A fines del siglo pasado, tiempos muy lejanos de la aparición del largometraje de Greta Gerwig sobre la famosa muñeca de Mattel, una película de animación peruana giró sobre el personaje de Barbie, y lo hizo de una manera provocadora, con un humor transgresor inimaginable en estos tiempos.
Por José Carlos Cabrejo CRÍTICAS / CIRCUITO ALTERNATIVO
Hay que ver La Farándula de Cristian Cancho para creerla. Si alguien nos contara que existe un largometraje de más de una hora con sus características, nos parecería algo imposible, absurdo, inconcebible. Con muñecos de la colección de Barbie, así como con otras figuras de acción como los Trolls o las del videojuego Street Fighter, se cuenta en video, con algunas elementales técnicas de animación, las aventuras sexuales de la ya mencionada muñeca y su compañero de siempre, Ken.
Ante la negativa de Barbie de tener relaciones sexuales antes del matrimonio, Ken decide romper su relación y buscar nuevas experiencias eróticas. Sin embargo, Barbie pertenece a una mancha de amigas insaciables, que después de ir a un concierto de Red Hot Chili Peppers, Donnie de los New Kids on the Block, Body Count y de Gem (sí, la del dibujo animado ochentero) en un conocido colegio sanisidrino, decide ensayar ciertos actos perversos con el caballo de una de ellas, interpretado en una de las tomas, aunque no lo crea, por un perro de verdad. Ken no se queda atrás, y sus amigos, tan o más obsesionados que las amigas de Barbie por el sexo, vejan al ex integrante de la popular banda de pop norteamericana.
Pero, de pronto, el pecado llega a ser castigado. Un cercano de Ken orina sobre la tumba del mismísimo Jason, el de la saga Viernes 13, lo que hace que el monstruo resurja de la tierra a buscar venganza, matando en su camino a Bart Simpson, quien se atrevió a gastarle algunas bromas pesadas. Todo contado con un lenguaje soez, que parece salido de la boca de un chico malcriado de secundaria.
¿Qué cosa es La Farándula? ¿Una comedia porno? ¿Un homenaje desfachatado y obsceno a las animaciones de Gerry Anderson? ¿Una burla perversa contra las figuras de la niñez? La mejor manera de definirla es como una cinta de chacota, de ánimo “chonguero”, para pasarla tan bien como cuando alguien está con sus amigos hablando las más alucinantes sandeces después de haber ingerido varios vasos de cerveza.
La Farándula también es una especie de culto a la amistad, realizada con juguetes y las voces de los propios amigos del director, a lo largo de cuatro años y llegando hasta la autoparodia. Incluso, él mismo aparece representado por un muñeco en la película. El Cristian Cancho personaje, al enterarse de la muerte de un amigo suyo a manos de Jason, ofuscado, afirma: “¡Chucha!, perdí una luca”.
En estos tiempos, La Farándula sería una película prácticamente imposible de hacer, por sus referencias a viejas formas de representación como el blackface, o a ciertas expresiones abominables de la sexualidad, que en medio del tono disparatado no dejan de ser, sobre todo hacia el final, una sutil radiografía de esa sociedad limeña que deja cualquier delito impune por el poder del dinero. Se pudo ver el año pasado en el Festival Lima Alterna, y es un título muy difícil de encontrar por otros medios.
Este texto es una versión extendida de una crítica publicada en el número 7 de la revista Tren de Sombras (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2006, página 10).
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