En su más reciente cinta, el director Damien Chazelle explora una mitificada y temprana historia de Hollywood. La película, contada con un distintivo estilo formal, puede ser vista como una crítica y apreciación de la industria cinematográfica estadounidense en sus primeras etapas.
Por Hitoshi Isa Kohatsu CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL
Hollywood en los años veinte. La gran industria del cine está empezando y las fiestas y decadencia se encuentran en cada esquina. En el desenfrenado Los Angeles encontramos a Manuel Torres (Diego Calva), un joven inmigrante deseoso de participar en la producción fílmica; Nellie LaRoy (Margot Robbie), una aspirante al estrellato que está dispuesta a alcanzar la fama cueste lo que cueste, y a Jack Conrad (Brad Pitt), un actor ya establecido en el sistema. A través de los éxitos, fracasos y decepciones de estos personajes, Chazelle nos traza la historia de Hollywood desde el año 1926 hasta inicios de los años cincuenta. Abarca la introducción del sonido al cine y la formación del código Hays, así como el estreno del musical Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the rain, 1952).
Esta última película es de suma importancia en relación con Babylon, teniendo en cuenta lo mucho que la refleja y comenta. El filme toma elementos de esta para construir su trama, así como sus personajes, y es reflexiva con respecto a la producción de Hollywood de musicales como aquel. Tal como en Cantando bajo la lluvia, vemos a personajes luchando con cambios en la industria fílmica. El sonido hace que sus talentos sean obsoletos o se encuentren fuera de moda. A esto se le añade una mirada crítica sobre el valor de una industria como Hollywood, que puede producir maravillosos trabajos de arte al explotar y descartar artistas sin piedad. Asimismo, Babylon también introduce un punto de vista ligeramente más histórico, añadiendo factores como el desastroso código Hays, las políticas internas de Hollywood y una miríada de referencias a figuras de este periodo del cine. Por supuesto, esas son referencias para los fanáticos de la historia del medio, una diversión extra. No es necesario saber quiénes fueron Clara Bow o Anna May Wong para disfrutar el filme.
Más allá de ese reflejo intencional al famoso musical de Gene Kelly, también vemos una estructura semejante a un filme como Boogie Nights (1997), en el que apreciamos la subida a la cima de los personajes, sus éxitos y logros, así como los vicios y fracasos personales que eventualmente resultarán en tragedia. Al final vemos la inevitable caída, una degradación que comienza cuando los tiempos cambian y el tipo de arte en el que se especializan se vuelve lentamente obsoleto. Notoriamente, se muestra cómo el restrictivo código Hays -y el ambiente moralista y conservador que lo engendró- fue catastrófico para artistas que simplemente no podían adaptarse a una nueva etapa en el cine.
Durante este desarrollo vemos una exploración de los aspectos más oscuros de esta representación de Hollywood -adicciones, abusos sexuales, despiadadas políticas-, así como de sus virtudes, principalmente el hecho de que produce un arte que puede tocar a millones, un arte inmortal que va más allá de las tumbas de quienes lo produjeron. Es así que tenemos una película que pone en cuestión la validez de un sistema como el de Hollywood, el cual parece devorar los sueños y ambiciones de sus artistas solo para vomitarlos cuando ya no sean convenientes.
De esta forma la cinta se encuentra en constante conflicto consigo misma por las preguntas que se plantea sobre el arte, las personas que lo producen y el ámbito en el que se crea. En la mayor parte del largometraje -énfasis en largo, puesto que dura más de tres horas-, aquello forma una textura que mantiene al espectador involucrado. La película pide que también nos hagamos estas preguntas, estos cuestionamientos, que formemos un diálogo aun en sus momentos más exagerados; aunque, se tiene que admitir que la discusión se vuelve un tanto cansada en el último estrecho de la película, en el que uno ya entiende que tiene que crear sus propias conclusiones.
Sería un crimen no mencionar el estilo con el que se nos presenta el filme. Principalmente, hemos de mencionar el acompañamiento por un estilizado soundtrack de jazz, cortesía de Justin Hurwitz, que evoca la imagen popular de la década de los años veinte, pero logra mantener una sensibilidad desenfrenada innegablemente moderna. La energía y dinamismo que la banda sonora aporta puede ser mejor ejemplificada en Voodoo Mama, que acompaña un exquisito plano secuencia al inicio del filme, y cuyas variaciones se escuchan a lo largo de la historia. Es una composición versátil que exalta la decadencia y exceso de los personajes y su entorno. Se añade a ello la rápida edición de Tom Cross, de ritmo dinámico y cautivante, especialmente en las numerosas escenas de montaje que representan la naturaleza desaforada del temprano Hollywood, o al menos de la versión que Chazelle nos quiere mostrar. De especial mención se encuentra un montaje absolutamente bello y conceptual al final de la película que sirve como un pequeño curso sobre la historia del cine, el cual es un simple deleite para cualquiera que ame este arte.
En sí, Babylon es un proyecto ambicioso e imperfecto, como los personajes que representa. Sus puntos positivos yacen en su capacidad de crear una discusión con la audiencia y cautivarla con su punto de vista, uno que está maravillado por el cine, pero incapaz de ignorar los puntos más innobles que se encuentran detrás de las escenas. Presentado con una abundancia de estilo y gusto, el filme logra mostrar una etapa de Hollywood que no es vista muy a menudo, bajo un lente menos idealista.
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