Este filme británico de suspenso se estrenó en el Festival de Sundance de este año. Es la ópera prima de la guionista y directora Prano Bailey-Bond, y se basa en su cortometraje Nasty.
Por Sebastián Zavala Kahn CRÍTICAS / STREAMING INTERNACIONAL
¿Qué tanto puede llegar a afectar la cultura popular a las acciones de la gente en la vida real? Esa es una pregunta que muchos se hicieron en el Reino Unido durante la década de los ochenta, cuando los infames video nasties fueron culpados, principalmente por la prensa, de una serie de terribles y violentos sucesos. En medio de la controversia se encontraban tanto los cineastas —directores, productores— responsables de estas películas de terror y gore, como los censores, aquellas personas encargadas de “revisar” dichas producciones y darles calificaciones apropiadas para diferentes edades. Ellos eran los responsables, pues, de cuidar que los niños no terminen viendo filmes baratos y explotadores, llenos de violencia sexual, sangre y vísceras.
Se trata de una época y de lugares muy específicos, y de una controversia que no podría existir de la misma manera hoy en día. Estamos hablando de un Reino Unido en el que conseguir este tipo de películas era mucho más difícil, con la mayoría de fanáticos del gore recurriendo las tiendas de video para conseguir cintas de VHS prohibidas. Los mitos urbanos estaban a la orden del día, y muchas de estas producciones (de bajo presupuesto y con actores poco conocidos) cobraban una identidad casi legendaria, sobre la cual se iban acumulando toda serie de rumores. Con la proliferación de la Internet, es más difícil que este tipo de sucesos (la “popularidad secreta” de filmes ocultos) se lleven a cabo.
Sin embargo, se trata de un contexto muy interesante para desarrollar una cinta de suspenso, y eso es precisamente lo que la cineasta Prano Bailey-Bond hace con Censor. Basándose en su propio cortometraje, llamado Nasty, cuenta la historia de una censora de la BBFC —British Board of Film Classification— llamada Enid (Niamh Algar), encargada de ver toda suerte de películas desagradables en los ochenta. Es la mejor en lo que hace, siempre atenta a los detalles, sin importar qué tan violentos o sangrientos sean. Cuando se encuentra con un filme llamado “Don’t Go in the Church”, comienza a investigar a su misterioso director, con el temor de que la perturbadora cinta esté relacionada a la desaparición de su hermana menor hace algunos años.
Bailey-Bond parece estar tan atenta a los detalles como su protagonista, mostrando el trabajo de los censores de manera pausada, pero casi irónica. La calma con la que hablan sobre imágenes perturbadoras (que involucran mutilación, genitales, decapitaciones y más) resulta algo graciosa, y demuestra lo absurdo que fue el rol de estas personas en aquella época. Considerando el trauma con el que cuenta el personaje de Enid, además, resulta también algo inquietante verla hablar con tanta tranquilidad sobre las películas que tiene que censurar. No hay mayor expresión en su rostro. No parece tener ningún tipo de reacción emocional ante la violencia, como si estuviera ya insensibilizada a tanta sangre y muerte (aunque en cierto momento logra comentarle a un productor sobre lo “emocionada” que estaría por actuar en una escena de violación).
Hasta que termina viendo “Don’t Go in the Church”, por supuesto. Es ahí que algo por fin despierta en Enid una sed no necesariamente de venganza, pero sí de encontrar la verdad sobre su hermana, un camino que sus padres abandonaron hace ya bastante tiempo. Su recién encontrado ímpetu la lleva a conocer a un productor agresivo y machista (Michael Smiley) y, eventualmente, a un cineasta que contribuye a su degeneración mental. Resulta intrigante ver cómo Bailey-Bond va desarrollando los paralelismos entre la desaparición de la hermana de Enid y lo que ésta va viendo en las películas, utilizando pantallas de televisor para presentar transiciones entre escenas, y metiendo al espectador en la mente de su protagonista. Es casi como si la lluvia y el grano tan comunes en las cintas de VHS se hubiesen vuelto parte de la vida de Enid, como algo que ve siempre con sus ojos, esté frente a un televisor o no.
Niamh Algar hace un buen trabajo interpretando a la censora, caracterizada como alguien aparentemente conservadora, con sus blusas siempre abotonadas hasta el cuello, y lentes de lectura que adornan su rostro. La manera en que cambia el personaje, gradualmente y sin mayores exageraciones, es registrada por Algar con aplomo, quien resulta creíble tanto durante los momentos más íntimos, como en aquellos que muestra pánico y locura. El clímax del filme, en especial, aprovecha bien sus talentos. Es tan sangriento como uno esperaría, y aunque puede llegar a ser un poco difícil de entender, igual contiene suficientes pistas visuales, como para guiar al espectador a una conclusión relativamente lógica y coherente.
El caso de Censor es interesante. Como terror puro, no funciona muy bien que digamos. Los jump scares son previsibles, y el desarrollo del suspenso es irregular. Pero, el filme gana puntos con su atmósfera, haciendo un buen uso de colores intensos en contraposición con ambientes estériles y lúgubres, y momentos de violencia súbita y brutal. Filmada tanto en 35 como en 8 mm, y jugando con el aspect ratio de la pantalla hacia el final, la novel directora logra convertir la película en una experiencia estilizada y relativamente nostálgica.
Puede que Censor no tenga nada muy claro qué decir sobre el rol de la violencia en la ficción y cómo esta puede terminar afectando —o no— a la gente en la vida real (la única subtrama que parece estar lidiando con esto de manera directa es abandonada sin reparos), pero felizmente eso no se torna en un problema demasiado grave. De hecho, resulta fácil disfrutar de Censor gracias a la recreación tan palpable y creíble que presenta de una época, y al buen trabajo que Algar hace con el personaje de Enid. No es el mejor ejemplar de terror británico de los últimos años, pero si quieren ver algo diferente, que los remonte a un tiempo muy distinto al actual (para bien y para mal), vale la pena darle una oportunidad a esta película.
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