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2010-2019: nuestras películas peruanas favoritas de la década
Los colaboradores de la revista Ventana Indiscreta han elaborado una lista con sus películas preferidas, estás son las seleccionadas.
Esta década por finalizar ha sido testigo de muchos hechos importantes en el cine peruano: la nominación de La teta asustada en la categoría de mejor película extranjera en los premios Óscar, el premio a Octubre en la sección Un certain regard del Festival de Cannes del 2010, el éxito de taquilla sin precedentes de ¡Asu Mare! y su primera secuela en la cartelera comercial, el premio Tiger Award 2015 de Videofilia (y otros síndromes virales) en el Festival de Rotterdam, el triunfo artístico de Wiñaypacha, el paso exitoso por festivales en estos últimos meses de Canción sin nombre, entre otros.
En ese contexto, decidimos solicitar a los colaboradores asiduos de la revista Ventana Indiscreta y a su equipo editorial que nos enviaran su lista de diez largometrajes peruanos favoritos de esta década. A continuación, podrán leer breves críticas de las diez películas más votadas, así como encontrar todas las listas que cada uno de los votantes envió.
¿Estás de acuerdo con el Top Ten? ¿Cuáles serían tus favoritas? No dudes en dejar tus comentarios en nuestra fanpage de Facebook.
10. Videofilia y otros síndromes virales (Juan Daniel Molero, 2015)
Fuente: DAFO
José Carlos Cabrejo
En la película de Juan Daniel F. Molero, no hay una realidad afectada por pantallas que capturan la atención de sus personajes. La realidad ya es una pantalla, una que se satura de gifs y virales de Youtube, y se pixelea. Las últimas escenas de la película sintetizan bien esa mirada del mundo online como uno que abduce el nuestro, con Junior (Ter Om) escapando de quienes lo acusan de ser el culpable de la muerte de Luz (Muki Sabogal), nombre que remite justamente a una característica esencial de las pantallas. ¿Puede él ser capaz de dar muerte a esa Luz de video? Pues no, el cuerpo del personaje de Sabogal se distorsiona y convierte en una espiral en la que él se pierde. Es esa Luz justamente la que funciona como una espiral en la que, al parecer, todos estamos ingresando y perdiéndonos para siempre.
Las preocupaciones de Videofilia (y otros síndromes virales) son próximas a las de otras películas contemporáneas de otras partes del mundo, como Hoax_canular (2013) de Dominic Gagnon. Pero tal como hemos podido apreciar, eso no quita que sea una obra muy personal, tanto en su actualización turbadora de esa conversión del ser humano en un cuerpo puramente tecnológico, tal como se nota en el discurso de la “nueva carne” de David Cronenberg, como en su visión política del país, como si éste estuviera afectado por una profunda perversión de la imagen, que tiene sus raíces en las coloridas y grotescas portadas de la prensa chicha y en los “vladivideos”, con Montesinos interpretando a un Mefistófeles visionario, dispuesto siempre a dejar registro del mal ante una cámara.
Videofilia (y otros síndromes virales) posee la textura de un viejo y rayado disco pirata de VCD, sobre la que se inscribe un mundo videográfico inquietante, de pesadilla colectiva.
Por eso ofrece algo único en el panorama de las películas peruanas de esta década.
9. La última tarde (Joel Calero, 2017)
Fuente: RPP
Giancarlo Cappello
En La última tarde, Joel Calero apuesta por dar voz a personajes que el cine nacional no ha querido o no ha sabido modular más allá del tópico habitual. Construye a dos ex militantes de Sendero Luminoso muchos años después de sus días más agitados, reunidos a propósito del trámite de divorcio que deben completar ante un juez. El macguffin de la separación formal actúa como telón de fondo para desagregar el retrato de una pareja que expone sus bemoles y dobleces, lo que fueron, lo que dejaron de ser y, especialmente, lo que no pudieron ser. No es una película a lo Aristarain en la que se declaman, explican y subrayan los ideales. Pero cuando tiene que hacerlo, ocurre como consecuencia de internarse en su mayor interés: la naturaleza frágil y ambigua de sus personajes. Porque Ramón y Laura, más allá del pasado senderista del que no podrán desprenderse, dan cuenta de la actualidad y el pasado de una generación tironeada por la ilusión y la confusión de su tiempo. Un tiempo que se reconstruye a través de la memoria, con todo lo que ello implica de subjetivo, pero que consigue involucrar a la sala.
La última tarde es una película introspectiva, conversacional, con una propuesta visual que acompaña a sus personajes como Linklater a Céline y Jesse, pero que debe mucho al excelente desempeño de sus actores protagónicos, Katerina D’Onofrio y Luis Cáceres.
8. El mudo (Daniel y Diego Vega, 2014)
Fuente: RPP
Elder Cuevas Calderón
Usted sabe que yo sé que usted sabe que yo sé.
Podría resultar paradójico dar voz a un filme llamado El mudo. Sin embargo, más allá de la trama que conjuga el humor negro, la película es potente por la fluidez y naturalidad con la que devela la inexistencia de la voz ciudadana. ¿Por qué un juez queda mudo? Detengámonos a pensar. El filme no lo enuncia como un locuaz sujeto, un orador, un encantador de serpientes, cuya mudez pusiera fin a su carrera. ¡No! Por el contrario, es representado como un juez timorato, de pocas palabras, o dicho de otra manera, que no habla sino es hablado, por eso, el énfasis en sostener que las personas saben que él sabe que ellos saben que él sabe; ¿qué sabe el juez? ¡Nada! Su voz (o sus parlamentos) evidencian lo traumático y vacío de hablar-siendo-hablado. Ahora bien, más allá de el trabalenguas, entendamos que la representación del personaje en un juez refuerza la noción de estar en una ciudad a la que el derecho de vivir en ella ha sido sustraído; y en donde la agencia está delegada en actantes ineficientes, impotentes, que solo funcionan a partir de la corrupción. En una ciudad representada por una paleta que imita al cielo de la ciudad, El mudo interpela al espectador, lo hace reír pero a través de la complicidad; no con el protagonista sino con la transgresión de los actos que allí ocurren. Su humor ácido lo consigue con recircular las taras de una ciudad que se repiten al infinito. El logro del filme está en hacer de una anécdota una película introspectiva y aguda.
7. El limpiador (Adrián Saba, 2012)
Fuente: Cinencuentro
Ricardo Bedoya
El limpiador (2012), primer largometraje de Adrián Saba (1988), carece de movimientos de cámara durante todo su desarrollo. Solo en la imagen final, un discreto trávelin sigue al protagonista, Eusebio (Víctor Prada), hacia su destino terminal. En la banda sonora, oímos una melodía de acentos sordos.
La decisión de mantener el encuadre estable y fijo guarda correspondencia con la actitud y el gesto del protagonista, un hombre que enfrenta con carácter estólido la inexplicable plaga que diezma a los habitantes de Lima. Es, pues, un “limpiador”. Pero lo inesperado ocurre mientras “limpia” una casa solitaria y descubre a un niño de ocho años: se llama Joaquín (Adrián Du Bois), y está escondido en un clóset desde que su madre cayó muerta, presa de la epidemia. Empieza una relación entre dos personajes excéntricos y marginales. Dos solitarios abandonados a su suerte en un lugar peligroso. Ambos son lacónicos y su comunicación se establece por gestos y sobreentendidos. Temen a la epidemia que avanza, pero no discuten sobre ello. Sus acciones confirman el pacto de supervivencia que han suscrito.
Hay tres elementos que consolidan la organización de El limpiador. Pese a su registro casi documental, se vincula con la ficción distópica. Lima está asolada. La trama no sugiere la eventualidad de una hecatombe planetaria. Registra solo lo que ocurre ahora y en lo inmediato. La muerte está desprovista de dramatismo, pero también de los estándares de emoción o de espectacularidad impuestos por las convenciones genéricas. La situación descrita es alarmante, pero El limpiador evita el pathos y desdramatiza.
Tomado del libro El cine peruano en tiempos digitales, de Ricardo Bedoya (Universidad de Lima, 2015)
6. El elefante desaparecido (Javier Fuentes-León, 2014)
Fuente: Cineaparte
Carlos Esquives
La historia inicia con el bloqueo creativo de un escritor. ¿Qué le impide al autor terminar el último capítulo de esa novela que es la más personal de su serie policial? La trama de la película de Javier Fuentes-León asiste a esa respuesta desde una complicada pesquisa. El elefante desaparecido (2014) se asocia al cine negro, tópico vinculado a un argumento sostenido por pautas de por sí difusas, y arrinconado además a un ambiente cargado de misterio, plagado por personajes, locaciones y situaciones frecuentemente ambiguas. El protagonista principal, creador de ficciones, de pronto se ve comprometido a interpretar su propia ficción, la cual está inspirada en su propia experiencia. De la paradoja a la metaficción, ese es el sello interesante del filme.
En El elefante desaparecido se confunden el rol de escritor con el de detective, así como su protagonista confunde las realidades que atestigua y las que imagina (o escribió). Fuentes-León estimula esa combinación de roles y hechos, por un lado, en compromiso de nivelarnos a la interpretación de su personaje principal, quien razona desde su trauma o bloqueo emocional. La desaparición de su amante será el estímulo de su versión detectivesca, aunque ese mismo hecho no deja de ser una valla que ha estancado a su versión como escritor. Por otro lado, es el esfuerzo por complejizar el caso, esparcir las piezas del rompecabezas forzando al protagonista a seguir un circuito; primero, en razón a fabricar su redención, y segundo, convirtiéndose en representante de una sociedad que se esfuerza por mantener firme la memoria de un luto.
5. Magallanes (Salvador del Solar, 2015)
Fuente: Desistfilm
Isaac León Frías
Si se considera que Salvador del Solar es el único realizador de la lista que no es precisamente un “hombre (o mujer en otros casos) de cine”, sino que proviene de una experiencia básicamente afincada en la actuación, sorprende el resultado de Magallanes, por más que se le pueda atribuir un sólido trabajo de equipo. Sin duda, hay un mirada personal, aun cuando no se trate de un estilo claramente diferenciado, que orienta el desarrollo de una historia de experiencia traumática causada por la guerra interna activada por Sendero Luminoso, y que se apoya en la solidez de una puesta en escena que tiene como puntales al mexicano Damián Alcázar y a Magaly Solier.
4. Paraíso (Héctor Gálvez, 2010)
Fuente: Andina.pe
Ezzio Ramos
Nos adentramos, desde la escena inicial hasta el plano final, en un movimiento perpetuo: inquietud, búsqueda, incertidumbre. Las afueras de las afueras de la ciudad nos invitan a construir una quimera, que es el deseo de hallar un punto fijo, una estabilidad más o menos confortable. Paraíso de Héctor Gálvez, nos ofrece un fresco del Perú reciente, sutil pero potente en su capacidad de sintetizar, en noventa minutos, los temas urgentes de nuestra historia última como nación: desplazamiento y migración, violencia política y sexual, pobreza, marginalidad. El legado de un país en convulsión aterriza a los personajes del filme (y quizás, a todos nosotros) en arenas movedizas, espacios inseguros donde la única estabilidad posible se encuentra en lo inestable: el asentamiento humano Jardines del Paraíso, siempre a medio construir, los retiene y los empuja, en el tránsito de un espacio incierto a otro no muy diferente.
El movimiento y la inconclusión son el germen de la historia, aquello que hierve, que la precede y la sucede. Y que incluso sobrepasa sus límites filmicos, dada su fuerte impronta documental: la elección de actores naturales y de historias que podrían ser las de ellos mismos. La hora y media en que seguimos la vida Joaquín, Mario, Lalo, Antuanet y Sara, jóvenes en el límite del estudio y el (des)empleo, es un umbral inacabable de la orfandad histórica, sin origen ni destino fijo. Buscan un futuro, una identidad, pero para ellos no está escrito el mito del progreso. Sus historias son ventanas abiertas a una reflexión todavía pendiente, tan pendiente como el destino que ellos esperan y que, las condiciones de la gran ciudad y la trampa mortal que, al fin y al cabo, es el Perú les impide alcanzar.
3. Chicama (2013) de Omar Forero
Fuente: RetinaLatina
Alejandro Nuñez Alberca
El tercer filme de Forero es un retrato directo, sin mediaciones ni sentimentalismos sobre la precariedad del aparato escolar peruano, en donde abundan los personajes desentendidos y desapasionados de la enseñanza, pero que con el tiempo parecen descubrir en ella su verdadera vocación. Es el caso de César, el protagonista, para quien una plaza docente del Ministerio es preferible a deambular sin rumbo por las calles de su ciudad, secundado por amigos, vecinos y borrachos con apariciones intermitentes en la narración.
Los personajes viven en muchos casos al borde del sinsentido, verdadera carencia existencial de una directriz clara de quiénes son o a dónde van, y solo los roles con los que momentáneamente se comprometen los salvan de una creciente angustia. El alejamiento, la sensación de estar lejos de casa, no tener dónde posarse a descansar o a construir, es un sentimiento presente en el protagonista, más o menos compartido por los otros docentes con los que interactúa en el colegio. Es por ello que Chicama termina hablando del desarraigo en la misma medida que habla sobre la enseñanza y el crecimiento. Temáticas que, si se le piensa dos veces, se verá que tienen mucho en común.
La cámara de Forero, del mismo modo que en El ordenador (2012), opta por una distancia segura respecto a sus actores, permitiendo la contemplación del espacio y los elementos que rodean los principales desencuentros, susurrándonos que ni los personajes ni los ambientes pueden explicarse de forma aislada. Cada uno es causa y efecto del otro. Quizá por eso el director no mueve ese ojo invisible: los planos son quietos, estables y en ocasiones paisajísticos, incluso cuando cae la noche y el mundo se enceguece. El resultado es un lenguaje que se desentiende de los efectismos visuales tan comunes en las multisalas de hoy, y encuentra en la contemplación pasiva (o que parece pasiva) una crítica sutil y frontal a la vez, verdadero logro cinematográfico del talento nacional.
2. Rosa Chumbe (Jonatan Relayze, 2015)
Fuente: RPP
Sebastian Zavala Kahn
Rosa Chumbe de Jonatan Relayze es un drama espectacularmente actuado que presenta una historia sencilla y con un desenlace gratamente sorprendente. La película presenta una Lima sucia y caótica en donde uno, sin embargo, puede disfrutar de pequeños placeres representados con colorido kitsch.
La película se concentra en seguir la vida de una policía de vida complicada y que se odia a sí misma. Se muestra un notable estudio de personaje por parte de Liliana Trujillo, que revela una excelente actuación: una mujer compleja, amargada, triste, que de cuando en cuando es capaz de mostrar un poco de bondad y cariño. Y la joven Cindy Díaz interpreta a una chica que simplemente quiere sobrevivir. No es una mujer que está lista para ser madre, y de hecho comete varios errores, pero hacia el final de la película, uno siente que ambas mujeres, a final de cuentas, seguirán con sus vidas. No es un desenlace esperanzador, precisamente, pero tampoco es deprimente.
Rosa Chumbe puede ser considerada como una de las mejores películas nacionales de la última década debido a su impecable acabado técnico o sus excelentes actuaciones centrales, pero principalmente, gracias a la manera tan intimista y verosímil en que representa a nuestra Lima contemporánea.
1. Wiñaypacha (Óscar Catacora, 2017)
Fuente: RPP
José Antonio Mazzotti
Wiñaypacha, opera prima del joven cineasta puneño Óscar Catacora, sin duda marca un nuevo hito en el desarrollo del cine peruano. Se trata de una muestra de cómo hacer un filme potenciando escasos recursos técnicos mediante un guion diseñado a la medida de la profundidad del mensaje que se intenta transmitir, sin perder la conciencia estética que exige toda obra de arte.
La utilización de recursos elementales, con apenas dos actores inexpertos (los ancianos Rosa Nina como Phaxsi, o Luna, y Vicente Catacora como Willka, o Sol, diestramente dirigidos), conecta a Wiñaypacha con el espíritu del Nuevo Cine Latinoamericano (NCLA) de los años 1950 y 60. Parte de esa conexión reside en su preocupación por el mundo de los marginados y en su apuesta política implícita por el cambio social. Sin embargo, hay también grandes diferencias, aparte de las confesas influencias de Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y John Ford, sin recurrir a planos complicados ni movimientos de cámara abruptos. (Lee el artículo completo de José Antonio Mazzotti en el siguiente enlace)