La nueva película del director italiano Luca Guadagnino retoma ideas de sus películas anteriores con mejoras, pero continúa sin convencer, intentando conmocionar a la audiencia de la forma más gratuita posible.
Por Marcelo Paredes CRÍTICAS / VIDEO ON DEMAND
Maren es una joven estadounidense que junto a su padre se tienen que mudar constantemente del sitio donde viven por un problema: ella es caníbal. Cansado de la situación, su padre decide abandonarla para que posteriormente la chica decida ir en búsqueda de su madre, atravesando todo el país para lograrlo. En ese viaje conocerá a Lee, un chico de una condición similar, con quien entablará un intenso romance que irá más allá de toda adversidad que se les cruce en el camino.
Las expectativas que tenía hacia esta película eran nulas. Ganó premios en el Festival de Venecia y también se habló mucho por parte de la crítica de lo lograda que estaba, y podía entender por qué había ese gusto, ya que justo buena parte de ese motivo era lo que precisamente a mí me alejaba: Luca Guadagnino.
En los últimos años, el cineasta italiano ha causado furor por sus obras altamente estilizadas, centradas en la obsesión y el deseo, normalmente vistos desde una mirada juvenil. Algo con lo que, en lo personal, nunca simpaticé por lo poco que sus imágenes parecen comunicar teniendo una falsa cercanía de más amor por la forma que por el potencial que puede sacar del contenido.
¿Eso pasa también ahora con su nueva película? Por supuesto que sí, aunque tal vez no tanto como pensaba, siendo quizá, de lo poco que pude ver de él, lo que más me ha gustado de su trabajo. Dicho esto, antes de hablar de lo negativo, brevemente mencionaré algunas cosas que sí me gustaron.
A diferencia de sus dos largometrajes anteriores (Llámame por tu nombre y la nueva versión de Suspiria) se puede sentir que hay algo más de interés hacia los personajes y sus relaciones. La conexión entre Maren y Lee es una que de a pocos se va haciendo genuina, ante la soledad a la que parecían condenados por su condición. Entre lo hecho por ambos, destaca más la presencia de la actriz Taylor Russell, que dota a su personaje de mayor complejidad, entre sus alegrías y frustraciones por su intento de encajar en un mundo que le es ajeno.
La dirección de fotografía es principalmente cálida, pero a la vez “manchada” por el ruido de la imagen que da el granulado, ayudando así a sentir esa atmósfera disonante que se podría esperar de un romance sórdido como el que vemos. Lo mismo ocurre con la banda sonora a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross, que va de melodías acústicas a duros sintetizadores. Detalles técnicos que suman en lo bueno, mas no son suficientes para poder decir que se está frente a una buena película.
Si comenzamos a mencionar lo negativo, estaría lo chocante, en el mal sentido, que la unión entre romance y horror a la larga termina siendo. Si un problema tenía la última Suspiria era la falta de compromiso que tenía haca el género del terror porque antes de eso, pretendía ser otra cosa. En esta cinta pasa algo similar con el romance, y es que al unirlo con algo tan tabú como lo es canibalismo, es como si quisiera darle toques de shock value a una historia que realmente no lo necesita. Es un impacto que termina sintiéndose más gratuito que algo que de verdad resuene en su idea del amor como un asunto muy carnal y de sentimientos intensos.
Ahí aparece el otro problema. También es una road movie que, por lo que se dice, sirve como “exploración del Estados Unidos profundo”. Una exploración que solo se reduce a ver muchas carreteras con radio y televisores, que por ratos transmiten grabaciones de la época en que la cinta sucede, los años ochenta. Esta fue una década caracterizada por su conservadurismo, algo que el director busca transgredir al contrastar sus viscerales escenas con discursos reales que hablan del “progreso” del país. Uno pensaría que al hacer eso, poniendo también uno que otro personaje extravagante en el camino, ya estaría comunicando algo muy importante y la verdad es que no.
Dicho sea de paso, entre esos personajes “destaca” el de Sully, otro caníbal interpretado por un increíblemente sobreactuado Mark Rylance, quien no hace más que dar vergüenza ajena con disparatados monólogos y puestos casi con calzador en el desenlace. Si hay un último problema a notar es lo raro que es su guion, que por momentos, como ya se dijo, quiere ser “chocante”, por otros cursi con sus diálogos muy irreales en torno al amor, y en otros reflexivo en cuanto a los vínculos familiares rotos. Eso último es lo que peor está desarrollado, ya que la búsqueda de la madre es solo un eslabón más en la trama que rápidamente se sacan de encima para dar pie a un final que se alarga demasiado.
Hasta los huesos (Bones and All) es una película que busca belleza en su caos y solo termina siendo más caótica de lo que suponía ser. Su montaje errático e ideas poco inspiradas en torno al amor pasional se resumen a un conjunto de situaciones donde solo algunas logran estar bien logradas. No cabe duda que Luca Guadagnino sea alguien con un visión clara al momento de hacer cine, pero su ejecución sigue sin transmitir esa misma cercanía que dice tener con el espectador.
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