La segunda entrega de la saga de ciencia ficción a cargo de Denis Villenueve llegó a las salas nacionales, y entre profecías, guerras y venganzas dejó una muy buena sensación. La secuela de Dune (2021) se posiciona en automático como uno de los eventos cinematográficos del año.
Escribe Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL
Si la película anterior, estrenada hace tres años, dejaba apenas puestas las bases en arenas endebles para lo que buscaba ser una muy ambiciosa adaptación de las novelas de Frank Herbert, en esta secuela el cineasta canadiense Denis Villeneuve fortalece todas las carencias previas y demuestra un dominio casi total de su oficio. Como en su cinta del 2021 todavía hay ciertos reparos en cuanto al ritmo de la historia, por ejemplo, y sin embargo logra capturar la esencia del material de origen y enrumbar la película a un espectáculo en múltiples aspectos.
Hay una conexión emocional que se hace más latente en esta cinta, pues hay más en juego y en riesgo. Las dimensiones humanas de los personajes se evidencian de mejor manera y por encima de todo esto se proyectan una serie de imágenes en las que el director de fotografía Greig Fraser, como Paul Atreides, parece ser “el elegido”. De la mano de Villeneuve crea un deleite visual que sabe sostenerse durante más de dos horas. Claro está, la búsqueda de imágenes solemnes y bien logradas no es meramente una cuestión estética, sino un elemento narrativo que se acopla perfectamente al desarrollo de historia. Los claroscuros, las puestas de sol, los enfoques y desenfoques, los planos a contraluz e incluso una secuencia en blanco y negro potencian al máximo la película y dejan la arena libre y lista para el poderío actoral del elenco.
Junto a estos recursos, los vastos paisajes y la construcción de la figura de su antihéroe, Villeneuve demuestra algunos toques de John Ford y Sergio Leone, pero no se trata de un personaje contrastado con la inmensidad del desierto ni un vengador sin nombre, sino todo lo contrario: Timothée Chalamet es alzado en brazos (por el director y por los demás personajes) para convertirse en un ser más grande todavía que el desierto y una figura mesiánica digna de un culto. La cinta se ensaña en su mensaje de la religión como opio (especia) del pueblo y el dominio orquestado de las élites. No obstante, esta corta falencia no aleja a la película de alcanzar una completa combinación de fondo y forma que retrata, como hemos atestiguado en décadas pasadas, el ascenso de un líder que promete la liberación y auge de un pueblo, que les devuelve la esperanza para recuperar lo que les pertenece y prontamente cruza el difuso umbral hacia la tiranía y el autoritarismo.
Este cambio en el protagonista tiene más de villano que de salvador, más de anti que de héroe y, acá el toque de distinción de Villeneuve, resulta en un destino inevitable. Duna: Parte Dos (Dune: Part Two) muestra esa otra cara de la salvación: la tiranía del bien. Los pecados de nuestros santos. A este punto de la historia Paul Atreides (Chalamet) ha reclamado para sí el lugar que le fue reservado ante el resplandor heroico y presencia solar que porta; es líder del pueblo y no tiene reparo alguno en asumir dicho rol y llevarlo a sus últimas consecuencias, con una ansía de dominio total y una advertencia clara de la búsqueda de un imperialismo galáctico (cosa para nada nueva en esta rama futurista de la ciencia ficción). El terreno, eso sí, le fue preparado por aquellas manos que operan desde los velos de la oscuridad. La madre de Paul revela un secreto a mitad de la cinta que deja más preguntas que explicaciones, pero es tarde ya para evitar el destino que le había forjado a su hijo a base de alianzas estratégicas y sacrificios.
Asimismo, mientras Paul toma posición como cabeza de los Fremen, también Chalamet reclama su sitio en la mesa de los grandes talentos actorales de su generación, sitio que, como a su personaje, se le tenía reservado (desde el 2017 con Llámame por tu nombre). Lo mismo sucede con Chani (Zendaya), que se afirma al lado del elegido y ya no se muestra como una figura únicamente tangencial. Otras interpretaciones maravillosas son las de Lady Jessica (Rebecca Ferguson) y su ascenso paralelo al de Paul, Stilgar (Javier Bardem) secundando cada palabra profética del líder y Gurney Halleck (Josh Brolin), quien regresa de su desaparición para colocarse detrás de Paul y hacer las veces de diablo en el hombro de este mientras Chani es el ángel. Por encima de los mencionados se alza Feyd-Rautha Harkonnen (Austin Butler), el “niño terrible” de la alba y villana familia que controla Arrakis. Este se muestra no sólo como un villano completo, sino uno capaz de reconocer los méritos de sus rivales y sucumbir ante sus deseos tanto sexuales como de poder.
Junto con la música épica del ya legendario Hans Zimmer, la mentada fotografía, la dirección, el diseño sonoro, diseño de producción, logradísimas secuencias de acción, vestuario, maquillaje y demás, las actuaciones son otra de las piezas sobre las cuales se erige Duna: Parte Dos para que el cine de ciencia ficción alcance una nueva cima en las disputadas y desoladas arenas de Arrakis. Villeneuve y su estética desértico-brutalista proponen un placebo de salvación que pondrá en juego el futuro de millones de vidas, así como, nuevamente, dejan listas las bases para una guerra santa que alcanzará un nuevo pico en una próxima entrega. Lo que queda claro es que Villeneuve y Chalamet nos guían y nos vuelven parte de los fremen para llevarnos al ansiado Paraíso mientras que, en pleno mes de marzo, ya se posiciona como una de las grandes películas del 2024. Todo lo demás ya está escrito.
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