La nueva cinta del célebre y estilizado Wes Anderson propone una comedia colorida con toques dramáticos y filosóficos, así como una lectura del duelo y el sentido de la vida.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL
En la ciudad desértica que da nombre a la película, Wes Anderson coloca a otro elenco repleto de estrellas para que se reúnan durante una convención de jóvenes “cadetes espaciales”. Es así que empieza la nueva cinta del director de El Gran Hotel Budapest, con una actividad donde padres e hijos con grandes aptitudes para las ciencias son capaces de escapar de la ciudad e intentar mejorar sus relaciones familiares. Pronto estas intenciones de unidad se ven interrumpidas y alteradas por sucesos extraños que provocan áridos y profundos cuestionamientos.
Luego se hace evidente que los sucesos de Asteroid City, dentro de su propia ficción, corresponden a una obra de teatro montada también en la película -que a su vez es reportada en un programa de televisión-. Esto, en contraste con el desierto pastel vastamente colorido, es mostrado en tonalidades de blanco y negro: es lo que “en realidad sucedió”. Recurso similar de forma leve usó Christopher Nolan en su reciente Oppenheimer (2023): aquello que se toma como “objetivo” es mostrado como material fidedigno y lo que corresponde a la subjetividad -quizá ficción- es dotado de color y vida. ¿Es la ficción más colorida que la realidad? ¿Más dulce o quizá menos cruel?
Estas narraciones dentro de otras construyen un meta-relato del cual la cinta libremente entra y sale a gusto del director. Vemos también a Scarlett Johansson interpretando a una actriz que a su vez interpreta a otra (la “famosa” Midge Campbell—con ecos físicos a Marilyn Monroe y a Liz Taylor) que ensaya también para otros roles. Una muñeca rusa a través de la ventana del apagado Augie Steenbeck (Jason Schwartzman): composición que, sumada a la idea de realidad y ficción que se unen para crear una mezcla extraña, recuerda a esos trucos escenográficos de la película dentro de La noche americana (1973) de François Truffaut.
No es casualidad, entonces, que una historia construida alrededor de una temática con astronomía, ciencia, encuentros alienígenas, asteroides y demás, cuente con un elenco bañado de estrellas que orbitan y brillan entre sí sumidas en su soledad bajo el sol del desierto y la oscuridad de lo que esconden y anhelan. Lo reconoce la pequeña Dinah (Grace Edwards): “a mi madre [Midge] no le interesan las estrellas, sino el estrellato”, comenta en una escena. ¿Se trata de una crítica de Anderson a la falta de compromiso en el trabajo/arte? ¿O simplemente un juego de palabras que alude a la pasión actoral?
En sus formas esta película recuerda indudablemente a sus demás cintas: la maximización y exposición del inconfundible estilo y con la misma melancolía feroz que caracteriza a varios de sus personajes como a los protagonistas de El fantástico Sr. Zorro (2009) y Vida Acuática con Steve Zissou (2004), hombres aletargados que buscan un sentido a la vida. Acá ese tipo triste es Augie Steenbeck y resulta maravilloso ver a Jason Schwartzman en un buen rol protagónico, así como nostálgico, recordando sus inicios en Rushmore, antes un joven estudiante y ahora un padre enlutado. Ya por añadidura, el pequeño nerd Jake Ryan (como Woodrow Steenbeck) recuerda a esa versión inicial y adolescente de Schwartzman.
A estas visiones del luto se le añaden cuestiones existencialistas que buscan descifrar nuestra razón en el mundo: son los avistamientos de una nave alienígena lo que provocará las más hondas reflexiones en los personajes y actitudes quizá descabelladas en su búsqueda de respuestas. Siguiendo la línea de Steven Spielberg en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) y Denis Villeneuve en La llegada (2016), se aprovecha la vida no-terrestre para intentar aprender más sobre nosotros mismos, entendernos y profundizar en la condición humana. Sin embargo, quizá esto llega a volverse muy repetitivo en la cinta y se le puede criticar a Wes Anderson como otro de sus “vicios propios”: lo que realmente se quiere comunicar termina por perderse entre tanto espectáculo simétrico y colorido (otro punto que se le puede señalar: en sus películas todo está planificado hasta en lo más mínimo, no deja espacio para lo natural. Lleva la teatralidad y falsedad a la máxima expresión, lo que exagera el engaño tácito del cine y puede desencantar).
El personaje de Schubert Green, director de la obra de teatro Asteroid City recuerda al mismo Wes Anderson y se presta para más reflexiones personales sobre su labor autoral, el mundo artístico y la industria cinematográfica, como hizo en distinta medida Quentin Tarantino mediante Había una vez en… Hollywood (2019). Schubert reinterpreta el abandono de su esposa en “la vida real” como la muerte ficticia de esta (tal cual se vio en Animales Nocturnos, cinta del 2016 escrita y dirigida por Tom Ford) y entre sus discusiones hay una conversación muy importante entre Jason Schwartzman y la aparición casi onírica -y casi alienígena- de la siempre destacada Margot Robbie, que resume la esencia del filme. “Mis fotos siempre salen”, sentencia Steenbeck; lo que quiere decir, a través del proceso de revelado, que sale finalmente (a) la luz después de la oscuridad y lo negativo.
Si bien la presencia extraterrestre en Asteroid City pareciera conllevar cierta importancia que después queda relegada a un segundo o tercer plano, esta aparenta ser la idea: no importa realmente esa otra vida, sino la nuestra y cómo aquella nos ayuda a sentirnos más humanos. Se vuelve entonces la película no sólo existencialista, teatral y cómica, sino también tan afectiva como afectada. Ahora, si bien la ficción se construye de la realidad, ¿no podría también suceder lo opuesto? Estos juegos de Wes Anderson por juntar y a la vez separar ambos mundos concluyen por cuestionar nuestro papel en el mundo real. Lo que queda entonces, es seguir actuando y seguir viviendo (¿es la vida finalmente solo una actuación?) sin importar que no entendamos del todo lo que ocurre. Hay que entregarse por completo. Como rezan los personajes: “no puedes despertar sin haberte dormido”.
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