ENTREVISTAS / CINE PERUANO
“La gente no quiere tener memoria”. Entrevista a Héctor Gálvez
En los últimos años, el cineasta Héctor Gálvez ha consolidado su lugar como uno de los referentes del cine nacional, con trabajos como Lucanamarca (2008), Paraíso (2009) o N. N. Sin identidad (2015).
Por Alejandro Nuñez Alberca
No hace falta decir (muchos lo han hecho ya) lo complejo que le resulta a un país ponerse de pie. Los desaciertos y crímenes de una etapa traumática resultan difíciles de sobrellevar y, en ocasiones, imposibles de admitir. Es en este contexto que el arte viene a nuestra ayuda. La obra artística, sea cual sea el soporte, condensa emociones, heridas abiertas, ideas, memorias. Habla por los que el tiempo ha silenciado y rescata lo que en el día a día se va perdiendo, esperando poco o nada a cambio. Opera como un forense altruista que lleva a cabo su labor con el mayor esmero, con el más atento cuidado y las más nobles intenciones, sabiendo que de su trabajo depende mucho más que la recuperación de huesos.
Este es justamente el caso de Héctor Gálvez, quien a sus cuarenta y cuatro años es portador de una curiosidad perpetua, en apariencia inagotable. Parece que para el cineasta el destino es lo mismo que el viaje. Es en ese estadio de expectación, de búsqueda constante, cuando puede encontrarse a sí mismo. Aquella carencia la suple a veces el cine, a veces el teatro o quizá provenga de una charla extensa con un escritor, con un filósofo o con una víctima de los años de conflicto armado. El cruce de conocimientos y experiencias le ha permitido manifestarse en una serie de lenguajes.
Luego de estrenar N. N., reapareciste con La hija de Marcial (obra de teatro). A uno le da la impresión de que es natural para ti hacer el salto de la pantalla al escenario.
Hasta ahora he hecho un poco de todo (ríe). Dirigir teatro ha sido lo último, justo el año pasado. En el teatro de la Universidad del Pacífico me dijeron que les interesaba, siempre y cuando yo la dirigiera. Era algo con lo que yo no tenía la más mínima experiencia. Para eso tuve que meterme a talleres y entrarle de lleno al lenguaje que me planteaban, que es totalmente diferente al cine. El escenario acarrea de por sí una magia sobre los objetos, sobre las personas y los conflictos, algo que no surge frente a una cámara.
NN sin identidad (2015) Fuente: Cinencuentro
Pero fue una temática que tú ya habías tocado antes.
Supongo que surge de la insatisfacción de parte mía, luego de terminar de editar N. N. Todo el tema de la memoria, y particularmente la cuestión de los desaparecidos, su lugar dentro de ese proceso, que de por sí es bastante complejo. Es un cambio de lenguaje, pero en el fondo sigo hablando de lo mismo.
¿Y es algo que viene desde tus años en las ONG?
Debe estar por ahí la raíz de mi interés. Lo que menos pensé era que terminaría haciendo cine posconflicto. Me encanta que se haya dado de forma orgánica. Es de lo que me fui empapando y tarde o temprano tenía que salir. Lo que naturalmente surgió de mí. No es que me haya levantado y dicho a mí mismo “Vamos a filmar sobre la memoria”, como otros activamente han hecho. Trato de no forzar nada al momento de trabajar un proyecto nuevo. Confío en lo que venga, en que podré ordenarlo, darle forma. Del mismo modo, me gusta que la gente piense que todo enfrente de la pantalla es igual de espontáneo. Que alguien me comente “Oye, tu actor no parece que estuviera actuando” es de lo mejor que te pueden decir (ríe).
"Me arrepiento enormemente de no haberle hecho una entrevista larga a José Watanabe sobre cine. Es una pena. Esa era su pasión."
LA REALIDAD Y LA POESÍA
Has hablado antes de tu intención por captar la realidad con tu obra.
Me interesa mucho observar lo real, pero no sé si pueda captarlo. Más que eso, es poder encontrarle un nuevo sentido al mundo a tu alrededor (pausa). Es hallarle una poética. Aunque no siempre se logra, no siempre es la intención. Eso es todo. Son intentos que en algunos momentos brotan y en otros quizá no. Es difícil de contextualizar. Con Paraíso quizá me aproximé más que con N. N., que tiene una construcción del lenguaje muy distinta. Para eso sirvió mucho la poesía de José Watanabe. Él pudo leer la primera versión de Paraíso. Me ayudó a encontrarle un ángulo mucho más narrativo. Sus poemas tienen bastante de eso y es algo que desde muy joven disfrutaba, por más que actualmente haya dejado de leerlo.
¿Tu relación con él influyó más que sus consejos?
Tuve la suerte de conocerlo trabajando en la Comisión de la Verdad. Yo era uno de los encargados del área de audiovisuales. Teníamos la idea de crear una serie que de una u otra manera tocara el tema de la memoria. Watanabe iba a colaborar con su experiencia en guiones, por su trabajo en La ciudad y los perros (1985), Alias la Gringa (1991) y con el Grupo Chaski. Yo soy muy tímido, pero más adelante, no sé cómo, me animé a pasarle el guion de mi corto El colchonero (1999). Creo que le gustó bastante. Después se me ocurrió darle a que leyera una primera versión de Paraíso. Él era muy abierto a todo, no tenía problemas en dar su opinión y dijo que le parecía más un documental (ríe), que no pasó de la página quince. Continué yendo varias veces a que me destruyera lo que había escrito. Le gustaba el hecho de que no me desanimara, que fuera persistente.
Fue tanto él como sus comentarios, entonces.
Me ayudó bastante, aunque no fue precisamente un asesor de proyecto. Era más que todo el hecho de tenerlo cerca, ir a su casa a visitarlo, ver películas, discutirlas, y eventualmente darme consejos sobre qué faltaba o sobraba en las mías. Me di cuenta que eso era algo que le gustaba mucho, sentirse profesor. No puedo decir que nos volvimos amigos, pero disfrutábamos mucho de hacer esas cosas juntos.
Paraíso (2010) Fuente: Andina.pe
¿Él alguna vez te pidió consejos de poesía?
Un día lo llamé y me contó la letra de una canción. Eso fue cuando estaba escribiendo el disco Pez de fango (2005) con Rafo Ráez. Me sentí halagado que me preguntase qué opinaba. Fue una de las cosas más lindas que recuerdo.
Y era un cinéfilo igual que tú.
Por supuesto. No solo era poeta, sino guionista y director de arte. El cine en sí era su gran pasión. Y era un tipo de cine que a mí también me encantaba. Me contó una vez que él era más duro con guiones que con poemarios. Por una sencilla razón: una película o un corto son una inversión más fuerte que un libro. No tenía que ver con los lenguajes diferentes o que supiera más de uno o del otro. Yo me arrepiento enormemente de no haberle hecho una entrevista sobre cine. Fue una de las primeras cosas que pensé cuando falleció. Una pena en verdad.
Su literatura se basa mucho en encontrar la poesía en los momentos cotidianos.
Que es más o menos lo que intento hacer (ríe). Ese es quizá el mayor legado que me ha dejado su obra, algo que siempre está ahí. Yo lo empecé a leer al mismo tiempo que comencé a ver películas de Kiarostami, un director conocido por su estilo casi documental y su influencia de la poesía. A veces los comparo a los dos. Es divertido. No digo que sean almas gemelas, pero tienen varias cosas en común. Siento que a Watanabe no le hubiese gustado el cine de Kiarostami, pero Kiarostami sí hubiese sido fan de la obra de Watanabe.
Eso demanda una sensibilidad particular.
Implica estar de cara a tu entorno, ser curioso y absorber lo que venga. Cuando iba a grabar a comunidades me di cuenta de cómo eso te invade, sobre todo los testimonios de la gente, esta necesidad que tienen de narrar su historia. Cuando ven una cámara se apresuran en alcanzarte, quieren sumar su vivencia al recuerdo colectivo. Que se les escuche. Cuando los enfocaba, empezaban diciendo “Queremos enviar un mensaje al presidente”, como si mi cámara tuviese un enlace directo con Palacio de Gobierno. Pero es así. Estaban deseosos de hablar por más que luego prefirieran no comentar mucho el tema.
Tenemos la reputación de ser un país sin memoria, sobre todo la que refiere a eventos trágicos. ¿Cuál crees que es el mayor reto en el caso del Perú?
La gente no quiere tener memoria (ríe). Es así de sencillo.
¿Se puede comprender tratándose de algo traumático?
Hasta cierto punto lo entiendo. Eso no quiere decir que lo apruebe (pausa). Lo que pasa es que no es una memoria nostálgica. No es algo que muchos quieran recordar. Es una serie de eventos horribles, y que alguien te pida recordarlos, que te diga que es “por el país”, es bien difícil. Pero creo firmemente que no hablarlo es peor. Es como si no hubiese pasado nada y eso tampoco es verdad. Y tampoco es que la gente olvide. Lo ocultan activamente, evitan todo lo que se lo recuerde. El mismo hecho de no querer hablarlo te dice que hay un conflicto latente y que tarde o temprano va a brotar, ya sea en el cine o en algún otro medio.
Texto originalmente publicado en la edición número 21 de Ventana Indiscreta. La entrevista completa está disponible en este enlace.