en sangre. La heredera de una fortuna petrolera, Mollie Burkhart (Lily Gladstone), tiene una presencia honda que retrata la inocencia nativa corrompida y disuelta por el hombre blanco y que ahora resulta en una herida (y enfermedad) que la llevará hasta su desaparición.
Los asesinos de la luna muestra el lado oscuro de la historia de Estados Unidos en fondo y forma: un muy largo-metraje de engaños, codicia y violencia. Scorsese se ubica en el centro-sur del país para narrar con melancolía, pasión, tacto, drama y humor esta fábula sobre la capacidad maligna y deshumanizante del dinero y el poder, y también del peligro sin retorno del racismo. Como mencioné líneas arriba, se trató de una discriminación institucionalizada: vemos cómo se normaliza la presencia del grupo supremacista Ku Klux Klan y cómo nadie hace realmente nada ante los asesinatos de indios hasta que le pagan 20 mil dólares al gobierno para que se involucre. Es esta la idea de los hombres malvados, los verdaderos lobos y coyotes, en la cinta: las vidas de los Osage no son importantes, sino el dinero al que están sujetas.
En este relato fronterizo, casi wéstern, se mezclan también los modos de sus películas de gángsters (desde los asesinatos varios que recuerdan a Buenos muchachos y Casino y a otra no suya como El Padrino) y hasta los de sus cintas religiosas: vemos el máximo respeto de los Osage por sus costumbres y cosmovisión. La música a cargo de Robbie Robertson (quien hizo el tema principal de El Irlandés) genera ese clásico suspenso y tensión criminal, pero a ritmo del desierto y de la pradera de Oklahoma. El filme nos evoca incluso al drama judicial: volvemos a ver a De Niro en la mesa de los acusados, pero ya no es Ray Liotta quien lo señala.
![los asesinos de la luna](https://static.wixstatic.com/media/f24c57_18f0eae795aa49a98da82832451d9119~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_551,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/f24c57_18f0eae795aa49a98da82832451d9119~mv2.jpg)
Tanto detrás como delante de la cámara Scorsese guarda mucho respeto por la nación indígena y su representación. No hay canción de Cream o de los Rolling Stones que adorne estas muertes. Vemos con solemnidad los cuerpos sin vida de los indios y no hay ninguna estética ni aire neoyorkino que los rodea: no han muerto por su avaricia ni mal vivir, sino bajo la mano de un sinfín de hombres hambrientos de poder. Como señala uno de los miembros del consejo nativo: “no oramos por una vida mejor, oramos por una vida”. En pocas y otras palabras: no viven, sobreviven. Acá entra a tallar con mucha fuerza la escena final y esa aparición, como diciendo: esto que acabamos de ver fue real, en verdad sucedió y a nadie le importó. Estas vidas nunca importaron.
La secuencia final es también una introspección del mismo Scorsese a cómo el cine ha permitido tanto un recuento de hechos históricos y cómo, del mismo modo, ha sido un instrumento para la banalización de la violencia. Las muertes de tanta gente vistas en pantalla se convierten, entonces, en mera ficción y dejan de ser lo que en realidad fueron: muertes. Es así como en la actualidad tenemos comedias sobre dictadores como Hitler y en un contexto latinoamericano, Pinochet. Hasta escenas que retratan sin sensibilidad el dolor de las víctimas de un asesino serial como Jeffrey Dahmer. De este modo, junto a sus más grandes colaboradores, De Niro y DiCaprio, Martin Scorsese reflexiona acerca de la espectacularización de la violencia histórica y de esta herida que no cierra: es esa triste y final puerta apenas entreabierta para mirar con dolor al pasado y pensar…
Comments