La película “La apariencia de las cosas” es emblemática de ese cine de terror que cede paso al drama y los mensajes trillados.
Por Rodrigo Bedoya Forno CRÍTICAS / NETFLIX
De un tiempo a esta parte, el cine de terror ha tenido algunos exponentes que, no contentos con ofrecer lo que el género suele ofrecer (ambientes inquietantes, espacios lúgubres, presencias sobrenaturales, el enfrentamiento entre la racionalidad y la posibilidad de que haya algo más allá), le agregan una dosis adicional de temas, para que los elementos del terror expresen preocupaciones más profundas y actuales, como la disfuncionalidad familiar, las tensiones raciales, las diferencias culturales, la vejez, la niñez y un buen número de etcéteras.
Esto no es que esté mal per se. Grandes películas de terror han sabido explorar los costados más perturbadores de la psique humana y los miedos sociales de forma brillante. Y muchas hoy lo siguen haciendo. El problema se da cuando los “temas” se vuelven el centro de la película; y el terror es tan solo una excusa para subrayar y enfatizar las dimensiones más obvias del relato: aquellas que quieren dejar un mensaje e insuflar, como sea, la importancia que se le da, inevitablemente, a tocar asuntos “importantes”, como si el género necesitara algún tipo de legitimización.
De este tipo es exactamente La apariencia de las cosas (Things Heard & Seen), cinta que se puede ver en Netflix y que es dirigida por la dupla compuesta por Shari Springer Berman y Robert Pulcini. La película cuenta la historia de Catherine (Amanda Seyfried), quien decide dejar su vida en Nueva York y mudarse al campo, con su hija infante, para acompañar a su esposo (James Norton). La pareja compra una casa, cerca de la universidad donde el esposo ha conseguido un trabajo como profesor; sin embargo, comenzarán a ocurrir una serie de eventos perturbadores.
La película juega con los paralelismos que permiten las casas embrujadas. De pronto, los ruidos, presencias y hechos extraños que ocurren en la morada son la representación de los problemas de la pareja. Los fantasmas de la casa molestan menos que los fantasmas internos de los protagonistas. Durante un tiempo, Springer Berman y Pulcini consiguen establecer cierto ambiente inquietante a partir de una fotografía en clave baja que va construyendo una tensa y expectante calma. Pero rápidamente, la propuesta comienza a salirse de cauce.
La película decide hacer las motivaciones de los personajes evidentes. Las situaciones son meras ilustraciones que sirven justamente para pintar a víctimas, pero, sobre todo, a villanos de caricatura, sin el menor matiz. El largometraje se vuelve dependiente de los giros de la historia, cada uno más inverosímil que el otro; y todo con la intención de que quede muy claro lo vil, cruel e insensato que puede ser el antagonista. El drama, redundante y machacón, le gana el pulso a los sustos.
Esa apuesta por el trazo grueso hace que el filme pierda cualquier atisbo de ambigüedad o misterio. Ya con el castigo bíblico final no quedan dudas de que La apariencia de las cosas, lejos de usar el terror para asustar, subraya una historia de caída y condena que, de tan obvia y jalada de los pelos, resulta hasta ridícula.
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