A propósito del estreno de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura (2022), les compartimos esta crítica de cinta dirigida por Jane Campion y protagonizada por Benedict Cumberbatch, en una de sus mejores actuaciones.
Por Rodrigo Bedoya Forno CRÍTICAS / NETFLIX
Con El poder del perro, Jane Campion construye un western basado en personajes opacos, oscuros, sufridos, cuyas intenciones nunca se manifiestan en un primer momento y cuyas acciones siempre parecen tener una segunda intención, casi siempre ligada a la destrucción de ellos mismos o de alguien más. La historia se centra en Phil (Benedict Cumberbatch) y George Burbank (Jesse Plemons), rancheros en la Montana de los años 20. Los dos no podrían ser más distintos: Phil es un “macho” que no oculta sus actitudes violentas y déspotas, mientras que George es más bien tímido y galante. El último se enamora y se casa con Rose (Kristen Dunst), una mujer que tiene un pequeño restaurante y cuyo hijo, Peter (Kodi Smit-McPhee), es despreciado por Phil por su amaneramiento. Cuando Rose y Phil se muden a la residencia de los Burbanks comenzarán una serie de tensiones cada vez más incontrolables.
Lo mejor de la película está justamente en la construcción de este mundo de silencios, tensiones, medias verdades, humillaciones y rebeliones cotidianas, que se van cocinando a fuego lento. Campion va construyendo un universo donde las conductas de los personajes son meras máscaras que esconden un hondo pesar, una personalidad real o sus verdaderas intenciones: el machismo que exuda Phil es en realidad la muestra de su propia incapacidad de aceptarse; detrás de la inocencia de Peter hay en realidad un plan que se va maquinando de a pocos y Rose encuentra un espacio de resistencia al maltrato cotidiano a través del alcohol y de tomar ciertas decisiones en la casa que enfurecen a su cuñado. Los enfrentamientos en la película, sin embargo, nunca son explícitos: se esconden en silencios incómodos, en miradas, en actitudes que parecen tener una intención cuando en realidad tienen otra.
Campion tiene la capacidad suficiente para dotar la película de una tensión pesada, que se puede cortar, donde parece que las intenciones de los personajes van a revelarse en cualquier momento y toda la situación va a estallar. Pero ello nunca ocurre. La desgracia aparece, sin duda, pero lo hace con la misma naturalidad de todo lo anterior, o como si fuera la consecuencia obvia de un engranaje que se fue construyendo desde el primer minuto de la película. Nada es intempestivo en El poder del perro: todo parece programado con extremo cálculo, incluso la tragedia y la muerte.
Le juegan en contra a la película ciertos momentos que, justamente, se escapan de la ambigüedad descrita y buscan ser obvios. El momento de la masturbación de Phil se convierte en una especie de salida del closet melosa, donde la música le da a la secuencia todo el subrayado que no existe en casi todo el resto de la película. Lo mismo se puede decir de cierta secuencia donde la belleza del paisaje es resaltada a partir de movimientos de cámara que crean una belleza de postal, para nada funcional a lo que se busca contar. Son momentos en los cuales pareciera que la película se da cuenta de su propia importancia, y decide resaltarla a cualquier costo. Estos reparos no llegan a arruinar la película, pero hacen que uno la sienta un poco impostada, demasiado consciente de sus propios artificios para emocionar.
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